Quien cree estar de vuelta de todo es que nunca ha ido a ninguna parte

De la muerte

...y de la vida.

ATENCIÓN: Este post puede contener alguna imagen no apta para personas fácilmente impresionables.

Veneno
Símbolo oficial de la Unión Europea para las sustancias venenosas (directiva 67/548/EWG del Departamento Químico Europeo). El cráneo humano, solo o acompañado de otros huesos, ha sido un símbolo de la muerte y el peligro mortal en muchas culturas desde tiempo inmemorial debido a los procesos de esqueletización comunes a todos los cuerpos humanos tras su fallecimiento.

Hay una cosa que me llama poderosamente la atención. Con toda probabilidad, el nacimiento, la muerte y las funciones fisiológicas esenciales son las únicas experiencias que vamos a compartir todos los seres humanos que en el mundo somos. Y sin embargo, en las sociedades occidentales de hoy en día parece ser de mal gusto hablar sobre ello. La muerte en particular, casi una obsesión cultural en tiempos antiguos y clave en el pensamiento religioso premoderno, ha desaparecido por completo del discurso público. Parece ser socialmente inadecuado hablar de ella, una cosa macabra, inquietante y de mal rollo. A mí me parece no solo importante, sino algo por completo natural. Hablemos, pues, del morir. Y, necesariamente, del vivir.
Una experiencia personal.
Como ya te habrás dado cuenta, no suelo hablar mucho de mí mismo por este medio. Bueno, la verdad es que –descontando alguna anécdota– no lo hago en absoluto. Tengo varios motivos para ello, entre los que destacaré dos. El primero es que me siento más cómodo, más libre y hasta más seguro escribiendo bajo seudónimo. El segundo es que este blog y este avatar Gagarin quieren señalar frecuentemente a las estrellas y, siguiendo al filósofo, no me gusta dar muchas opciones para que nadie se centre inadvertidamente en el dedo. Los dedos de señalar siempre tienen padrastros, algo de mugre bajo la uña y, sobre todo, son esencialmente irrelevantes para los temas que suelo tratar. No vendría a cuento.
Sin embargo, hoy voy a hacer una excepción, precisamente porque sí viene a cuento: tengo una experiencia personal extensa con la muerte. Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años, mi padre al poco de que alcanzara la mayoría de edad y el resto de la familia más inmediata donde me crié no llegó a ver este nuevo milenio. También han desaparecido otras personas de gran importancia para mí; prefiero reservarme los detalles sobre esto. Por si no fuera suficiente, he tenido algún trabajo relacionado con la muerte; especialmente, cuando se producen determinadas pérdidas colectivas.
Vamos que, más allá del tratamiento científico habitual en este blog, hoy hay también una experiencia personal larga y complicada; te confesaré que, a veces, me siento como si hubiera vivido una guerra de esas duras, donde cae todo el mundo a tu alrededor, un mundo entero desaparece y terminas asombrándote de que tú aún sigas en pie (aunque ciertamente tocado). Sí, la vida es a veces un poco perra, pero ahora no vayas a hacerme la guarrada de darte pena o eso: es lo que hubo, tocó apechugar y hay muchos otros que por el mero hecho de nacer en un lugar o de una manera equivocados lo han tenido mucho peor. Si te da mucha penita, puedes hacer una donación a Cruz Roja o a Médicos sin Fronteras o a la UNICEF o algo.
Cuando tienes la ocasión de vértelas tantas veces y tan de cerca con la dama de la guadaña, a la fuerza terminas por aprender algunas lecciones; de las científicas y de las otras. Una de ellas es que la muerte es necesaria de muchas maneras distintas y en muchos órdenes de la realidad diferentes. Hace desaparecer lo viejo y permite que surja lo nuevo. Mantiene el control demográfico y esas cosas. Sobre todo, sin muerte no hay vida. Hasta este universo tendrá que morir alguna vez. Y, Grandes Helores aparte, de la muerte siempre nace nueva vida, nuevas existencias, futuros.
Polinización
El Segundo Principio de la Termodinámica parece sugerir que la entropía debe aumentar constantemente hasta la muerte térmica del universo, lo que impediría el surgimiento de estructuras más complejas y organizadas a partir de otras más simples. Sin embargo, evidentemente esto no sucede en la realidad. Y es que, junto a la entropía, existe la fluctuación.

