Quien cree estar de vuelta de todo es que nunca ha ido a ninguna parte

La Ansiedad de Sofía (1/1): «¿Estoy sola?»

LA PIZARRA DE YURI.- En este nuevo podcast arranca nuestro viaje cósmico con Sofía: ¿Qué es la vida? ¿Qué necesita(mos)? ¿Es una milagrosa carambola o una fuerza de la naturaleza acechando al borde de la realidad para surgir en cuanto se dan las condiciones mínimas? ¿Qué condiciones mínimas son esas? Si quieres venirte, ya sabes...:


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el martes, 21 de febrero de 2023.


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La Ansiedad de Sofía, temporada I: «¿Estoy sola?» / Episodio 1

LA PIZARRA DE YURI.- La Ansiedad de Sofía (1/1): «¿Estoy sola?» © Dixo 2023
© Dixo 2023. Todos los derechos reservados pero lo publicamos bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0 Internacional.

¡Hola! Soy Sofía. En griego, eso quiere decir "la que tiene conocimiento, sabiduría". Soy muy curiosa y me gusta jugar con fuego. Así ilumino las tinieblas y a veces...

...las incendio.

Si eres como yo, o sea... si amas, si odias, si entiendes, si piensas con palabras, si sueñas con los ojos abiertos, si puedes hacer cosas para llegar adonde no llegarían tus ojos o tus manos... Si podemos observar el mar y la tierra y los cielos con la frente despejada y la mirada atenta, y hacernos preguntas y ansiar las respuestas en nuestra eterna búsqueda de la verdad y el sentido...

...entonces, nos concederemos el beneficio de la duda y nos llamaremos sapiens.

Sapìens vs. Neandertal. Imagen: Wikimedia Commons
Sapìens vs. Neandertal. Imagen: Wikimedia Commons

Eso es latín de ese antiguo; quiere decir: "quien sabe, quien entiende".

Y para saber, hay que tener curiosidad. Hay que preguntar. O, al menos, hacerse preguntas. ¿Acaso tú nunca te hiciste las grandes preguntas? Ya sabes, tipo: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Quiénes somos... o qué somos? ¿Para qué estamos, qué pintamos aquí... si es que pintamos algo? ¿Hay algo ahí afuera o acá adentro para mí, para ti, para nosotros? ¿Estamos solos o hay alguien más...?

De todas esas cosas, y más, trata este podcast. Y... no, no esperes aquí supercherías, ni disparates, ni autoayudas, ni cosas de esas... Al revés: seré brutalmente sincera; buscaremos las mejores respuestas que podamos con la herramienta más poderosa que tenemos: la ciencia.

¿Por qué? Porque la ciencia busca la verdad, sin concesiones, incluso a costa de sí misma, corrigiéndose una y mil veces sin ninguna vergüenza ni ninguna emoción ni pañitos calientes para nada o nadie. Ni siquiera para los científicos. Ni las científicas.

Y eso puede no gustar. Puede no gustarnos. O sí. Puede encantarnos. Pero no importa. La ciencia no está para hacernos sentir bien... ni mal. Con esa dureza nos cuenta lo más parecido a la verdad que la Humanidad podemos alcanzar en cada instante de nuestra existencia.

Y cuando no es capaz, nos regala las mejores dudas que se pueden tener, en busca de más y mejores respuestas.

Así vamos aprendiendo cada vez más del universo, de la vida y de nuestro propio ser. Así creamos cosas cada vez mejores —o peores, según lo que hagamos con ellas—.

Algunas de esas cosas sirven para aprender todavía más. Y más, en esa eterna ansia por saber, por comprender, que viene de serie con esto de ser sapiens. Esa es la ansiedad más profunda de Sofía, de mí: la que nos sacó de las junglas y las cavernas y nos llevará a las estrellas...

...o a nuestra propia extinción.

En esta [primera] temporada vamos a empezar por la última de esas grandes preguntas: ¿estamos solos? Por todo el universo, ¿somos los únicos ojos que miran a las estrellas y se hacen preguntas? ¿O hay otras gentes por ahí fuera, si se les puede llamar gente? Y si las hay, ¿son amigos, enemigos o si nos conocieran nos ignorarían? ¿Hay algún modo de contactar? ¿Conviene contactar?

La respuesta sencilla es: no lo sabemos.

Todavía.

