El mapa del mundo

Los que sujetan el muro

¿Quiénes son los "hitistas"? En árabe dialectal argelino hitistas significa literalmente "los que sujetan el muro". En Argelia, ese país rico lleno de gente pobre, se llama así desde hace años a los muchos jóvenes que, a falta de trabajo y sin apenas posibilidades para llenar su ocio, pasan gran parte de su tiempo en la calle con la espalda apoyada en una pared.

La estampa podría parecer anecdótica; en muchos países la juventud pena para integrarse en unos mercados laborales cada vez más competitivos. El problema en Argelia y también en los otros países del Magreb es la amplitud del fenómeno. Para empezar porque la mayoría de los magrebíes son jóvenes. Cuesta imaginar que el 75 por ciento de los argelinos tiene menos de treinta años. Más de lo mismo en Marruecos, donde el treinta por ciento de sus habitantes no ha cumplido aún los quince años.

Esta población difícilmente puede identificarse con un Abás El Fassi, primer ministro de Marruecos, de 67 años, o con el presidente argelino, Abdelaziz Bouteflika, de 70. Eso por no hablar del libio Gadafi o del tunecino Ben Ali, que hace décadas que recurren a tintes capilares para ocultar sus canas.

Inmersos en sociedades decadentes, sin trabajo ni dinero y mal representados por unos dirigentes septuagenarios que no han sabido sacar a sus países del subdesarrollo, los jóvenes magrebíes vuelven sus ojos hacia el extranjero.

Y hasta qué punto. Varios expertos y diferentes estudios llevan años hablando de la "obsesión migratoria" entre los adolescentes magrebíes. Una encuesta realizada a principios de esta década entre niños marroquíes de primaria arrojó unos resultados que deberían sonrojar a las élites de estos países. Casi un cincuenta por ciento de los escolares encuestados no querían ser bomberos o astronautas, sino emigrantes. Como si ser emigrante fuese una profesión más.

Las razones económicas, aun siendo las más importantes, no explican esta obsesión por sí solas. Un inmigrante marroquí en España a quien un periodista le preguntó hace años por los motivos que le habían llevado a abandonar su país contestó con una frase de rotundidad castiza: "Estaba hasta los cojones de que a mi novia la miraran como a una puta cuando nos paseábamos de la mano por la calle".

Puede parecer un motivo baladí, pero para tantos jóvenes del Magreb no lo es. La falta de libertad, el rígido control social, la ausencia o los precios inaccesibles de los lugares de ocio y la frustración personal y sexual son algunas de las otras razones de la emigración. También unas desigualdades sociales que hacen aún más insoportable su situación. Cuando no se tiene ni para pagar los casi tres euros que cuesta la entrada de un cine en el centro de Rabat, ver a un coetáneo pavoneándose en un Ferrari- como hace el joven propietario de una discoteca de moda en la capital marroquí- no contribuye a que uno se conforme con su condición.

Si unimos a esta falta de perspectivas los fuertes conflictos de identidad que tienen muchos jóvenes magrebíes, el panorama vira un poco más hacia el negro. También ahí se deshace un tópico; el que relaciona indefectiblemente la pobreza con el islamismo radical. Para muchos argelinos, marroquíes o tunecinos los islamistas no sólo les ofrecen ayuda económica, sino algo mucho más precioso: el orgullo de ser quienes son por encima del dinero y la clase social.

Trinidad Deiros

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