De la vida, de la entropía y de la fluctuación.
Para entender la muerte, pues, tenemos que entender primero un poco de la vida. La vida es una de esas fluctuaciones que logran violar localmente el –por demás– invencible principio de entropía: la Segunda Ley de la Termodinámica. Ya sabes que en este universo respetamos por fuerza las leyes de la Termodinámica, pero no necesariamente en todos los momentos y lugares a la vez.
A mí me gusta visualizar la entropía como una legión infinita de duendecillos bastante bordes cuya única misión en el cosmos consiste en batirlo para empujarnos constantemente hacia el desorden y el caos –es decir: hacia el equilibrio–, sin que se les escape ni el más ínfimo detalle de la realidad. Imagínate una casa. Una casa recién construida, nueva, recién amueblada y limpia como una patena. Incluso aunque no residan en ella fuerzas caóticas como los niños, incluso aunque lleves muchísimo cuidado, incluso aunque no la ocupes, la casa se va a ir ensuciando y deteriorando. Surge polvo y suciedad por todos los rincones. Aparecen pequeñas averías, y luego cada vez mayores. Los muebles se estropean. Se desarrollan grietas. Algunas bombillas dejan misteriosamente de funcionar.
En diez años, la casa ya no parece tan bonita ni tan nueva. En cien años, hay que llevar cuidado de no hacerse daño con algo. En mil años es una ruina. En un millón de años, allí sólo queda un bosque. O un desierto. Entonces, tú intentas evitarlo: la limpias, la mantienes, la reparas, la vigilas. Y lo consigues... temporalmente, pero acto seguido todo empieza a deteriorarse otra vez. Incluso aunque aportes constantemente trabajo para mantenerla como nueva (lo que ya de por sí indica que hay una fuerza de alguna clase empeñada en lo contrario), la casa seguirá ajándose. Hay un momento a partir del cual ya no es económico ni merece la pena seguir manteniéndola; entonces, decimos que está vieja y la derribamos para construir otra cosa. O, simplemente, la dejamos decaer.
A todo el universo le pasa lo mismo, desde las grandes murallas galácticas hasta las uñas de los pies. Este es el efecto de la entropía. La razón es más o menos sencilla: todo sistema organizado está intrínsecamente en desequilibrio con respecto al medio circundante; y cada uno de sus elementos, con respecto al resto de sus propios componentes. En nuestra casa hay cargas mecánicas desiguales. Y concentraciones de sustancias bastante puras, y duras interfases entre unas sustancias y otras (el cristal, el marco y la pared, por ejemplo). Y la densidad de polvo y otros contaminantes en el interior es radicalmente distinta a la que hay en el exterior, separada por delgadas líneas de transición (paredes, puertas, ventanas, tejados). Hay productos muy distintos en contacto entre sí, que tienden a reaccionar químicamente con el tiempo. Está expuesta al sol, a la lluvia, al viento, a los seísmos, a las alimañas, a la humedad, al hielo, a las plantas, a todo; y ella intenta heroicamente separar el exterior del interior, impedir que entre nada de todo esto, mantener un desequilibrio entre lo de fuera y lo de dentro. Pero los duendes de la entropía empujan y empujan y empujan hacia el equilibrio, y siempre, siempre terminan por vencer.
Todo intento de luchar contra ellos es una guerra perdida, no te imaginas hasta qué extremo: al final, su triunfo resulta inevitable; es ley cósmica. Y sin embargo, podemos ganarles batallas locales en determinados momentos del tiempo y del espacio. Eso es, en esencia, la vida.
Resonancia magnética cervical
Técnicas de imagen médica como la resonancia magnética nos permiten observar las duras interfases físico-químicas entre los distintos órganos y con el exterior. Este es un desequilibrio radical que la entropía siempre está dispuesta a corregir... dispersándolos y, con ello, matándonos.