Mucho más allá de las historias de invasiones y OVNIs y esos rollos, hay una ciencia que se lo pregunta en serio y a fondo. Es la exobiología, una rama o especialidad de la astrobiología. Y, como su nombre ya nos va diciendo, la astrobiología es hija de la astronomía y la biología porque estudia toda la vida en su conjunto, en su contexto... digamos, holístico o integral tanto terrestre como cósmico.

Centro de Astrobiología (CAB) de Torrejón de Ardoz (Madrid, España). Imagen: CAB, reproducida acorde a los términos de su aviso legal.
Centro de Astrobiología (CAB) de Torrejón de Ardoz (Madrid, España). dependiente del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Imagen: CAB, reproducida acorde a los términos de su aviso legal.

¿Y por qué he elegido la última pregunta para empezar?

Bueno, pues en parte... porque interesa. ¿Quién no se lo ha preguntado alguna vez, eh? Hay que ser muy primario para oír hablar de extraterrestres así con fundamento y no encender la oreja como mínimo. Yo al menos sería incapaz.

Pero no sólo es eso. Es que la exobiología me da pie para contarte cosas súper-interesantes sobre todas las ciencias: es una combinación curiosa no sólo de astronomía y biología, como te dije, sino también de física, química, geología, ecología, ciencias planetarias, telecomunicaciones, lingüística y mil más —incluso economía y psicología—, porque hay que juntar casi todo lo que sabemos ya no sólo para conseguir respuestas, sino hasta para plantear bien las preguntas.

Y las tres primeras preguntas son: ¿qué es la vida?; ¿qué es la inteligencia?; y, ¿hace falta vida en cualquiera de los sentidos que podemos imaginar ahora mismo para que haya inteligencia?

Muy antiguamente enseñaban en las escuelas que la vida es aquello que "nace, crece, se reproduce y muere".

Ahora ya hace mucho que conocemos cosas vivas que no nacen exactamente, no crecen (o envejecen) exactamente y tampoco mueren exactamente por sí solas. Se llama "inmortalidad biológica"... y no es tan extraordinario como igual te imaginas. Ocurre con ciertas bacterias, levaduras, algunas medusas y hasta en las hidras. Y no me refiero a las mitológicas ni a la de los Avengers. Hablo de las de verdad, esos depredadores chiquitines de agua dulce cargados con neurotoxinas paralizantes y otros prodigios muy naturales y muy letales.

Y sí: si las cortas en trocitos, no sólo no se mueren sino que cada trocito regenera una hidra nueva. Mucho mejor que la hidra de Lerna, la mitológica, a la que bastaba con cortarle todas las cabezas para matarla.

Hidra. Imagen: Wikimedia Commons.
Una hidra. Aunque no sean mortales para los humanos, todos esos tentáculos plagados de cnidocitos sumamente tóxicos pueden suponerte un buen escozor. A su escala, son unos depredadores temibles. Se reproducen por gemación y a menos que algo las mate activamente, es complicado afirmar que mueren. Imagen: Wikimedia Commons.

O sea, que de esa definición antigua de vida sólo nos queda una cosa: la reproducción. Al menos en este planeta, todo lo que está vivo se reproduce. Es uno de los dos signos más básicos de la vida tal como la conocemos: estamos cableados desde cero para reproducirnos y en los seres que tenemos sexo, para tenerlo tan pronto como sirva para algo. Mamá Naturaleza manda.

La otra característica es que somos sistemas abiertos que necesitan energía para funcionar, mediante un proceso que se llama metabolismo. Y para eso nos hace falta homeostasis, o sea alguna clase de mecanismo que separe el "exterior" del "interior", un interior donde pueda darse ese metabolismo sin que todo se desparrame y alcance un equilibrio químico incapaz de hacer mucho más. La vida lucha entre extremos y contrastes y se acaba con el equilibrio.

De hecho, una de las mejores definiciones de "muerte" es justamente esa: "fallo de la homeostasis que da lugar al equilibrio químico entre el interior y el exterior del organismo, resultando en la interrupción del metabolismo." Y con eso, de todas las demás funciones biológicas propias. A partir de ahí ya sólo son posibles otros procesos a los que llamamos normalmente pudrirse.

Así que... parece que se nos ha quedado una definición más básica de la vida que conocemos: cualquier cosa que tenga un "interior" y un "exterior" e intercambie energía con el exterior para mantener un metabolismo interior y reproducirse. Atrás quedó eso del nacimiento, el crecimiento, el envejecimiento y la muerte.

