Corazón de Olivetti

El irresistible glamour del catering social

Al reparto de alimentos de la antigua Beneficencia, se le denomina ahora "catering social". Así que, de un momento a otro, teman lo peor, alguien bautizará a esta profunda crisis como una agradable velada.

El irresistible glamour del catering social llena los comedores de Caritas o se interna en los barrios de la periferia, exhibe seguramente bandejas de Ferrero Rocher en el Banco de Alimentos y acompaña a la Tercera Edad en sus domicilios particulares, allí donde ya no hay presupuestos para atender la Ley de Dependencia, una norma que quizá habría que abolir antes de seguir pronunciando su nombre en vano.

Antiguos albañiles que ya no quieren volver al campo. Gente que fue clase media y ahora ya no tiene medios de ninguna clase. Los sin techo de toda la vida mirarán quizá con la suficiencia del veterano a los nuevos pobres. Todos los invitados a la degustaciónl eso si, dudarán probablemente entre el caldo del puchero y las lentejas como los comensales de cinco tenedores cuyo número ha crecido proporcionalmente al de millonetis se parten la crisma decidiendo entre el caviar Beluga, el Sterlet o el Ossetra.

Sin duda, atraídos por esa excepcional oferta de ocio gastronómico, ayer llegaron noventa inmigrantes clandestinos a las costas españolas, mientras el PP critica que en los comedores escolares de Andalucía se alimente a los niños que no tienen recursos para comer debidamente en casa. Quizá lo suyo sería hablar de catering escolar y pelillos a la mar.

Olvídate de Gramsci y de su célebre aserto de "cambiar la vida, cambiar la historia". Si no te gusta la realidad, no tienes por qué transformarla: simplemente, cambiale el nombre. Durante los últimos años, hemos asistido a la invención de neologismos apropiados a estos tiempos convulsos, como el acierto de denominar a los parados como "oferentes de empleo". ¿Recuerdan cuando en tiempos de ZP estaba de moda el palabro desaceleración? Luego, la recesión se vería aliviada considerablemente al ser denominada "crecimiento económico negativo", toda una antífrasis de pleno derecho.

Los recortes son ajustes. Los impuestos, novedades tributarias o recargo temporal de solidaridad, en feliz expresión de Cristobal Montoro y María Dolores de Cospedadl, respectivamente. Los repagos son copagos. La fuga de cerebros, "movilidad exterior". No les llamemos desahucios a los desahucios, sino "procedimientos de ejecución hipotecaria". Este, sin duda, es un gobierno de poetas, ¿o como si no considerar a quien sustituyó el burdo reduccionismo periodístico de la "amnistía fiscal" por la metáfora "Medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas"? Por no hablar, más recientemente, de la no menos célebre "indemnización en diferido" de Luis Bárcenas como tesorero del Partido Popular, una fórmula que sin duda debería democratizarse y extenderse a todos los despedidos de este país, a fin de que pudieran seguir percibiendo el correspondiente salario mensual por parte de sus antiguas empresas.

Ahora, tanto Olli Rhen como Christine Lagarde, esos milloneuristas de la Comisión Europea y del Fondo Monetario Internacional pretenden que España conmemore el año mundial de las ruedas de molino con una bajada de sueldos del diez por ciento. Hace un par de años, el Banco Central Europeo ya pretendía algo similar, sólo que en aquel entonces a dicho recorte se le bautizó como "devaluación competitiva de los salarios".

La Real Academia de la Lengua Española debería limpiar, fijar y dar esplendor al diccionario porque, como tantos otros albures en los últimos tiempos, las palabras ya no son lo que eran. Muchas de ellas están perdiendo su significado y adquiriendo otro bien distinto. La expresión "becario", por ejemplo, prácticamente a extinguir en el ámbito educativo a partir de la Ley Wert, adquiere una nueva dimensión en el contexto laboral, al poder extenderse dicha condición incluso a sexagenarios y puede que tal vez a septuagenarios si siguiera en retroceso la edad de la jubilación.

Los académicos debieran registrar como arcaísmo la vieja costumbre del convenio colectivo o la enunciación de la formula "estado del bienestar", cuyo mantenimiento no sólo puede conducir a errores sino a disturbios; así como la añeja figura del trabajador fijo, que ahora la CEOE quiere reconvertir en temporal, como si ya no lo fuese: a este paso, por cierto, la próxima reforma laboral incluirá la obligación de que el trabajador retribuya a la empresa en caso de "racionalización del mercado laboral", vulgo despido, de manera proporcional al coste laboral unitario que ha supuesto para la compañía y que probablemente haya redundado en menores excedentes empresariales, que es como algunos tecnócratas pijos llaman a los simples y sencillos beneficios.

La RAE debería tener, en cualquier caso, un especial cuidado con los barbarismos que está trayendo consigo la modalidad española del austericidio europeo. La palabra alemana Gurtel, que significa correa, debiera ir asociada de por sí a la rica gama que identifican a la corrupción, al latrocinio y otros pecados capitales, a los que también convendría incorporar el acrónimo ERE aunque, por ahora al menos, esta última voz quede reducida al habla andaluza. Un concepto inglés que está teniendo últimamente mucho éxito es el de crowfunding, cuyo significado profundo se aproxima a la vaquita cultural, a un micromecenazgo al que había quizá que identificar, a decir acertadamente del dúo musical Chez Luna, con alguna campaña del tipo: "Apadrina a un artista tieso".

Por más que la mona se vista de seda, mona se queda. Y por mucho que maquillemos los vocablos, la naturaleza –como diría Spielberg-- siempre se abre paso y, por ello, quizá la gente sepa de sobra y sin necesidad de Snowden, que cuando Estados Unidos habla de servicios de información, está hablando en realidad de agencias de espionaje. Pero, ¿por qué cada vez que el Partido Popular nos descubre la existencia de El Perejil o de Gibraltar, lo relacionamos de inmediato con las cortinas de humo? Lo que tendremos que preguntarnos, sin embargo, es quien nos va alquilar un smoking y en qué condiciones para asistir al catering social cuando nos toque el turno en la medida que siga avanzando la flexibilidad laboral que la patronal propicia y que los gobiernos, nunca mejor dicho, suelen ejecutar.

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