Pues a un ser vivo le pasa lo mismo. Aunque se podría decir que las cosas vivas están en un cierto equilibrio interno (homeostasis), creo que es más preciso definirlo como un sistema organizado estabilizado dinámicamente y sujeto a constante variación temporal. Desde un punto de vista mecánico, químico o termodinámico, difícilmente se puede decir que la sangre y las células de su alrededor se hallen muy en equilibrio, por ejemplo; ni siquiera todos los órganos se hallan a la misma temperatura. Lo que están es implicados en un sistema complejo que tiende a autoestabilizarse. Pero, a la más mínima (una enfermedad, una lesión, un cambio en el medio, hasta variaciones leves), se desestabilizan rápidamente. Entonces, aparecen una serie de acciones y reacciones cuyo propósito es recuperar la estabilidad, pues tal es la naturaleza de las cosas vivas; todos conocemos las muchas maneras como un organismo vivo se defiende frente a las agresiones y alteraciones del medio (incluso del medio interno: la enfermedad).

Cuando la agresión o la alteración del medio es demasiado potente, el sistema agota su capacidad para seguir estabilizándose a sí mismo y la homeostasis fracasa. Entonces, las tenues murallas de vida que mantenían el desequilibrio esencial entre el ser vivo y lo que hay a su alrededor caen y los duendes de la entropía penetran por la brecha en oleada para restablecer el equilibrio termodinámico fundamental. La entropía aumenta rápidamente, los mecanismos de autoestabilización residuales colapsan en cadena también, y el ser vivo pierde por completo su competencia para mantener el interior separado del exterior. Su existencia como sistema organizado más o menos autónomo ha terminado y está ya demasiado deteriorado para poderla recuperar: es la muerte. El equilibrio con el medio circundante se incrementa rápidamente y prosigue de muchas maneras simples y complejas reduciendo cada uno de sus componentes a sus elementos fundamentales, que se equilibrarán también con lo que hay alrededor: es la putrefacción, el decaimiento, la desaparición. Polvo (de estrellas) eras y en polvo (de estrellas) te convertirás.

Pero entonces, si estos duendes universales de la entropía son tan invencibles... ¿cómo es que el cosmos, las estrellas, los planetas, la vida pueden llegar a surgir? Frente a un ejército tan potente, ¿por qué pudimos construir nuestra casa o crear un ser vivo completo en nuestro interior? Si hay una fuerza inconmesurablemente poderosa que empuja toda la realidad hacia el máximo equilibrio termodinámico, hacia la homogeneidad final, ¡no debería surgir nada más complejo que lo anterior, jamás! ¿No...? Entonces, ¿cómo es que llegan a formarse las galaxias, los soles, los mundos, nosotros? ¡Lo impide ni más ni menos que el majestuoso Segundo Principio de la Termodinámica, señor de universos enteros! ¡Ley cósmica, oiga!
Aquí es donde acecha de entre los lugares que no ven los ojos otra fuerza poderosa a la que podríamos denominar las hadas rebeldes de la fluctuación: enemigas a muerte del ejército de los duendes de la entropía, siervos del Señor Segundo Principio de la Termodinámica, desde el inicio de los tiempos y para siempre jamás. Blandiendo sobre sus cabellos el Teorema de la Fluctuación y al grito de "¡por la Paradoja de Loschmidt, fluctuación cuántica y termodinámica!" merodean constantemente el universo y se buscan con los duendes de la entropía para mantenerse enzarzadas contra ellos en una lucha eterna cuanto a cuanto por el dominio de la realidad.