Y atrás quedaron también un montón de exigencias que antiguamente se consideraban imprescindibles para sustentar vida. Acabamos de reducirlas a un entorno que permita el desarrollo de alguna especie de "cápsula" (como una célula, por ejemplo) donde pueda darse un metabolismo interno y algún proceso de réplica para reproducirse. Como de costumbre, el genial Carl Sagan lo cuenta mucho mejor:

«El chovinista extremo dice: "si mi abuela estuviera incómoda en ese ambiente, entonces la vida es imposible ahí." Uno se encuentra con eso a menudo. La conocida expresión "la vida tal y como la conocemos" se basa exactamente en esa idea. Pero hay muchos microorganismos exóticos en la Tierra a los que les va bien en soluciones calientes de ácido sulfúrico concentrado y otras muchas cosas. Si no has oído hablar de ellos, te crees que nadie podría vivir en semejante entorno. Pero hay bichos que lo adoran.

Creo que una de las grandes delicias de la exobiología es que nos obliga a enfrentarnos al provincianismo en nuestras suposiciones biológicas. Toda la vida en la Tierra es esencialmente la misma; químicamente, somos idénticos a las bacterias o las begonias. [...] Creo que es ahí donde estará la realidad en la búsqueda de inteligencias extraterrestres. No se va a ajustar a nuestras fantasías, y no se va a ajustar a nuestro chovinismo.»

—Carl Sagan en entrevista concedida a Timothy Ferris para la revista Rolling Stone (1973), recogida por Tom Head (2006): "Conversations with Carl Sagan", University Press of Mississippi, ISBN 9781578067367, pp. 10-12.

Sagan ya nos introduce varios conceptos importantes, aquí.

Bueno, primero veamos qué es eso de los "chovinismos", porque lo vamos a necesitar más adelante. Chovinismo, antes dicho chauvinismo, hace referencia a un imaginario Nicolás Chauvin, que personifica al patriotismo exagerado y fuera de lugar. Acorde al mito de Nicolás Chauvin, sólo lo francés era bueno y todo lo demás, malo. O sospechoso en el mejor de los casos. La propia literatura francesa lo representa como un personaje patético, a veces entrañable pero definitivamente ridículo y ocasionalmente peligroso, por xenófobo y belicista.

Al pasar al inglés que hablaba Sagan como chauvinism, el sentido de la palabra se amplió a todo aquel que defiende su causa, grupo, idea u opinión hasta los mismos extremos absurdos. Allí, por ejemplo, nuestro tradicional machismo se dice male chauvinism (chovinismo masculino). Y entre científicos también hay chovinismos de estos. Por ejemplo, en este asunto de la vida extraterrestre, veremos cosas como el chovinismo del carbono, el chovinismo del agua o el chovinismo llevado al límite de los partidarios de la hipótesis de la Tierra rara. Más adelante te contaré también qué es esto.

...y de quienes, como decía Sagan, parecen creer que si su abuela no puede estar cómoda y tranquilita en un sitio, generación evolutiva arriba o abajo, entonces la vida no es posible ahí. Lo que nos lleva a otro asunto fascinante y relevante: los extremófilos: esos bichos capaces de medrar en "soluciones calientes de ácido sulfúrico concentrado y otras muchas cosas."

"Extremófilos" quiere decir "amigos de los extremos". Ya te conté que la vida surge en los extremos y llegar al equilibrio es morir. Los extremófilos no sólo surgen, sino que buscan y se regodean en algunos de los ambientes más hostiles que hay en este mundo. Me fas-ci-nan no sólo por sus "hazañas", sino porque demuestran que la vida —incluso la vida terrestre, sin considerar otras posibilidades— no sólo puede darse en lugares donde mi abuelita estaría muy incómoda, sino que además los prefiere a veces.

Déjame que te presente a mi favorito: el osito de agua. Los científicos los llaman tardígrados, pero a mí —obvio— me gusta más "osito de agua". El osito de agua no es ninguno de esos microorganismos misteriosos en los bordes de la vida, poliextremófilos radicales como ciertas bacterias y arqueas a las que les habría ido bien en Chernóbil. Dentro del accidente nuclear de Chernóbil, quiero decir, mientras el reactor estallaba e inmensas dosis de radiactividad lo barrían todo entre chorros de agua hirviendo a alta presión, venenos extraños y tal.

Qué va: el osito de agua es un animal como tú y como yo. Uno de los nuestros: seres pluricelulares eucariotas autónomos, sexuados, con ADN nuclear y mitocondrial más un sistema nervioso propiamente dicho, boquita para comer, ano para hacer popó y patitas para moverse. Aunque la mayoría son microscópicos, los más grandes miden medio milímetro y pueden verse a simple vista. Eso sí, son invertebrados, parientes cercanos de los insectos y demás artrópodos.

