El tablero global

Combatiendo a la mafia afgana a cañonazos

No han pasado más que dos semanas desde que los líderes occidentales afirmaron en la Conferencia de Londres que la única salida en Afganistán era negociar la paz con los talibanes, y las tropas aliadas ya están recrudeciendo la guerra como gran solución. Hace 15 días, Hillary Clinton decía que "no se hacen las paces con los amigos, sino con los enemigos", y ahora sus soldados tratan de arrasar el bastión insurgente de Marjah.

Y no eran sólo civiles los que se oponían a la escalada militar. Hace un mes, el general Stanley McChrystal, comandante en jefe de la OTAN en Afganistán, declaró: "Como soldado, mi opinión personal es que ya ha se ha luchado bastante (...) Mientras se combate no se hacen progresos políticos".

Entonces, ¿por qué se desencadena en Helmand la mayor ofensiva bélica de los nueve años de ocupación del país? Se argumenta que el surge (refuerzo) militar en Irak funcionó, pero nada de lo ocurrido en los últimos dos años en el frente afgano indica que la situación sea comparable. Y el que advierte del riesgo de que fracase esa táctica en Afganistán es el propio general David Petraeus, artífice de su éxito en Irak.

Obama tiene mucha prisa en proclamar, para consumo interno, la victoria en el campo de batalla, pero ni siquiera el exterminio de los 2.000 combatientes talibanes atrincherados en la capital de Helmand supondría un triunfo decisivo en la contienda afgana. Porque no se puede derrotar a una insurgencia guerrillera con ejércitos regulares y porque se está combatiendo a la mafia a cañonazos.

Las raíces de la inquebrantable resistencia talibán no están en su capacidad guerrera (que se quiere aniquilar en Marjah), sino en su profunda infiltración en la sociedad rural afgana. Los jefes talibanes locales actúan con absoluta autonomía de la dirección insurgente (que podríamos situar en la Shura de Quetta), y no dependen de las contribuciones económicas extranjeras del integrismo wahabí para armar y pagar a sus hombres. Ni siquiera necesitan las ganancias del tráfico de opio y heroína, que les proporciona unos 70 millones de dólares anuales.

La verdadera fortaleza de los talibanes radica en que "actúan como una amplia red de bandas criminales que les permite utilizar diversas fuentes de financiación", explica Ahmad Nader Nadery, de la independiente Comisión de Derechos Humanos de Afganistán. Los comandantes regionales obtienen más beneficios de la extorsión a empresarios y contratistas de obras públicas (empezando por los que cobran de los fondos de reconstrucción aportados por la comunidad internacional) que del resto de sus actividades criminales. Es con ese dinero, a menudo procedente directamente de los impuestos de los contribuyentes occidentales, con el que compran víveres y suministros, fabrican bombas artesanales que están diezmando a los soldados extranjeros, adquieren el armamento y pagan a los suicidas (y a sus familias) para que cometan sangrientos atentados.

¿Pretenden herir de muerte esa estructura mafiosa nacional que impregna toda la sociedad afgana con una demoledora ofensiva militar? No puedo creer que nuestros dirigentes sean tan estúpidos.

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