Tentativa de inventario

Cuatro bodas y un Orfidal

Cuatro bodas y un Orfidal
Una pareja posa en su boda junto al carrusel del amor.-Frazer Harrison (AFP)

Ya pasó. El verano del 'sí, quiero' terminó y de sus fastos regresamos no sé si mejores pero sí indudablemente más pobres. Expertos en asuntos nupciales estiman que los enlaces matrimoniales se han incrementado un 108% con respecto al verano pasado y un 20% si nos atenemos a cifras prepandémicas. Un porcentaje que sería aún más escandaloso si parte de los futuros contrayentes no se hubieran quedado por el camino, fundamental ahí la criba que supuso el confinamiento, meses de encierro que permitió a muchas parejas replantearse la movida al comprender, no sin cierto estupor, que en realidad no soportaban ni un minuto más a su contraparte.

Sea como fuere, el caso es que este verano se abrió la veda y la proliferación de casamientos ha sido ciertamente prodigiosa. Esto ha obligado a muchos incautos –entre los que me incluyo– a embarcarse en una suerte de romería, arrojando puñadicos de arroz a lo largo y ancho de nuestra geografía, testimoniando la dicha ajena, como un notario de la algarabía y el 'para siempre', con el traje y la corbata a cuestas, emulando a aquellos cantantes melódicos que, en pleno declive de sus carreras, iban de feria en feria ofreciendo lo mejor de un repertorio que ya no interesaba a nadie.

Y nada, eso, que estuve ahí. Que escuché sus votos, fumé sus puros y recorrí sus caseríos alquilados. Comentarles que este año pegó muy fuerte el tema de las florecicas disecadas y el rollo artesanal. Una clara apuesta por la bucolia que ha venido refrendada por una cierta predominancia del algodón en todas sus formas, así como de sedas salvajes tanto en ramos y servilletas como en invitaciones. Por último, en materia de iluminación, decirles que este año hubo mucha vela, mucho cirio y mucha candela. La luz tenue, dicen los que saben de estas cosas, fomenta la complicidad entre los comensales.

También hubo juegos interactivos, cortometrajes y diapositivas proyectadas en muros de piedra caliza. Fotos de cuando el Josevi conoció a la Maite, e incluso de un Josevi pre-Maite, de cuando era emo y llevaba la tristeza tintada en el rostro. Afortunadamente llegó la Maite y llenó de flores el jardín mohíno del Josevi, si bien es cierto que por aquel entonces la Maite simultaneaba la revitalización del jardín del Josevi con puntuales escarceos en jardines ajenos, alguno de ellos presente en el casamiento. Pero no pasa nada. Porque el amor por Josevi ha prevalecido y sobre todo porque Josevi no está al tanto de esta movida, que si lo estuviera igual montaba un pollo, con pajarita y todo, porque menudo es Josevi.

Y ahora sí ya estaría. Quizá hacer un llamamiento por la cordura. Vivimos tiempos belicosos e inflacionistas, el precio de la vida ha subido y conviene ser comedidos. ¿Quiere usted tomar una mano? Hágalo. ¿Quiere hacerlo a perpetuidad? A tope con su movida. ¿En la salud y en la enfermedad? Sólo faltaría. ¿Es necesario para ello contratar un surtidor de guirnaldas y un carricoche de algodón de azúcar? Quizá no. Pero ya pasó. Ahora sólo quiero dormir y gestionarme un Orfidal.

No significó nada, Josevi

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