Nebulosa de la Cabeza de Caballo
Nebulosa de la Cabeza de Caballo, un criadero de estrellas en la Constelación de Orión. En su base se forman constantemente soles y sistemas solares enteros. Si la tendencia a una mayor entropía no pudiera ser violada localmente, este tipo de fenómenos no podrían darse jamás.

Un pelín más técnicamente, la entropía total siempre debe aumentar, pero no tiene por qué hacerlo localmente en todo momento y lugar. De lo contrario, la simetría temporal de las ecuaciones que rigen el movimiento quedaría violada. Por ejemplo: si tú grabas en un video cualquier proceso de estas características que dependa del tiempo, al pasarlo al revés esa imagen "en reversa" no viola las leyes de la mecánica. Se puede decir que para cada "trayectoria hacia adelante" donde aumenta la entropía, existe una "anti-trayectoria hacia atrás" donde ésta se reduce. Esto sería imposible si el Segundo Principio de la Termodinámica se diera necesariamente en todo caso local. El problema de derivar un modelo termodinámico irreversible a partir de leyes universales que funcionan igual de bien hacia adelante o hacia atrás se conoce como la Paradoja de Loschmidt.
Pero, paradójico y todo, así funciona el universo que vemos suceder constantemente a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos. En realidad, lo que ocurre es que el Teorema de Fluctuación y el Axioma de Causalidad nos proporcionan una generalización del Segundo Principio de la Termodinámica donde los sistemas pueden revertir localmente su entropía; en ella, el enunciado convencional de este Segundo Principio constituye un caso particular. Además de que nuestros ojos lo ven ocurrir diariamente por todas partes, la demostración del Teorema de Fluctuación sólo requiere que el estado inicial del sistema se pueda describir matemáticamente (como todo en este universo); que posea consistencia ergódica, es decir, que la probabilidad del efecto esté implícita en la existencia de la causa (evidente por sí mismo: un efecto sólo puede ser el resultado de sus causas); y que las leyes físicas que lo rigen sean temporalmente simétricas, o sea, reversibles a lo largo de la flecha del tiempo.
Esto de que la entropía de un sistema sea localmente reversible, interpretado en sentido amplio, da lugar a muchos efectos curiosos y al desarrollo de la realidad a la que pertenecemos. Volvamos al ejemplo de la casa. Veíamos que el polvo, por ejemplo, ha empezado a acumularse. Si un día te hartas de limpiarlo, al cabo de un tiempo descubrirás que el polvo ha formado esas bolitas que ruedan por todas partes. Entonces te pica la curiosidad y pones una de tales bolitas al microscopio; y descubres que está constituida por una estructura filamentosa altamente organizada. Lo ha hecho el aire, la electricidad estática, los atractores de los átomos y moléculas que lo componen. Vale. ¡Pero es una violación de la entropía, de la tendencia al máximo desorden!
Estás ante una fluctuación. Un tiempo y lugar donde se ha violado localmente la tendencia a una mayor entropía, y en vez de algo más desorganizado, ha surgido algo más organizado. Se debe al propio funcionamiento de las demás leyes de la realidad, que tienden a generar determinadas estructuras y sistemas. Para que se desarrollen estructuras complejas como las moléculas o las estrellas y no te digo ya sistemas tan sofisticados como la vida, tienen que darse estas fluctuaciones.
Lo que viene a decir el Manifiesto Rebelde de las Hadas de la Fluctuación es que, aunque la batalla final contra la tiranía entrópica esté irremediablemente perdida dentro de un uno y más de de mil ceros de años, todas y cada una de las batallas hasta entonces se pueden ganar, o cuanto menos empatar. Que hay eones enteros de realidad por los que merece la pena luchar.
Hipnos Tanatos
Casi todas las culturas han personificado de algún modo a la muerte, siendo muy reconocida hoy en día la "dama de la guadaña". En la imagen, vaso griego clásico que representa a los hermanos mellizos Hypnos (Sueño) y Thánatos (Muerte), hijos de Nyx (Noche) y Erebos (Oscuridad), llevándose a Sarpedon del campo de batalla troyano. Museo Británico, pieza Cat. Vases D56.

