Tierra de nadie

Esquivando a Aznar desesperadamente

Como al amigo pesado al que se cita en un lugar cuando la fiesta es en la otra punta de la ciudad, andaba el PP tratando de dar esquinazo a Aznar en las europeas, que no es hombre éste que se marque dos bailes y se vaya sino que además pretende pinchar su música a todo trapo. Al partido, dicho sea de paso, le viene fatal que el expresidente dé el cante porque lo planeado es no armar mucho ruido y hablar bajito, para que los electores no se enteren de que los responsables del paro, la Gürtel, los recortes y las subidas de impuestos se presentan a unas elecciones.

Presumía el PP que su estadista de cabecera estaría distraído con esa ingente cantidad de trabajo con el que, según afirma, se gana la vida honradamente, o que en último extremo entendiera el mensaje e hiciera mutis por el foro. Pero Aznar no es alguien al que se pueda hacer el avión tan fácilmente y ha bastado que tronara un poquito para que los suyos se apresuren a hacerle un hueco en la agenda y evitar así que desencadene una tormenta tipo diluvio capaz de remojar las barbas a Rajoy y a Cañete al mismo tiempo.

De hecho, la borrasca ya estaba en marcha. Fue escuchar el lamento de Aznar y su deseo de haber compartido tribuna con el rey de los yogures, "gran amigo y gran persona", y a Esperanza Aguirre le faltó tiempo para anunciar que ella le organizaba un mitin a toda pastilla, faltaría más, a más velocidad incluso de la que es capaz de huir de los agentes de movilidad cuando le multan.

Se hace difícil imaginar que la decisión de apartar a Aznar de la campaña haya partido de su presunto organizador, Carlos Floriano, quien pese a su inteligencia natural tiene graves dificultades para andar y comer chicle al mismo tiempo. Hay que suponer, en consecuencia, que la inspiración de Floriano procedía de Moncloa, donde Rajoy lleva tiempo queriendo matar al padre, pero a su manera, que no es otra que confiar en que el deceso se consume por simple aburrimiento.

Sin embargo, puestos en plan CSI, hay algo que no cuadra en el escenario del crimen. Como líder indiscutible del sector más ultra del PP, Aznar es a priori el que puede atraer al electorado más conservador, el que siempre se moviliza aunque el candidato de la derecha sea la cabra de la Legión después de ser imputada por cohecho, e ignorarle sería para el PP tan tonto como pegarse un tiro en el pie.

Alguien, por tanto, ha tenido que echar las cuentas y concluir que la presencia de Aznar puede ser contraproducente ya que recordaría también a los adversarios por qué han de ir a votar. Y el de la calculadora no puede ser otro que Pedro Arriola, ese incombustible gurú que de elecciones sabe mucho y de quien le paga mucho más.

Desde que Aznar presentó su último libro y descubrió que el gabinete tenía mejores cosas que hacer esa tarde, la temperatura de sus relaciones con el partido ha sido similar a la de un picnic en el Círculo Polar Ártico. Ocupadísimo en ganarse la vida, evitó asistir a la Convención del PP en Valladolid, en un claro mensaje de que donde las dan las toman.

Su interés en participar en la campaña y hacerse presente poco tiene que ver con unas elecciones a las que sólo habría prestado interés si el candidato hubiese sido Mayor Oreja, uno de su mismo clan. Su campaña es otra, la que ayer en su presencia lanzó su santa Ana Botella con dos promesas electorales -eliminar la tasa de basura y los parquímetros de algunos barios de Madrid-, incomprensibles a estas alturas salvo que quisiera avisar a navegantes de que si no es la candidata al Ayuntamiento habrán de vérselas con su marido el de Zumosol. Nos vamos a divertir un puñado.

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