Un tardígrado u osito de agua. © SPL, con autorización.
Un ¿simpático? osito de agua. © SPL, con autorización.

Te digo: animalitos que se han encontrado desde las cimas del Himalaya hasta las profundidades abisales oceánicas, entre los polos y el ecuador, en el agua hirviente de los géiseres, bajo casquetes de hielo y hasta en las naves espaciales cuando vuelven a la Tierra.

Me refiero a fuera de la nave espacial.

Dudando de si eran verdaderamente capaces de sobrevivir en el espacio exterior o si es que las naves los atrapaban al llegar a tierra o algo, Europa quiso asegurarse por temas de bioseguridad planetaria. Así pues, en 2007 mandaron unos cuantos a bordo de la misión rusa Foton M3, la de la famosa cucaracha Nadiezhda, o sea Esperanza, la primera terrestre que concibió a sus bebés en el espacio exterior. (Con éxito: nacieron a su regreso y sus descendientes siguen por aquí sin el menor problema, múltiples generaciones ya.) Pero Esperanza iba dentro de la nave, bien protegidita, mientras que los ositos de agua...

...sí, eso: iban fuera, en varios grupos, tan solo contenidos por unos vidrios. Uno era un vidrio de seguridad normal y los otros tenían diversos filtros ultravioleta, para cubrirlos de la radiación solar más dura.

Nada más.

Los lanzaron desde el Cosmódromo de Baikonur con un cohete Soyuz y estuvieron doce días dando vueltas por ahí fuera, constantemente expuestos a uno de los entornos más hostiles para la vida que se pueda imaginar. A este experimento conjunto entre Rusia y la Agencia Espacial Europea se le llamó TARDIS: Tardigrades in Space.

Después, la nave reentró en la atmósfera terrestre y volvió a este mundo aterrizando en las estepas de Kazajistán. Al momento, los científicos fueron a ver lo que había. O, quizá, lo que quedaba. Al rehidratarlos con unas gotitas de agua, los que habían viajado sin ninguna protección se reanimaron, aunque murieron poco después. Pero de los que habían ido expuestos a la radiación UV-A y UV-B del Sol y todas las demás agresiones del vuelo espacial, sólo protegidos contra la ultravioleta más brutal...

...el 12% sobrevivieron, pusieron huevos y se reprodujeron. Sus descendientes también andan ahora por ahí con total normalidad.

Es... uh... difícil de explicar la capacidad de supervivencia que eso supone ya no para un microorganismo de esos extraños, sino para un animal que apenas está a unos pasos evolutivos de ti y de mí. Claro que quizá no debería extrañarnos tanto: también es capaz de resistir el cañonazo de un tanque desde dentro del cañón, o sea a unas 6,000 atmósferas de presión, o de soportar dosis de radiactividad cientos de veces superiores a las necesarias para freírnos a ti y a mí. Han sobrevivido a todas las cinco grandes extinciones que ha habido desde que rondan por este planeta, hace unos 500 millones de años o así.

¿Sabes lo más divertido?

El osito de agua ni siquiera es realmente un extremófilo.

No evolucionó, no está adaptado para vivir de normal en esas condiciones como los extremófilos auténticos. No le gustan, que es lo que quiere decir eso de -filo. Lo suyo son los charquitos, las lagunas y los musgos, líquenes y helechos de las latitudes intermedias, ni muy frías ni muy calientes. O tu ropa interior, siempre algo húmeda y agradablemente tibia. Lo único de especial con este Chuck Norris de nosotros los animales es que puede resistir todo eso y más.

La arquea extremófila Thermococcus gammatolerans, el organismo conocido más resistente a la radiactividad. Imagen: Wikimedia Commons.
La arquea extremófila Thermococcus gammatolerans, el organismo conocido más resistente a la radiactividad: puede aguantar hasta 30.000 grays de radiación gamma. Cinco suelen bastar para acabar con un humano, y con diez te mueres rápido. Además, le gusta vivir en fumarolas hidrotermales en torno a los 90ºC de temperatura, a 2.000 metros de profundidad bajo la superficie oceánica. Aquí, vista con microscopio electrónico. Imagen: Wikimedia Commons.

