Tierra de nadie

No es el fuero; es el huevo

De manera muy torera, Pedro Sánchez se ha propuesto cambiar el tercio de banderillas que le tenía la espalda como un colador por el de la muleta, y se ha puesto a pegar pases al natural a una reforma exprés de la Constitución para eliminar los aforamientos de los miembros del Gobierno y los parlamentarios, a la que deberían seguir en cascada los de la Judicatura y, por contagio, los establecidos en los distintos estatutos de autonomía. La tanda se ha rematado con un adorno por chicuelinas, una propuesta para penalizar a los propietarios de viviendas vacías, ya sean bancos, promotoras o particulares que habrá tiempo de comentar. Los tendidos están expectantes ante un previsible salto de la rana que desate la apoteosis.

Se hace difícil no aplaudir semejante faena, aunque los lances parezcan demasiado artificiosos. Respecto a los aforamientos, ni se entiende la prisa en modificar este punto concreto de la Constitución –dos artículos en realidad- ni que éste deba ser la reforma prioritaria, salvo que la intención última sea la de desactivar la propuesta estrella de Ciudadanos y darle un rejonazo al PP y a su presidente, Pablo Casado, quien sin su fuero especial ante el Supremo ya llevaría algún tiempo imputado por la causa de su máster de saldo.

No es criticable que el Ejecutivo pretenda marcar agenda y llevar la iniciativa del debate político, pero se corre el riesgo de asistir a una exhibición de globos aerostáticos, bellos por sus vivos colores pero inalcanzables porque nunca toman tierra. Plantear una reforma constitucional en 60 días que precisa para salir adelante de los votos del PP y con un alcance tan limitado –mantendría el aforamiento para muchos casos de corrupción cometidos desde el cargo así como el privilegio del que gozan eméritos y compañía- es un quiero y no puedo o, para ser exactos, un no puedo y tampoco quiero del todo.

Acochinado en tablas, Casado afirmaba este lunes que no pensaba morder el anzuelo y que, si de verdad se querían eliminar los aforamientos, que se acabara con todos, ya fuera de políticos, jueces, militares, policías y guardias civiles, hasta los 250.000 existentes. Todos de un plumazo. ¿Por qué no tomarle la palabra? ¿Pararía algo por imitar a Reino Unido, Alemania o Estados Unidos, donde no existe esta figura, a Portugal o Italia donde sólo se concede al presidente de la República, o incluso a Francia, que reserva esta prebenda al presidente de la República y a los miembros del Gobierno?

Si todo consiste en limitar los aforamientos y mantenerlos para supuestos reproches penales por acciones cometidas en el ejercicio del cargo público sólo se estaría poniendo pintura encima de la abolladura. La cuestión no es que sea el Tribunal Supremo o los Tribunales Superiores de Justicia los que se encarguen de instruir este tipo de causas ni siquiera las dilaciones con la que algunos implicados han jugado, como la de dimitir llegado el momento para que la causa fuera trasladada a un juzgado- sino algo bastante más complejo y que tiene que ver con el sistema de elección de los miembros de la Judicatura y su politización.

El problema no es que los aforamientos burlen la figura del juez predeterminado por la ley sino que en las designaciones de los magistrados, ya sean de la sala de lo Penal del Supremo o de los altos tribunales autonómicos, han influido los partidos políticos de esos mismos aforados con sus representantes en el Consejo General del Poder Judicial. Es decir, que los encargados de enjuiciar a los políticos les deben su puesto. Esa es la verdadera madre del cordero, el gato al que nadie quiere poner el cascabel. No es el fuero; es el huevo.

En definitiva, o se aborda una reforma integral de la Justicia y se instaura algo parecido a la independencia o se suprimen todos los aforamientos, que en esto hay que reconocerle a Casado más valor que el Guerra, dicho sea en términos taurinos. Todo lo demás debe de entenderse como una maniobra para desactivar a los adversarios, hábil si se quiere, pero completamente inútil para el interés general. La cosmética sigue siendo cosmética aunque sea de marca.

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