Ecologismo de emergencia

Ampliar el Puerto de Valencia no es ni verde ni democrático

Julià Álvaro

Coordinador de Alianza Verde del País Valenciano

El ministro de Transportes, Óscar Puente, el president de la Generalitat, Carlos Mazón (2º d), la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé (d), y la presidenta de la Autoridad Portuaria, Mar Chao, brindan tras el encuentro en el que las autoridades valencianas esperan que el Gobierno exprese su apoyo a la ampliación norte de las instalaciones portuarias. EFE/Biel Aliño
El ministro de Transportes, Óscar Puente, el president de la Generalitat, Carlos Mazón (2º d), la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé (d), y la presidenta de la Autoridad Portuaria, Mar Chao, brindan tras el encuentro en el que las autoridades valencianas esperan que el Gobierno exprese su apoyo a la ampliación norte de las instalaciones portuarias. EFE/Biel Aliño

Aprobar la ampliación norte del Puerto de Valencia tira por tierra cualquier cosa que pueda decir el gobierno de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz sobre su preocupación por la protección del territorio, sobre políticas verdes y sobre su sensibilidad ecologista. Los hechos los desenmascaran. Aprueban lo que hubieran aprobado VOX y el PP.

La decisión es plegarse al mantra del capitalismo depredador de crecer y crecer. La economía antes que las personas, y las mafias empresariales antes que la gente. La ampliación del Puerto de Valencia no es solamente una agresión al territorio, es también un perjuicio para la salud de la ciudadanía, para su calidad de vida: más contaminación, más ruido, más tráfico, más privatización de lo público.

La sociedad civil valenciana lleva mucho años oponiéndose a esta ampliación, reclamando un debate ciudadano y exigiendo explicaciones. La respuesta ha sido siempre el silencio chulesco y displicente de la élite económica. En la legislatura pasada ya estuvieron a punto de conseguir la ampliación, pero la presencia de Podemos en el ejecutivo lo impidió. Ahora se han salido con la suya.

A finales de 2002, el Puerto de Valencia con Aznar, Camps y Barberá como arietes, ya destruyó un par de barrios y miles de hectáreas de huerta para hacer la Zona de Actividades Logísticas (ZAL). No podía esperar: si se demoraba la ZAL, se ahogaba la economía. Se derribaron casas y alquerías históricas, se expulsó a centenares de personas de sus viviendas y la policía se empleó a fondo. Hoy, veinte años después, no hay ZAL, bajo el cemento inútil descansa la huerta, los juzgados han dado la razón a los desalojados y la economía, la suya al menos, no se ha hundido.

Resultó patético ver hace unos días al ministro de Transportes, Óscar Puente, brindando con el empresariado valenciano y la plana mayor del PP por la aprobación. Sí, ese empresariado y ese partido que se financiaban mutuamente: los primeros pagaban campañas, los segundo les adjudicaban obras.

Dijo el ministro Puente que la obra servirá para reducir la contaminación ya que habrá menos camiones. Ministro, que si hay el doble de contenedores, habrá el doble de camiones. Ministro, que que la ampliación del Puerto viene acompañada de más carreteras y hasta de un túnel submarino. Aseguró Puente que las obras darán puestos de trabajo. Ministro, que no, que no se crean puesto de trabajo. Ministro, que se pierden, que los mismos trabajadores del Puerto ya lo han advertido. Se crean para la obra, y gracias. Luego, los ahora existentes se pierden. Además si una obra se justifica por los puestos de trabajo que supone la propia obra, digo yo que se podría defender la demolición de la catedral de la Almudena, por decir algo, ya que esa obra también daría trabajo.

No hay ninguna necesidad de hacer de Valencia una ciudad más sucia. No es preciso cargarse la playas del sur del de la ciudad, ni poner en peligro la Albufera por ampliar una instalación portuaria que no pasará de ser un nudo e intercambio de contenedores, muchos vacíos. La ampliación es un sinsentido.

Ni beneficia al tejido industrial, ni tiene otro sentido que no sea el pelotazo de las obras y el "aquí mando yo" de los grandes empresarios. Apelar al tráfico comercial es ser muy miope. La globalización se agota, las normativas ambientales a nivel internacional se hacen más restrictivas, las rutas mundiales están en revisión, se han de reducir las emisiones y los combustibles fósiles están en el punto de mira. No parece el mejor de los escenarios para los macropuertos.

Resulta incomprensible que en plena emergencia climática, con todos los indicadores disparados, con todos los compromisos de cuidar el planeta incumplidos, todavía un gobierno como el español acepte una ampliación con una Declaración de Impacto Ambiental de hace 16 años y en base a un proyecto distinto y menor.

Se habla de una inversión privada de 800 millones pero se esconde que, para los nuevos accesos, se han de gastar otros 4.000 de dinero público. Eso se debería explicar con claridad, así podríamos calcular en qué cosas de verdadero interés ciudadano se podrían gastar esos 4.000 millones. A mi se me ocurren bastantes.

Esta ampliación ha tenido de todo. Por supuesto, corrupción también. El Puerto de Valencia aprobó hace meses la permuta de una concesión de terrenos que ya estaba caducada por otra donde se podrían construir dos torres de oficinas y un macroparking. Se cambiaba algo que valía cero por un espacio valorado en más de cinco millones y se daba una nueva concesión por 35 años. ¿Quién era el beneficiario? Vicente Boluda, miembro del mismo Consejo que aprobó la permuta, expresidente del Real Madrid y compañero de palco de Florentino Pérez y que, hace poco, contrató para el consejo de administración de sus empresas a Felipe González. En el último momento, la Abogacía del Estado frustró el pelotazo y el Puerto de Valencia tuvo que desdecirse de la permuta. La jugada les salió mal.

Y un último detalle. El Puerto de Valencia ha devorado un barrio entero de la ciudad: Natzaret. Se trata de un barrio popular de Valencia que tenía una fachada marítima tan bonita como, por poner algunos ejemplos, La Barceloneta en Barcelona; La Viña en Cádiz o El Palo en Málaga. No tenía el señorío de la Concha de San Sebastián, ni el tronío de Cimadevilla en Gijón, pero tenía sus balnearios, sus chiringuitos, sus casetas y mucha zona de playa. De un día para otro, el Puerto de Valencia se lo comió todo. Donde había arena pasó a haber cemento y las vistas al mar se convirtieron en la pesadilla de una pared de 20 metros de alto.

En Valencia, en los estertores del franquismo, se consiguió parar la urbanización del Parque Natural del Saler y la conversión del viejo cauce el Turia en una autopista. Lo consiguió la ciudadanía con Franco todavía vivo. Esa misma ciudadanía no ha podido evitar ahora la aprobación de la ampliación norte del Puerto de Valencia con el PSOE al frente el Gobierno. Quién lo iba a decir.

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