Como apuntó Carl Sagan, los verdaderos extremófilos y estos otros seres, digamos, "extremo-resistentes" como el osito de agua demuestran la primera gran idea que quiero transmitirte en este podcast:

La vida existe, sobrevive, medra y evoluciona en ambientes que matarían a las abuelitas de Sagan, a Sagan y al mismísimo Chuck Norris en una fracción de segundo. No necesita una "amable Tierra-2". Incluso la propia vida terrestre basada en el agua, el carbono y el ADN / ARN aguanta condiciones muy en los límites de la habitabilidad planetaria que conocemos, y a veces totalmente fuera de esos límites mediante una multitud de mecanismos de autoprotección. Igual que esos ositos de agua que viajaron al espacio exterior. O los que se han llevado en laboratorios a las cercanías del cero absoluto y luego revivido otra vez.

¿Te das cuenta de las posibilidades que abre esta simple idea?

Bueno, pues déjame que te cuente yo una e introducimos otro concepto súper-importante:

La existencia de extremófilos y "extremo-resistentes" en nuestra propia Tierra sin ir más lejos modifican sustancialmente los límites de la habitabilidad en todas partes. Si puede ser aquí, ¿por qué no podría serlo también en cualquier otro lugar que reúna unas condiciones mínimas? ¿Acaso en otro mundo con un entorno muy distinto al terrestre la vida, una vez aparecida, no evolucionará para adaptarse a las condiciones de allí igual que evolucionó y evoluciona para adaptarse a las condiciones de aquí? ¿Por qué no?

Esto nos lleva a otro asunto de mucha enjundia: ¿cuáles son esas condiciones mínimas para la vida?

Y, por cierto... ¿es la vida esa increíble carambola cósmica a mil bandas que muchos creen? ¿O es en realidad una forma común de autoorganización de la materia que está ahí "acechando" a la espera de que se den las condiciones mínimas en cuestión... un poco como los cristales?

Bueno, pues —de nuevo— la única respuesta honesta a esto es una que oiremos mucho en este podcast: no lo sabemos... todavía.

Pero sí sabemos lo bastante para empezar a hacernos una idea. O eso que llaman conjeturas bien informadas.

Veamos: lo primero, vamos a pasar de las especulaciones más extremas. Ojo aquí, que no por extremas son imposibles: científicos perfectamente serios con datos perfectamente sólidos las han postulado de maneras perfectamente razonables. Eso incluye posibilidades como formas de vida muy básicas, o incluso redefiniendo qué es la vida, en pleno espacio exterior o en determinadas regiones alrededor de ciertas estrellas, sin necesidad de planetas ni nada.

Pero, justo por ser tan especulativas, las dejaremos de lado en este podcast. Aquí queremos ciencia más dura, más con los pies en la tierra... o en alguna luna, al menos.

Empecemos por ahí: diríase que cualquier forma de vida remotamente parecida a la que conocemos exige un sistema solar con su estrella (o estrellas), sus planetas (o planeta) y quizá lunas orbitando esos planetas, o no. Quizá porque no conocemos otra cosa, o porque son un buen lugar para que se acumulen y combinen muchos tipos de materia, las regiones más o menos superficiales de esos planetas o lunas parecen un buen sitio para mirar.

Puede que por ridícula falta de imaginación, ceñiremos ese fenómeno "vida" a algo parecido a "la vida tal y como la conocemos" sobre la que nos previno Sagan. Por lo menos, a lo más elemental: asumiremos que toda vida es el resultado de un conjunto de procesos químicos que acaban conformando un sistema de reacciones complejas a las que llamamos "bio-química". Y con eso conducen a lo que dijimos antes: una homeostasis, un metabolismo que permite intercambiar energía con el exterior y alguna forma de reproducción. Si recuerdas, esa es nuestra definición mínima de vida, o sea de las cosas que son "bio"-algo.

OK, pues ya tenemos algo con lo que empezar a trabajar como si fuéramos astrobiólogos o exobiólogos amateur.

Veamos: sabemos que los elementos más comunes del universo, o al menos de nuestra galaxia, son (por este orden) el hidrógeno, el helio, el oxígeno, el carbono, el neón, el hierro y el nitrógeno. Pero el helio y el neón son gases nobles, esos tan especialitos que no les gusta relacionarse con nadie ni combinarse con nada; así pues, nosotros tampoco queremos saber nada de ellos y los apartamos porque no hacen nada. Eso nos deja con los cinco elementos más abundantes y químicamente reactivos: hidrógeno, oxígeno, carbono, hierro y nitrógeno.

¡Qué... tres casualidades más casuales nos salen por aquí! No una ni dos, ¿eh? ¡Tres:!

