Entre leones

Candón

No sé por qué será, si el Levante o el Poniente, pero por mi casa de Andrés Mellado, en Madrid, ha entrado una ráfaga de viento que me ha traído los olores y sabores de Medina Sidonia, tierra gaditana de rancio abolengo pastelero.

De estas tierras supe por primera vez cuando Juan José Téllez, mi hermano, mi maestro, me contó la entrevista que a finales de los setenta le hizo a un Puelles, un aristócrata mantenido por su ama en un palacete con una biblioteca cargada de socialismo y anarquismo. Nunca unas fantas y unos higos dieron mejores titulares.

Ahí nacieron las pocas o muchas luces que los Perales, los Blanco, los Pizarro y los Vargas-Machuca atesoraron años después acumulando actas de diputado y cargos públicos. Uno más troskista, Rafael Román, siempre me pareció el más brillante y auténtico de esta estirpe. Y el más querido para mí junto a Paco Blanco.

Pero de Medina Sidonia siempre me acordaré de Antonio José Candón, con un diminutivo similar a Toté. Era el corresponsal de Diario de Cádiz en dicha localidad gaditana cuando a mediados de los años ochenta del pasado siglo aterricé por una redacción de 14 personas y ni uno más. Higinio Sainz León, redactor jefe, decía cuando se cabreaba: "Somos 14, pero aquí hay por lo menos 24 hijos de puta". Eran otros tiempos, los tiempos de los hermanos Pepe y Federico Joly.

Candón cobraba un fijo mensual, pero era capaz de publicar sucesivamente, casi sin respirar, casi sin darle un respiro a su máquina de escribir, una obra a punto de ser adjudicada, una obra adjudicada, una obra a punto de empezar, una obra empezada, una obra casi terminada y una obra, por fin, terminada. Intenso, agotador. En estas lides era pertinaz pero también un orfebre capaz de no repetirse asido a una diminuta novedad.

Coincidió en su corresponsalía con el mejor alcalde medinato, Mariano Maeztu, un político de una decencia extraordinaria, Años más tarde me lo encontré en la Junta Rectora del Parque Los Alcornocales como representante de Ecologistas en Acción. Seguía igual: un tipo irreprochable, incluso se podía permitir el lujo de meterle a los demás el dedo en el ojo con la habilidad de un cirujano. Socialismo utópico quizás, o a lo mejor solo principios.

Pero volvamos a Candón, que llegó a Diario de Cádiz sustituyendo como corresponsal a un parricida, un tipo que mató a su padre entre crónica y crónica. Un hecho insólito según me contó mi llorado Emilio López, que bromeaba sobre el rigor de la selección de personal de la época.

-"Menos mal que no era un asesino en serie", decía muerto de risa.

Antonio José no era tan peligroso. Quizás podría resultarlo cuando lo veías armado con el Marca del día en la parte trasera izquierda de sus vaqueros recién salidos del vestuario de Lucky Luke. Puro Oeste.

Lo recuerdo enjuto, con unas gafas de miope XXL, siempre en movimiento, preguntón. Más del Cádiz que Mágico González y mi sobrino Juanjo Bezares juntos. Un señor corresponsal de todo un periódico de Cádiz y su departamento.

Nunca fallaba. Bueno, casi nunca.

En cierta ocasión, a propósito de una intoxicación alimentaria con los dulces típicos de Medina Sidonia, se fugó a Marbella en legítima defensa. Al día siguiente, se lo reproché y me respondió  muy asidonensemente: "Jorge, Marbella está muy lejos de los alfajores, picha".

Pero era (y es) un tipo valiente lejos de las cosas del comer. En cierta ocasión, a propósito de una pequeña gamberrada juvenil en el cementerio local que las fuerzas vivas de Medina Sidonia convirtieron en una profanación, se enfrentó al personal con dos cojones y un palito. Yo desde la redacción de Cádiz lo apoyé hasta el punto que un gachó me llamó por teléfono hijo de la gran puta. Perro viejo, le respondí: "¿Que te creerías que eras el único hijo de la gran puta de la provincia de Cádiz?". Oficio se llamaba.

En un incendio, en unas inundaciones, ahí estaba él. En cierta ocasión, en un fuego cerca de su pueblo, se consagró al firmar una extensa crónica con la chiclanera en práctica Ana Romero, posiblemente la mejor periodista que pisó la calle Ceballos tras mi admirada y querida Carmen Morillo.

Se está acabando el viento y me estoy quedando sin fuelle. Lo dicho, ahora que en el periodismo estamos repletos de mamarrachos es hora de reconocer que Antonio José Candón, Candón, Toté, ha sido el mejor corresponsal (salvando los de Ubrique, que eran como catedráticos de Filología) que conocí en los años que me moví entre Cortadura y Punta Chullera. Aparte de su verso largo y reiterativo era (y es) una bellísima persona, un tipo para cantarle una saeta en cada sujeto, en cada verbo y en cada predicado que engarza.

Ahora, en estos días que me he enterado que le vienen mal dadas, necesita recordarse para pedir perdón y ser perdonado.

Un abrazo, hermano. ¡Y vivan los alfajores de Medina Sidonia!

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