La covid-19 ha irrumpido con fuerza en todos los países del mundo, sin ninguna excepción. Ni conoce ni respeta fronteras. Hemos asistido a una pandemia global que, por esa misma razón, hubiera requerido una respuesta global, especialmente en lo que concierne al proceso de vacunación.
Pero nada más lejos de la realidad.
La figura que aparece a continuación ofrece información actualizada, elaborada con datos del 3 de octubre de este año. Podemos apreciar cómo ha evolucionado la vacunación en los países de ingreso alto, medio-alto, medio-bajo y bajo.
La desigualdad es sangrante. En el primer grupo de países, que agrupa a los que disponen de una renta por habitante más elevada, el porcentaje de la población que ha recibido al menos una dosis es del 68,4%. A escasa distancia está el que reúne a los de ingreso medio-alto, donde la parte de la población que ya ha sido vacunada también es bastante alta (63,4%).
El siguiente grupo, integrado por los países de ingreso medio-bajo ya está situado bastante lejos de los dos anteriores. Tan sólo ha recibido una dosis el 31,5% de la población. Y la brecha ya es enorme si ponemos el foco en los que cuentan con un ingreso más bajo, los países más pobres, donde tan sólo el 2,3% de la población ha sido vacunada con una dosis.
Centrándonos en estos dos últimos grupos, donde la vacuna sólo ha llegado a una minoría o ha tenido un recorrido claramente insuficiente, tenemos que más de 3000 millones de personas están claramente expuestas al virus o, pero aún, han caído enfermas.
Hay que tener en cuenta, además, que en estos dos grupos la pobreza está más extendida que en otras regiones. Tomando como referencia dos de los indicadores que utiliza el Banco Mundial (BM) -población que vive con menos de 1,9 o 3,9 dólares diarios en paridad de poder adquisitivo 2011- para medir la pobreza monetaria extrema. evaluar la pobreza absoluta, aplicaré el primero de ellos para los países de bajo ingreso y el segundo para los del grupo de los de medio-bajo ingreso.
Lamentablemente, el BM no ofrece información estadística actualizada, pero la que está disponible es muy ilustrativa de la gravedad de la situación. El grupo de ingreso bajo está formado por 27 países, entre los que, por cierto, se encuentra Afganistán. La pobreza absoluta en el último año para el que se dispone de datos, 2017, alcanzaba al 46,8% de la población, lo que suponía más 280 millones de personas. En el grupo de países de renta media-baja -55 en total- la pobreza, aplicando el indicador de 3,2 dólares, afectaba en 2018 a más de 1200 millones de personas, lo que suponía el 33,7% de la población.
En suma, 1500 millones de personas, una quinta parte de la población total del planeta, están en situación de pobreza severa, y, privados de los medios más básicos para vivir, se encuentran entre los más damnificados por la pandemia, y por otras enfermedades asociadas a la pobreza, como, por ejemplo, el VIH/SIDA, la tuberculosis, la malaria y el paludismo.
El contrapunto de esta catástrofe humanitaria lo encontramos en la satisfacción con que nuestros gobiernos, medios de comunicación, instituciones... se felicitan por los notables avances alcanzados en la vacunación. Sin reparar en que será imposible consolidar estos logros y seguir progresando si no se extiende la vacuna a los miles de millones de personas que están quedando en la cuneta, expuestas a la enfermedad. No se trata de generosidad -no pido peras al olmo- sino de justicia y de ser consciente que en un mundo que pese a todo sigue siendo global los circuitos de transmisión de la enfermedad a las personas y a la economía son múltiples.
Como señalaba al comienzo del texto, urge una iniciativa global -de la que mucho se habla, pero poco o nada se hace- que permita acceder a toda la población, en condiciones aceptables, a las vacunas.
El principal obstáculo para esa acción global se encuentra en las grandes compañías farmacéuticas, que están haciendo el negocio de su vida con la enfermedad.
Han recibido sumas millonarias de dinero público que han sido esenciales en el proceso de investigación y obtención de las vacunas, disfrutan del privilegio que les otorga ser titulares de las patentes, están negociando los suministros a gobiernos e instituciones en condiciones ciertamente opacas, operan con márgenes de ganancia extraordinarios, y los grandes accionistas y directivos se han lucrado del fuerte aumento de las cotizaciones bursátiles de estas empresas.
Luchar contra la enfermedad y considerar la salud como un bien público global exige acabar con el oligopolio farmacéutico. Hay iniciativas que apuntan en esa dirección -supresión temporal o definitiva de las patentes, transferencia de tecnología y apoyo a centros de producción que garanticen el acceso masivo a las vacunas...-, pero, como en otros asuntos igualmente decisivos donde las grandes empresas y los lobbies que las representan están imponiendo sus intereses, está por ver si hay la voluntad política necesaria para poner por delante los del conjunto de la población.
Hasta el momento, buenas palabras, declaraciones solemnes y vagas promesas.... y las farmacéuticas a lo suyo, a enriquecerse, mientras que se abre una nueva brecha entre el norte y el sur.
Comentarios
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