Espejos extraños

La reflexión, las instituciones y la calle

Los periodistas me han preguntado en repetidas ocasiones por qué la reflexión que han hecho varias instituciones, "personalidades" e iniciativas sobre la situación de Portugal y las alternativas realistas al abismo suicida en el que estamos no suscita la indignación de los ciudadanos y motiva a las clases populares a salir a la calle a a gritar ¡Basta!. Insisten en saber por qué razón las recientes manifestaciones de las fuerzas de seguridad frente al Parlamento, como violación de las barreras de seguridad —que muchos creerán que significa una radicalización de la contestación social—, no tuvieron al final mucho seguimiento.

Las protestas sociales recientes en otros países aconsejan ser cuidadosos al responder a estas preguntas. Las protestas muestran que, a veces, surgen en contextos que parecían, de entrada, poco previsibles, bien por la represión política, como en Túnez, bien por la relativa bonanza social del período anterior, como en Brasil. Y también muestran que, cuando emergen, desbordan las agendas y las secuencias del pensamiento ordenado de los científicos sociales y comentaristas políticos.

En Túnez, la autoinmolación de un joven que sólo quería que el comercio de calle fuese regulado se transformó rápidamente, ante la incapacidad de las instituciones para dar respuesta, en la contestación radical del régimen político y posterior fin de la dictadura. En Brasil, la subida de 20 centavos (más de 6 euros) en el transporte público en Sao Paulo fue la chispa que incendió al país y se extendió de los transportes a la educación y a la sanidad hasta llegar al propio sistema político y la reforma del Estado. Las respuestas del Gobierno federal y provincial fueron, en general, tímidas y por eso aquellos que hoy se regocijan en la calma pueden llegar a tener una sorpresa desagradable cuando se aproxima la Copa del Mundo.

No es fácil responder a las preguntas de los periodistas que, ciertamente, dan voz a lo que va en el alma de muchos portugueses. En todo caso, me atrevo a dar algunas pistas. Ante todo, dejemos de lado el mito de las blandas costumbres de los portugueses. No son causa de nada; son, como mucho, la consecuencia de muchas cosas, por ejemplo, de la poca tradición democrática, de la promiscuidad endémica entre una élite económica cerrada (formada por pocas familias)  y el poder político autoritario, hoy sellada con el poder de los medios; de la falta de una revolución burguesa que instalase en toda la sociedad el valor de la libertad para que, sobre él, las clases trabajadoras pudiesen construir sus luchas por el valor de la igualdad; y también del conservadurismo de la iglesia católica, que cambió la lucha de los pobres por la lucha de la asistencia a los pobres, convirtiéndose, así, en la institución más subsidio-dependiente del país, cómplice de lo peor para poder sobrevivir mejor.

Para que de la reflexión se pase a la acción colectiva, es necesario que haya fuerzas políticas y organizaciones de la sociedad civil capaces de amplificar lo que en la reflexión hay de indignación y de alternativa, y de encuadrarlo en acciones políticas que presionen a las instituciones. Si éstas no dieran las respuestas adecuadas, deben ser capaces de recurrir al espacio público de la calle, pero sólo lo podrían hacer si supieran movilizar a las mayorías que no son activas políticamente. En Portugal, porque los ciudadanos independientes y los mecanismos de democracia participativa han sido proscritos del sistema político, las únicas fuerzas políticas son los partidos. Ahora, los partidos de la oposición no son siquiera capaces de presionar fuertemente a las instituciones, principalmente, a la Presidencia de la República. Están unidos a su desunión en un pacto de suicidio. Y mucho menos son capaces de encuadrar el salto de las instituciones a la calle. El Partido Comunista Portugués parece no haberse recuperado nunca del terror de ser ilegalizado durante el golpe del 25 de noviembre de 1975 (que puso fin al proceso revolucionario iniciado en 25 de abril de 1974), como querían las fuerzas reaccionarias que Melo Antunes y otros compañeros supieron neutralizar. El Bloque de Izquierda  ha perdido para la emigración sus bases más esclarecidas. El Partido Socialista está parado a la espera de que el poder le caiga en las manos por algún equívoco de los electores y, por eso, la sigla PS quieren decir Partido de la Situación, según esté en el poder o en la oposición.

En las organizaciones de la sociedad civil dominan los sindicatos. Estos tienen dificultades para encuadrar a muchos de los indignados, sean ellos precarios, desempleados, becarios, pensionistas... La Confederación General de Trabajadores Portugueses (CGTP) sufre de la obsesión de comportarse bien, lo que la obliga a hacer de todo para no parecer lo que tal vez no sea: comunista. La UGT (Unión General de Trabajadores) nació para dividir el sindicalismo y, por tanto, para trabar y no para acelerar el movimiento sindical. Hoy, UGT y CGTP buscan, más que los partidos de izquierda, caminos de convergencia, pero estos van a ser necesariamente trazados por quien los vaya a frenar más.

¿Y las asociaciones de estudiantes? Mi colega José Manuel Mendes hizo un estudio sobre las protestas entre 1992 y 2002 y verificó que el 56% de las mismas eran protagonizadas por estudiantes, sobre todo, universitarios. ¿Por qué están ahora ausentes de las protestas, atascados en costumbres retrógadas y borracheras infernales de sábado, dejando para los rectores la radicalidad de las protestas? Porque, mientras, la plaga mayor de la democracia portuguesa, las juventudes partidistas (las jotas), se han apoderado con el movimiento estudiantil y lo han puesto al servicio de las estrategias partidistas. Nada de esto impide que la calle explote mañana. Pero nadie de buena fe puede decir que lo previó con argumentos convincentes para los tiempos en que los formuló.

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