El mapa del mundo

Personaje del 2008: Hu Jintao

Pidan al vecino del piso de abajo o a su compañero de trabajo el nombre del dirigente internacional más importante del planeta. La lista no será muy larga. Bush, Sarkozy, Ahmadineyad, Chávez...

Casi seguro que no aparecerá el hombre cuyas decisiones más han influido en los últimos meses en la vida de su interlocutor. Se llama Hu Jintao y dirige, sin ser emperador, los destinos del último gran imperio que ha entrado en la escena internacional: el imperio chino.

La celebración en 2008 de los Juegos Olímpicos de Pekín ayudará a despejar las dudas. Será el año de China, aunque en el fondo el 2007 también lo ha sido. La elección de Hu quizá sea la típica licencia que hay que tomarse al confeccionar la lista de los personajes del año.

En realidad, el personaje del 2007 y de años venideros es ese ciudadano chino de clase media, habitante de una ciudad en expansión, que está en condiciones de aspirar a lo inimaginable: gozar del mismo nivel de vida de europeos y norteamericanos.

Los recursos del planeta son limitados, así que no debe sorprendernos que el suministro del petróleo y los alimentos se haya visto afectado por la irrupción de centenares de millones de chinos en el mercado. Y además, necesitan casas, coches y otros bienes de consumo.

En el plano político, la influencia es más sutil, menos traumática y para nada irrelevante. Sin estar tan preocupados por amenazas como la de Al Qaeda que consumen a Occidente, China extiende sus lazos por medio mundo bajo un principio preocupante: hagamos negocios sin hacernos preguntas.

No es que la tendencia de colocar los derechos humanos en el centro del debate político –impuesta por europeos y norteamericanos en los años 90– haya sobrevivido a esa década, pero no es aventurado suponer que la desinhibida relación de China con las dictaduras del Tercer Mundo servirá para dejarla pronto obsoleta.

China necesita materias primas y mercados. No gana nada con impartir lecciones sobre un asunto –la libertad y la democracia– en el que tampoco tiene un expediente académico del que pueda presumir.

Hu ha sido reelegido este año al frente del Gobierno y del Partido Comunista Chino sin estridencias ni debates acalorados. El consenso de la élite parece ser el principal requisito del comportamiento de las autoridades del país. Su principal legitimidad no proviene de ningún texto revolucionario, sino del crecimiento económico. Lo primero provocaría algo peor que rechazo entre la población china: sopor.

Pero lo segundo es motivo de orgullo para los chinos. Convertirse en millonario es su gran aspiración, no luchar por la democracia. Eso es especialmente cierto en el caso de la juventud, que ha abandonado cualquier aspiración reformista. Hu y sus compañeros del Politburó lo tienen fácil. Sólo deben preocuparse por que los desequilibrios económicos que ya son evidentes no terminen por dañar las bases del sistema.

Muchos llevan años anunciando que Pekín fracasará en el intento. No se ve en el horizonte nada que lleve a pensar que esos malos presagios vayan a cumplirse. Ni ahora ni probablemente dentro de 12 meses.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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