Del vivir y del morir.
La muerte se produce conforme los persistentes duendes de la entropía vencen a las hadas rebeldes de la fluctuación. No se trata de un instante, sino de un proceso.
Me viene aquí ahora una representación sindical de los duendes de la entropía a quejarse, muy dolidos. Dicen que me he pasado siete pueblos con ellos; que ellos sólo son unos buenos currantes acosados constantemente por las iluminadas esas de la Fluctuación. Uno, francamente ofendido, murmura que a buenas horas iba a tener yo metabolismo, bioquímica o incluso existencia si no fuera por su callada labor. Y que como un día de estos se líen la manta a la cabeza y se declaren en huelga, lo vamos a flipar: el universo se quedará paralizado por completo sin remisión alguna.
No les falta su parte de razón. Sin entropía o sin fluctuación, nada de lo que conocemos podría existir. Ambas no son sino dos aspectos de la fuerza que empuja al tiempo hacia adelante, y con él al desarrollo y evolución de todo el cosmos. Eso nos incluye, claro, a nosotros. Nuestra vida personal, aunque nos parezca tan importante, no constituye sino una chispita minúscula de los procesos a gran escala que permitieron el desarrollo y evolución del universo. Y esos procesos incluyen numerosas transformaciones entre lo vivo y lo inerte –lo muerto–.
Se dice a menudo que, cuando nacemos, comenzamos a morir. Y es verdad. Incluso se puede extender a escalas cósmicas: cuando el universo surgió, comenzó también a morir; y nuestra vida personal es apenas un breve paso en ese proceso inmenso propulsado por la entropía y por la fluctuación. Si me apuras, lo asombroso es que tú y yo y todos los que conocimos alguna vez llegáramos a alentar, a amar, a odiar, a sentir y soñar y pensar; un artefacto tan vistoso de la entropía y las fluctuaciones que empuja a muchos hacia la superstición.
Aunque, a decir verdad, sólo parece tan llamativo desde nuestro pequeño punto de vista. En términos cósmicos, por el momento no somos mucho más que un moho raro con muchas ínfulas atrapado en una breve línea de gases tenues entre el abismo y el frío, en un planeta minúsculo de un sol mediocre olvidado en una galaxia cualquiera. Y si cada galaxia del universo costara un céntimo de euro, no habría dinero suficiente en el planeta Tierra para comprarlas todas ni muy de lejos. Quizá cuando logramos hacer algo más que arrastrarnos como un líquen con patas por la superficie de un planetucho perdido podremos comenzar a darnos, con justicia, algo más de pisto. En nuestro descargo cabe decir que, a fin de cuentas, acabamos de empezar como quien dice.
La vida y la muerte son, pues, aspectos del mismo proceso. Tú te formaste en el vientre de tu madre a partir de la materia inerte y la energía no-viva que mamá absorbió durante el embarazo mediante la alimentación, el aire, su mera presencia en la superficie de este planeta. Carbono, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno, energía variada y un puñado de cosillas más: eso te construyó. La brujería de la vida radica en su habilidad para organizar todo eso en un sistema complejo capaz de estabilizarse, desarrollarse y reproducirse a sí mismo que encima hace cosas y presenta una entropía menor que todas esas sustancias y energías sueltas por ahí: la fluctuación.
Soldado georgiano muerto en la guerra con Rusia de 2008
Guerra de Osetia del Sur del verano de 2008. Este soldado georgiano ha sido fatalmente alcanzado por la materia y energía de un arma rusa, de manera suficiente para penetrar o desarticular todas sus protecciones físicas y biológicas como ser vivo organizado. A consecuencia de los efectos de estas fuerzas, su homeostasis y los procesos biológicos que mantenían estabilizados sus desequilibrios internos esenciales y sus funciones superiores han quedado dislocados irreversiblemente. La entropía se apodera de él para restablecer el equilibrio con el medio: decimos que está cadáver, muerto y descomponiéndose. No obstante, sigue habiendo muchas cosas vivas en él; y con sus restos, surgirán muchas más.

