El mapa del mundo

Desfronteras (I)

William fue repatriado de Cuba por ser africano. O por ser negro. O por no hablar ni una palabra de español. Por todas o por ninguna de las opciones anteriores. Lo mismo da. Fue repatriado. Su impoluto pasaporte de la República de Ghana con el correspondiente visado turístico no hizo el menor efecto en las autoridades migratorias de La Habana. Tampoco sus reservas hoteleras. William había pagado 3.000 dólares por un maratoniano billete (Ghana-Sudáfrica-Brasil-México-Cuba). Había ahorrado durante meses para cumplir su sueño: ver el Caribe. Y Cuba, ese rincón anticapitalista de rostros tostados. En un avión de Copa Airlines, dejando atrás La Habana,William iba desgranando sus desventuras con desencanto. Mal durmió. Mal comió. No hubo manera de cruzar la frontera. De repente, pronunció una palabra: Jamaica. "Voy a Jamaica, allá no necesito visado. Bajo en Panamá, compro el billete. Y ya está", me confesaba entusiasmado.

Jamaica, Belice y Trinidad y Tobago eran los únicos países de América donde, según William, no necesitaba visado. William –alto, elegante– era un ciudadano no deseado en el continente americano. Una persona-casi-ilegal. De nada le servía trabajar para una agencia de viajes y tener dinero. William, como millones de habitantes del tercer mundo, no cuentan. No sirven para nada. No pueden viajar.

Brasil, después de que algunos de sus ciudadanos sufriesen todo tipo de desventuras para entrar a España, comenzó a sacar pecho migratorio. Reciprocidad, amigos. En pocos días repatrió a 24 españoles. Seis veces más en una semana que en dos años. Y en algunos de los casos, incumpliendo la ley. Separando en una fila a los españoles. Quitandoles el pasaporte. Y empaquetando mal educadamente en un avión a turistas o empresarios. En otros, rozando lo absurdo. Impidiendo que Leonardo, de 22 meses, abandonase con su madre Brasil sin una carta de autorización de su padre español. Realmente, Brasil llevó la reciprocidad al extremo. Aplicó a rajatabla las injusticias, vejaciones y arbitrariedades que sufrió en su carne. Y es que, infelizmente, el mundo es un juego de espejos. Un equilibrio de mímesis, de un yo-te-imito-porque-tú-me-jodes. Y cuando el desfavorecido, el maltratado, llega al poder, suele ser peor. Si Brasil entregase una rosa a cada turista español, daría una lección al mundo. Aunque puede que nadie lo hubiese entendido, menos el prepotente Hernán Schengen Cortés, Europa o el gobierno español. El ojo por ojo funciona mejor. Sin más.

Recuerdo a la perfección a un mexicano o americano-chicano, que intentó prohibir mi entrada en Estados Unidos en Nogales. Ok: es uno de los puestos fronterizos más peligrosos del mundo, una ciudad sin ley, un caos de ida y vuelta. Al final de una tensa conversación, mi pasaporte europeo le convenció a darme un agrio wellcome con acento guacamole. La fila de mexicanos no aceptados por el chicano/americano, cuando crucé la frontera, era descomunal. La fe del converso, decía. El clasismo del Pobre que Llega a Rico. Y es que ni quiero imaginar qué haría Brasil con ciudadanos del cuarto mundo si tuviese un tráfico de personas semejante al que tiene España. Brasil recibió el mejor año de su historia turística (2006), 5,5 millones visitantes. Las cuentas son fáciles. 183.987.291 habitantes/5,5 millones de turistas=0,03 turistas por habitante. España recibió 56 millones de visitantes en 2007 . 1,24 turistas por habitantes. A esto hay que añadir que el porcentaje de extranjeros en Brasil es mínimo (0,4% de la población, menos de un millón) y que el de España es de los más elevados del mundo (10% de inmigrantes legales según el censo de 2007, muchos más ilegales). ¿Qué haría Brasil en semejante situación? Hace un siglo, fue el país de la inmigración. Recibió, acogió, adoptó. Ahora, no quiero ni pensarlo. Después del populismo-nacionalismo que inundó Brasil tras el primero dictador y luego presidente Getúlio Vargas (1882-1954), me espero lo peor. Brasil trata a africanos y sudamericanos, cuanto menos, con desprecio. La Policía Federal reconoce que no dejó entrar en el país en 2007 a 574 personas. Entre ellos, 147 nigerianos. 66 guineanos. 61 bolivianos. 55 liberianos. 49 chinos...Suma y sigue. ¿Qué son cifras pequeñas? Puede ser. Pero he visto con mis propios ojos a miembros de la Policía Federal riéndose de las ropas de los africanos que pueblan sus comisarías. Y cómo los brasileños utilizan el gentilicio paraguayo como sinónimo de mala calidad y subdesarrollo.

Para todos ellos (brasileños en España, guineanos en Brasil, ghaneses en Cuba, cubanos en Europa etc) las fronteras se han convertido en un verdadero infierno. En líneas imaginarias/arbitrarias, en alambradas eléctricas, en salas de espera/tortura, en controles infinitos/aleatorios. Palabras que según Juan Goytisolo se esconden bajo eufemismos como "perímetros disuasivos, vallas de contención o sistemas perfeccionados de vigilancia electrónica". Fronteras/desfronteras.