Como sé que te acuerdas, el agua es H2O. O sea, que está compuesta por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. O sea, los dos elementos reactivos más comunes del universo. ¿Será por eso que hay agua por todas partes, hasta donde llegan a ver nuestros telescopios y espectrómetros...?

¡Espera, que tengo más:! Resulta que entre el 97 y el 99% de nuestros cuerpos, y de todos los demás vivientes de este mundo, están compuestos por hidrógeno, oxígeno, carbono y nitrógeno. Tanto es así, que se dice CHON para abreviarlo y acordarnos. Es decir: cuatro de los cinco elementos reactivos más comunes del universo. Nos falta el hierro, que aunque tiene importantes funciones biológicas, no es tan abundante en nuestro sistema solar en particular.

¡Oye! Y si revisamos las cinco bases fundamentales del ADN y el ARN... o sea, la adenina, la citosina, la guanina, la timina y el uracilo... ¡todas son también puras combinaciones de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno! ¡CHON total!

Y esto vale para todos y todas, ¿eh? Que —como nos dijo antes Carl Sagan— somos químicamente idénticos a las bacterias o las begonias.

A ver, a ver...

Espera: pensemos esto un momento:

O sea... si esa "vida tal como la conocemos" basada en el agua, el carbono y el ADN / ARN está casi totalmente compuesta por los elementos reactivos más comunes del universo...

¿...nooo... habrá que pensar esto al revés? Quiero decir, ¿no será que "la vida tal como la conocemos" es como la conocemos porque utiliza los elementos reactivos más abundantes que existen...?

...y entonces... ¿esa "increíble carambola" ya no sería ni tan increíble ni tan rara, sobre todo si cuenta con millones y más millones de años para jugar a las combinaciones millones de veces por segundo hasta surgir...?

Un momento: ahí ya estamos especulando un poquito demasiado... aún.

Pero antes de acabar por hoy, consideremos otro hecho:

Resulta que todas esas reacciones químicas tan complicadas que acaban siendo bioquímicas se dan mucho mejor cuando hay dos cosas presentes:

Una, un disolvente líquido que permita a los átomos y las moléculas moverse libremente y arrimarse y juntarse y combinarse entre sí una y otra vez, billones de veces y luego todavía más. Por ejemplo... por ejemplo... bueno, ¿qué tal el agua, que como hemos dicho está compuesta por los dos elementos reactivos más vulgares del cosmos y por tanto hay por todos los rincones, líquida, sólida o gaseosa?

Y luego, además, muchas reacciones químicas del carbono, el oxígeno, el nitrógeno y el hidrógeno se dan mejor a temperaturas moderadas, más o menos por donde el agua se mantiene líquida o así. Ni tan frío que no puedan moverse ni hacer nada, ni tan caliente que se desestabilicen enseguida...

OK, sí, hay algo de "carambola cósmica" aquí...

Pero otra vez: ¿no habrá que pensarlo al revés? ¿No será que "la vida como la conocemos" es como la conocemos porque es una de las más fáciles en este universo? ¿Y que si las abundancias o condiciones fueran otras, entonces podría ocurrir que no surgiera pero también que surgiera de otras maneras distintas...?

Vale: ya ves que aquí hay tema y estoy poniéndome un poquito pesada con mis rollos por hoy.

Pero... ¿será el secreto de la vida así de simple? ¿O... incluso más sencillo aún? Porque...

No, no, espera. No puede ser tan fácil. Tiene que ser más complicado. Hay un montón de cosas que no estamos teniendo en cuenta y además, una cosa es la vida y otra la inteligencia, y si hace falta vida para sustentar la inteligencia, entonces... ¿pero y si no...? Bueno, también hay que tener en cuenta que–

En el próximo episodio, recorreremos con Sofía el universo desde las galaxias más lejanas hasta lo más hondo de nuestro ser en busca de respuestas: ¿Es "la vida tal y como la conocemos" la única posible? ¿Tiene que estar necesariamente basada en el agua y los CHON? ¿Existen otras opciones? ¿Dónde? Todo esto y más, en el próximo episodio de La Ansiedad de Sofía.

Dirección: Dany Saadia.
Documentación y guiones: Toni E. Cantó, "Yuri".
Locución: Shey Márquez.
Producción: Eduardo Albornoz.
Con música de: artlist.io
© Dixo 2023. Todos los derechos reservados.

Este podcast La Ansiedad de Sofía es una obra original de Dixo y, excepto donde se indique específicamente lo contrario, lo difundimos bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0 Internacional.

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el martes, 21 de febrero de 2023.