Tierra de nadie

La sanguijuela Lamela

Se ha desatado una campaña contra el exconsejero de Sanidad de Madrid Manuel Lamela, un ejemplo de emprendedor que ha sabido reinventarse a sí mismo hasta convertirse en un indecente. Son cosas de esa envidia tan española que no admite el triunfo ajeno y siempre busca tres pies al gato. No se perdona que un exservidor público haya sido capaz de labrarse un porvenir más que prometedor en el sector privado, donde sí que se valora la experiencia y los contactos. Reconvertido al business por imperativos del destino, el caso de Lamela debería ser estudiado por las escuelas de negocios porque nadie como él personifica esa gestión mixta tan mentada que hace ricos a los canallas.

Como se sabrá, nuestro hombre, abogado del Estado, pasó por distintos puestos en la función pública, del Ministerio de Justicia hasta la dirección del gabinete de Rodrigo Rato cuando era ministro de Economía. Con el maestro Rato estuvo poco, apenas un año, tiempo suficiente para aprender todo lo que podía serle útil en la vida. Empapado de liberalismo, fue descubierto por Esperanza Aguirre, cuyo ojo clínico para la detección del talento de los batracios no tiene parangón. Llegó así a Sanidad, de la que nada sabía ni falta que hacía, porque su misión como consejero era otra: construir primero hospitales, privatizar luego hasta las jeringuillas y disimular el saqueo con la cortina de humo de las falsas sedaciones a enfermos terminales del hospital de Leganés. Su éxito no ha tenido precedentes.

Tras su abnegada entrega al bien común, dio el salto a la actividad privada, montó su propio despacho de abogados y se dedicó a asesorar a las empresas a las que había regado con adjudicaciones. ¿Incompatibilidad? Bueno, no seamos tiquismiquis. ¿Puertas giratorias? No, exactamente porque Lamela es tan listo y aplicado que se saltó el primer paso. No fue de lo privado a lo público para luego forrarse en su regreso a lo privado. Llegó directamente a lo privado desde lo público, de manera que lo suyo, más que giratoria, fue una moderna y funcional puerta corredera.

Desde este despacho ha lanzado la campaña por la que ahora se le cuestiona: animar a la sanidad privada reclamar indemnizaciones al Gobierno por haber dispuesto de sus recursos para combatir la pandemia durante el estado de alarma. Ello, opina atinadamente Lamela, ha supuesto a los operadores privados un lucro cesante que ha de ser compensado y del que, si los tribunales le da la razón, él se llevará un humilde 8% de todo lo obtenido.

Como se decía, lo de Lamela es admirable. Cuántos horas de estudio, cuántos años de trabajo ingrato no habrá tenido que dedicar el sujeto hasta alcanzar la condición de sanguijuela que ahora le adorna. Gracias a tipos como él, empeñados en corroer los servicios públicos como hacen las termitas con la madera, volcados en destruir lo que tanto esfuerzo ha costado edificar con los impuestos de todos, son posibles los negocios de unos cuantos aprovechados que hacen grande a un país. Lamela es un visionario y un sinvergüenza.

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