Corazón de Olivetti

Cinco meses para cambiar el mundo

Un fantasma recorre Europa, el mundo, y nosotros lo llamamos 15-M. En cinco meses, desde el 15 de mayo al 15 de octubre, ni ha cambiado el planeta ni ha cambiado España, pero tampoco nadie es el mismo de antes. Los científicos han detectado sobre la superficie terrestre unas extrañas manchas de esperanza.

Nietos del mejor mayo del 68, hijos de la revolución de los claveles, hermanos de muchas de las primaveras árabes, ya hay una democracia real en las calles: la de aquellos que la exigen mientras los vizcondes de turno les llaman perroflautas. Los indignados se hicieron fuertes desde la Plaza del Sol en Madrid al viejo edificio del Valcárcel recobrado en Cádiz, de Jerusalem a Wall Street, de la plaza Tahrir de El Cairo a la Bolsa de Barcelona. Quizá discrepen sobre qué desean, pero tienen claro qué es lo que no quieren: un sistema que permite que el capital social de la empresa de Steve Jobs equivalga a la cuantía de la deuda griega.

Con distintas palabras, ese es el mensaje que sonó el sábado por las calles de la globalización. Es probable que el virus de la recesión no afecte igual a un chocolatero belga que a ese marroquí de Safi, muerto cuando los antidisturbios insistieron en proteger a los ladrones y endiñarle a sus víctimas. El virus económico que aqueja a nuestra deuda y a la de Lationamérica es el mismo, pero sus defensas son diferentes. Los anticuerpos de EE.UU o de la Unión Europea no pueden compararse con el de uno de esos niños con ojos panorámicos y huesos minúsculos que aguarda en Somalia a que la caridad o la justicia dejen de ser un burdo rumor.

Quizá hayan leído a aquel Federico García Lorca que, tras el crack del 29, describía a los seres humanos como "encadenados por un sistema económico cruel al que pronto habrá que cortar el cuello, y sordos por sobra de disciplina y falta de la imprescindible dosis de locura". Su presagio no se cumplió, ni entonces ni ahora, pero a ver quien es el guapo que corrige semejante diagnóstico. Esto no ha cambiado pero nos estremece. Nos conmueve. Los inmóviles, sin embargo, aún abarrotan los balcones.

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