Sin embargo, ese es un sistema en desequilibrio radical con el medio circundante e incluso entre las distintas partes que lo componen (o de lo contrario estaría termodinámicamente muerto y no haría nada en absoluto). Sólo puede durar un tiempo, porque la entropía presiona eternamente para devolverlo a un estado de mayor equilibrio: el desorden, el caos, la desorganización que a partir de cierto punto ya no permite mantener las funciones biológicas y mentales superiores. Aunque lográramos prolongar la vida indefinidamente con medios tecnológicos, tarde o temprano los duendes de la entropía terminarán imponiéndose –aunque sea, estirándolo mucho, al aproximarnos a la muerte térmica del universo–. Entonces sobreviene lo que llamamos la defunción, el óbito, el fallecimiento, el estirar la pata, vaya.
No obstante, determinar este momento exacto es asunto discutible, precisamente porque se trata de un proceso y no de un instante. Los antiguos se asombraban de las similitudes entre el sueño, el coma y la muerte, dando lugar a numerosos mitos y leyendas. En general, aprendimos pronto a reconocer algunos signos y síntomas indicativos de que el proceso es ya irreversible. El favorito fue siempre la parada cardiorrespiratoria: el momento en que el funcionamiento del corazón y los pulmones no puede mantenerse ya estabilizado y queda interrumpido. Hoy en día sabemos que este criterio, aunque acertado en la mayoría de los casos, no resulta infalible y condujo a numerosos errores en el pasado: la función cardiorrespiratoria se puede restablecer, bien de manera natural o mediante técnicas médicas ahora comunes como la resucitación cardiopulmonar avanzada. En el estado actual del conocimiento médico consideramos signo de desorganización irreversible la pérdida sostenida de toda actividad cerebral. En caso de duda, todas las culturas han considerado la evidencia de putrefacción como prueba definitiva de muerte.
Y con acierto. Esto de la putrefacción no es más que la continuación de los procesos entrópicos o fluctuantes de la vida, pero desde luego al iniciarse pone en evidencia que no hay posible marcha atrás: el ser vivo está demasiado desestabilizado como para mantener gran parte de sus desequilibrios internos básicos. Perdida por completo la homeostasis, la entropía empuja para terminar de esparcir, desorganizar y consumirlo todo, restableciendo así el equilibrio con el medio circundante. Y para ello se vale también de otras fluctuaciones, en forma de bacterias, gusanos, carroñeros y demás. El ciclo de la vida y de la muerte prosigue así. Pronto, los átomos y moléculas que una vez formaron un ser humano terminarán perteneciendo de nuevo al planeta y a otras plantas y animales, incluyendo otros humanos. Como en el reciclaje.

Descomposición de un lechón a cámara rápida. Ojo esos estómagos delicados.

Los mitos de la muerte.

Sala de emergencias
Sala de urgencias críticas de un hospital moderno. En la actualidad, es posible reanimar y curar a personas que en el pasado se daban por definitivamente muertas.

Para incontables personas a lo largo de toda la historia de la Humanidad, esto de la muerte ha constituído siempre el misterio último y el miedo definitivo. Sin duda, tuvo que ser determinante en el surgimiento de los mitos, las leyendas y las religiones. Este que te escribe, que como ya te dije al principio ha vivido alguna cantidad significativa de muerte a su alrededor, no opina que haya ningún misterio especial más allá de los propios –y fascinantes– de la naturaleza, la entropía y el cosmos en su conjunto. Jamás vi nada que me diera algún motivo fehaciente para cambiar de opinión. Las cosas vivas nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos: eso es todo. El miedo, por su parte, es libre; si te interesa mi punto de vista personal, te diré que la muerte en sí no me inspira mucho temor. Supongo que a estas alturas sería como tenerle miedo a volar, después de todo lo que he viajado en avión. Le tengo miedo –eso sí– a algunas formas de morir, que las hay de bastante perras. Y, sobre todo, a lo que pudiera pasarle después a algunas personas que quiero. Pero para mí y a la luz de todo lo expuesto, la muerte es algo tan natural como la vida y debe ocurrir necesariamente. A mí, también. Entropía, fluctuación: ley cósmica.
En Mi visión del mundo, Albert Einstein decía lo siguiente, que yo comparto en su gran mayoría:

