El veto parental o del robo de los hijos

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Quien se quiera engañar es muy libre de hacerlo, pero el conflicto en España entre la derecha y el gobierno progresista es un conflicto entre los privilegiados y las mayorías que se enmascara en peleas que lo que buscan es que las mayorías sientan junto a los que les están engañando. El principal objetivo de la derecha es lograr que gente que gana mil euros al mes o menos, apoye a los que se quieren robar España con impunidad. Y para eso necesita asustarles, convertirles en frustrados o que se sientan víctimas.

El veto parental lo han copiado del Brasil de Bolsonaro, otro ladrón. Porque la derecha reúne a los que necesitan justificaciones para robar. Ahí están los 1000 imputados del PP, los asuntos de la Monasterio y Espinosa de los Monteros o el chiringuito que le montó Aguirre a Abascal. Si robas envuelto en la bandera parece que robas menos. Cuando algunos intelectuales de la derecha apoyan barbaridades como el veto parental, abandonan el pensamiento y se convierten en propagandistas del machismo, la homofobia y el autoritarismo. Y es una lástima, porque para eso ya está Tertsch, el Cobra, Cara Anchoa o Rouco Varela.

A la derecha nunca le ha gustado que los sectores populares estudien. En el siglo XIX, contrataban sicarios para que golpearan o mataran a los maestros que iban a alfabetizar a los trabajadores, no fueran a enseñarles que había obreros y señoritos. Cuando por fin los hijos de los trabajadores llegaron a la escuela, la derecha quiso controlarla. Siempre, entregándosela a la iglesia. Si hacía falta, pasando por las armas o depurando a los maestros y maestras como hizo Franco. Luego, dejando que la escuela pública se deteriorara o privatizando la enseñanza. Nada hay que dé más miedo a la derecha que un pueblo culto.

El veto parental quiere impedir que los hijos puedan estudiar asuntos vinculados a la ciudadanía pese a que los consejos escolares, donde están los padres, que son los que deciden, aprueben previamente que sus hijos tengan charlas sobre temas económicos, políticos, sociales o sexuales o que eviten el acoso. Que además son evaluables. Ir a misa, si Estudiar la Constitución, toda la Constitución, eso no. El argumento es que los hijos son de los padres, algo que o es una perogrullez o esconde ideas peligrosas. Porque los hijos los conciben, paren, cuidan y educan en sus valores los padres y las madres. Pero los hijos no son una propiedad de nadie. De nadie. No estamos en los tiempos donde los padres solventaban las discrepancias con sus hijos a hostias. Por eso es bueno que los niños conozcan que hay más valores. Y derechos. Un padre no puede abusar sexualmente de sus hijos aunque sean suyos, ni golpearles, ni negarles el alimento y tampoco la educación. Aunque un padre sea terraplanista no puede negarle a su hijo que estudie geología en el colegio ni un creacionista que esté convencido de que venimos de Adán y su costilla puede negarse a que le expliquen a Darwin en la escuela.

El asunto no es ese. La derecha va a por los maestros y maestras públicos. A meterles miedo. A hacerles saber que los niños les vigilan como en el nazismo. A convertirles en sospechosos. La derecha miente sin pudor porque necesita un clima de odio. Y dirá que adoctrinan a los niños maestros comunistas, que les lavan el cerebro maestras lesbianas o, como dice un enfermo politoxicómano devenido en político, que les enseñan en la escuela a dar por culo a su hermanito, a hacer marxistas a los niños y feminazis a las niñas. O sea, que si enseñas a los niños a respetar la homosexualidad, les adviertes de que el porno que ven en su móvil no es una manera adecuada de aprender sexualidad o les ayudas a prevenir embarazos adolescentes o el contagio del SIDA u otras enfermedades, lo convierten en un plan comunista para robarles los hijos.

Cuando VOX o el PP hablan de ideología de género es porque les molesta que se deje de agredir a las mujeres o de tratarlas laboralmente de manera desigual. Quieren asustar a los maestros. Si dices en clase de historia que Franco dio un golpe de Estado en 1936, te acusarán de bolivariano, si dices que las dictaduras van contra la democracia, te llamarán comunista, si dices que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, te llamarán feminazi, si mencionas los casos de corrupción en clase, dirán que adoctrinas.

El veto parental va dirigido a ese cuerpo de frustrados -o en vías de frustración, que para eso están los medios de comunicación- que configuran el voto de la extrema derecha. Son la gente que venía de sentirse de alguna manera superior y ha perdido ese lugar cómodo. Que se creía un rey o dueño de un privilegio y con una libertad incuestionada, y ahora lo ha perdido. Lo ha perdido en manos de hijos que les cuestionan su autoridad sin argumentos, de maricones que les hacen dudar de su sexualidad, de feminazis que les debilitan su condición de patriarcas, de mujeres que les cuestionan su derecho a confundir el sexo con una película porno, de inmigrantes que les disputan el puesto de trabajo -y ya no digamos un amante-. El mensaje es simplista y faldo: si los hijos ganan, los padres pierden, si los inmigrantes ganan, los nativos pierden, si las mujeres ganan, los hombres pierden, si los homosexuales ganan, los heterosexuales pierden. Es mentira, pero se agita ese miedo y se producen un profundo enfado en quienes sienten que les están robando algo que les pertenecía. A esos frustrados -y frustradas- la extrema derecha les lanza un mensaje: podéis hacer lo que os dé la gana. Pero para ello, ayudadme a acabar con los que nos ponen frenos. A esa gente cabreada hay que hacerle entender que la están engañando y que los que les quieren sumados a sus filas, les necesitan para robarles.

Y si les dejamos, volverán a encarcelarnos, a convertir España en un cuartel adosado a una capilla, a cortarle el pelo a las mujeres que no se plieguen a sus exigencias. Esta pelea no es solo del gobierno: es de todas y todos porque nos amenaza a todas y a todos. O terminaremos midiendo la libertad por la longitud de la cadena.