Mi amigo William, después de aterrizar en Panamá, decidió volver a África. Panamá le prohibió la entrada. William se dio cuenta que estaba condenado a vivir dentro de aeropuertos. Que ningún país le permitiría pasar la frontera. Ni Cuba ni Panamá ni Brasil. Comiendo un triste bocadillo en el aeropuerto de Panamá City, hablando con placer de de los goles Eto´o y del ritmo de Femi Kuti, William me contó que no era la primera vez. Que era un repatriado reincidente. Que ya fue a Moscú, por ejemplo, con el visado turístico en regla. Y que fue repatriado. William, simplemente, prefiere ver el "mundo con sus propios ojos" y no creerse "lo que le cuentan" en la televisión. Volvería a intentarlo. Las fronteras –controles, salas de espera, interrogatorios– no le disuadían. Y por nada del mundo, eso sí, quería vivir fuera de su tierra. Sólo quiere ver mundo.

El geógrafo alemán Karl Ritter (1779-1859) concebía la Tierra como un organismo vivo. Para él, la morfología y el curso de los ríos obedecían a una voluntad divina. A la ciencia geográfica le correspondería apenas la tarea de comprender la obra del creador por medio de la razón. Las fronteras existían pues antes de su definición y delimitación. Pero el mundo –el hombre– demostró ser más complejo. Los países se fueron acomodando dentro de líneas imaginarias casi siempre arbitrarias. Dentro de una piel que muchas veces no coincidía con el tamaño de su cuerpo. Líneas imaginarias/invisibles. Rectas trazadas con tiralíneas desde despachos políticos. Muros de contención que nacen, crecen, se reproducen y mueren. Berlín, Palestina, Melilla. Alambres de espino. Zanjas. Brazos de agua que engullen pateras y sueños. Aduanas. Fronteras.

La teoría de Karl fue incluso malinterpretada. Degeneró en la ley del "espacio vital o lebensraum", que justificaba hasta la eliminación de otra nación o pueblo, interpretando la conquista como una necesidad biológica para el crecimiento del Estado. Y es que algunas líneas fronterizas –contradiciendo drásticamente a Karl Ritter– se han convertido en la verdadera encarnación de la sinrazón. Apenas citaré de pasada el Check Point Charlie que cercenó la vida de los berlineses durante décadas, el muro de la vergüenza que separa Israel de Palestina, la tétrica verja estadounidense (con calaveras de colores incrustadas) que asfixia Tijuana o las alambradas metálicas que cubren el contorno africano de Ceuta y Melilla. El tercer mundo, para diferenciarse del cuarto, del quinto, del vigésimo, también ha ido levantando muros/verjas/fosas comunes. Después de atravesar por tierra la mayoría de fronteras de América Latina, podría describir duramente cómo son algunas de ellas. Cómo México repatria a patadas a guatemaltecos. Cómo Costa Rica tiene un auténtico muro de contención para nicaragüenses. Infelizmente, el tercer o segundo mundo, tiene como patrón de comportamiento el del primero. La prepotencia, la arrogancia, la arbitrariedad del primero. La India trata a Bangladesh con desprecio/arrogancia. Bangladesh, hijo bastado, musulmán y casi menor de edad (se independizó en 1971), es considerado apenas como una fábrica de inmigrantes. Cuarto mundo para el tercero. Lo peor de todo es que las fronteras físicas, los ríos de Karl Ritter, las alambradas del tío Sam, los controles aeroportuarios de La Habana, Río de Janeiro o Madrid, acaban gestando otro tipos de fronteras. Fronteras de raza, de religiones. Líneas invisibles de prejuicios, de xenofobias. De inestables sentimientos de superioridad. Fronteras que, más que nunca, separan. La escritora india Urvashi Butalia, autora del memorable The other side of silence, cuenta en el relato Sangre la separación artificial de su familia entre India y Pakistán, después de la independencia de India del Reino Unido. Urvashi narra con sensibilidad la historia de su tío Ranamama, hindú que se quedó en Lahore (en el nuevo estado de Pakistán). Narra cómo se tuvo que reconvertir al Islam. Cómo fue despreciado. Maltratado como vil converso. Cómo los hindúes de la India desprecian a los musulmanes. Y cómo la frontera en la localidad de Wagah (en el Punjab indio) resumía el disparate fronterizo. A un lado un cartel: Bharat Mahan (India, mi país, es suprema). Y otro cartel, muy cerca: Kistan Zinzabad (Larga vida a Pakistán). "Pakistán e India tenían tanto en común que las barreras nacionales adquirieron enorme importancia para sus gobiernos como prueba de diferencia", escribe Urvashi Butalia. Los habitantes del País Partido en Dos, ante la imposibilidad de viajar al otro lado, dejaron hasta de escribir a sus familiares. La escritora usa una palabra penyabí, watan, intraducible en inglés o en otras lenguas, para resumir el sentimiento de su tío Ranamama y el de un país que de repente fueron dos. Watan puede ser hogar, tierra y país. Pero al mismo tiempo es más que todo ello. Cuando hablan de watan, los punjabis expresan una nostalgia superlativa. Un sentimiento de desarraigo. Un anhelo de volver. El mundo camina hacia el watan extremo. Los muros/fronteras dinamitan el watan por un lado. Y el odio/xenofobia por otro. Ranamana. William Que Soñaba con Conocer Cuba. Janaína, la brasileña que iba a casarse con su novia español y fue repatriada tras días de odisea en Barajas. Leonardo, el bebe de 22 años retenido en Salvador de Bahía... En el equipaje de vuelta de todos ellos, apenas sale reforzado el watan. Aliñado, infelizmente, con cierta sed de venganza, de odio. Después de todo, apenas un watan agridulce. La necesidad de sentirse dentro de algo. A salvo de las desfronteras, vallas, muros de contención o salas de repatriación.

Bernardo Gutiérrez/ Río de Janeiro

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