La experiencia más hermosa que tenemos a nuestro alcance es el misterio. Es la emocíón fundamental que está en la cuna del verdadero arte y de la verdadera ciencia. El que no la conozca y no pueda ya admirarse, y no pueda ya asombrarse ni maravillarse, está como muerto y tiene los ojos nublados. Fue la experiencia del misterio, aunque mezclada con el miedo, la que engendró la religión. La certeza de que existe algo que no podemos alcanzar, nuestra percepción de la razón más profunda y la belleza más deslumbradora, a las que nuestras mentes sólo pueden acceder en sus formas más toscas... son esta certeza y esta emoción las que constituyen la auténtica religiosidad. En este sentido, y sólo en éste, es en el que soy un hombre profundamente religioso. No puedo imaginar a un dios que recompense y castigue a sus criaturas, o que tenga una voluntad parecida a la que experimentamos dentro de nosotros mismos. Ni puedo ni querría imaginar que el individuo sobreviva a su muerte física; dejemos que las almas débiles, por miedo o por absurdo egoísmo, se complazcan en estas ideas. Yo me doy por satisfecho con el misterio de la etemidad de la vida y con la conciencia de un vislumbre de la estructura maravillosa del mundo real, junto con el esfuerzo decidido por abarcar una parte, aunque sea muy pequeña, de la Razón que se manifiesta en la naturaleza.

Más allá de las religiones y leyendas, han surgido algunos mitos de la Edad Contemporánea en torno a la muerte. Uno de ellos es que la existencia de un alma hasta cierto punto material u otra cosa análoga habría quedado demostrada mediante su peso, que sería de 21 gramos. Esta fue la conclusión a la que llegó un cierto doctor Duncan McDougall a principios del siglo XX, pesando a diversas personas y animales a lo largo de su agonía y muerte. Según el Dr. McDougall, un ser humano perdería estos 21 gramos de peso en el momento de morir; los perros, no. Sus observaciones nunca han podido ser validadas independientemente o reproducidas bajo circunstancias controladas, la metodología utilizada por McDougall resulta enormemente controvertida (muestra pequeña, método de pesaje incorrecto) y el mero hecho de hablar de un momento de la muerte y no de un proceso de la muerte ya nos sugiere que el buen doctor no acababa de tener claros algunos conceptos. Hoy en día, las conclusiones de McDougall se consideran generalmente pseudociencia.
Curiosamente, la imaginería popular tradicional ha creído siempre que las personas ganamos peso al morir, en vez de perderlo como aseguraba este médico. De ahí viene la expresión peso muerto o pesar como un muerto. Los miembros humanos amputados o anestesiados también parecen pesar mucho. Todo esto no es más que un error de percepción, derivado de que no tenemos mucha costumbre de levantar un cuerpo o un miembro adultos que no coopera en absoluto con su propia fuerza. Entonces, nos olvidamos de que una flaca de cincuenta kilos pesa tanto como un saco grande de cemento; y un tipo de cien, más que algunos motores pequeños de coche. En situaciones de emergencia, además, no es raro tener que manipular un cuerpo aplicando cargas y palancas que aumentan aún más la sensación de peso.

Ascensión al empíreo
"Ascensión al Empíreo" de El Bosco (ca. 1490), parte de la colección de cuatro postigos "Visión del Más Allá". Muchas personas creen reconocer en esta pintura el "túnel de luz" que algunos aseguran ver durante experiencias cercanas a la muerte. Óleo sobre panel, Palacio del Dux, Venecia.

Otro de estos mitos modernos generalizados, cómo no, es el del túnel de luz (que algunos extienden a la visualización de seres de luz ydemás). Lo primero que cabe objetar es que esta experiencia, de ser cierta, difícilmente resulta universal: sólo parecen haberlo percibido algunas personas y yo nunca me he encontrado con ninguna. Personalmente, conozco a varias que estuvieron al borde de la muerte o clínicamente muertas; no vieron nada parecido. Una chica que se había dado un fuerte golpe con la moto, teniendo entonces catorce años, me describió que ella sólo había visto como si los cuerpos del personal médico que tenía alrededor en el box de urgencias se estiraran al poco de entrar en parada cardiorrespiratoria aguda, según sus propias palabras, "igual que en un cuadro de El Greco". Finalmente, "se fue de golpe" y sólo despertó muchas horas después.
Un señor de mediana edad que conocí coincidía en esto del "irse de golpe": entró en varios comas con muerte clínica a consecuencia de un problema cardíaco grave y me contaba que, para él, había una discontinuidad temporal entre el momento de entrar en coma profundo y el de salir del mismo, como cuando te ponen anestesia general: un "clic" instantáneo entre un momento y el otro, sin nada en medio. Doy fe de que a mí me han puesto tres veces anestesia general y, en efecto, tal cual eso fue lo que sentí en todos los casos. Finalmente, un soldado que resultó herido durante una reciente guerra europea me lo contó así: "Estábamos saliendo de un pueblo. Di dos pasos hacia la carretera y al ir a dar el tercero, casi me caigo de la cama del hospital." Entre una cosa y otra habían pasado tres semanas, un balazo por sorpresa en el cuello disparado desde un bosque cercano y una carrera hasta la puerta de urgencias más próxima a golpe de bolsas de plasma, pinchazos de adrenalina (epinefrina) y desfibrilador militar aplicado de aquella manera. Este efecto de desconexión súbita parece ser común a varias formas de pérdida de conocimiento, coma, anestesia y muerte clínica.
No voy a poner en duda el testimonio de las personas que aseguran haber visto el túnel de luz en cuestión, que hasta aparece reflejado en un cuadro de El Bosco. Sí afirmo que no parece ser ni mucho menos una experiencia universal y que, por otra parte, tampoco sería tan raro que algunas personas alucinaran de manera parecida cuando cerebros muy similares (todos los cerebros humanos son muy similares) comienzan a morir de manera semejante por falta de oxígeno y nutrientes. En todo caso, de todas las personas que he visto morir, sólo una me dio la impresión de que estuviera viendo algo; y, por la forma rápida como movía las pupilas, no me pareció que fuera nada fijo en un solo punto.
A estas alturas, como dije más arriba, la muerte ya no es el misterio que acostumbraba a ser. Tenemos ya muchos conocimientos sobre las razones por las que vivimos y morimos, algunas de las cuales he comentado a lo largo de este post; y no parece que se trate de ningún suceso extraño o excepcional en el transcurrir del cosmos, la vida, la entropía y la fluctuación. Vivimos y morimos como parte de los fenómenos a gran escala que constituyen este universo; la materia y energía que nos componen va cambiando de estado y situación, permitiendo durante un tiempo el surgimiento de la vida y la mente. Después pasa a otros estados distintos, como cualquier otro proceso físico-químico, y al menos una parte de esa misma materia y energía acaba repartida entre otros seres vivos; o no, según donde caigamos fritos. No veo posible de ninguna manera realista que la conciencia de la propia existencia, resultado de una complejísima organización cerebral extremadamente frágil, pueda mantenerse a lo largo de esos procesos. El resto es ya cosa de la permanencia de la memoria cuántica. En todo caso, sólo lo que está vivo puede morir. Ya que los duendes de la entropía y las hadas de la fluctuación nos han hecho ese regalo, más vale aprovecharlo, porque muy –muy– probablemente no se repetirá.