La realidad y el deseo

Bienvenido Mister Final de la Crisis

Los brotes verdes se han convertido en el argumento estrella de la publicidad oficial. Los discursos políticos de nuestras autoridades son calendarios diseñados para anunciar la primavera. España es un gran árbol seco de la raíz a la copa, pero los ojos paternales del poder intuyen que en cualquier momento van a estallar las hojas del empleo, el consumo y el crédito. Ya se ve la salida de túnel, la luz esta ahí, pronto volverá a levantarse el trigo.

Lo que fue una mentira electoral ruidosa –en cuanto ganemos las elecciones, acabaran todos los problemas como por arte de magia-, se ha convertido en un estribillo disciplinado que pasa de trimestre en trimestre y de año en año. Estamos esperando que los brotes verdes se hagan realidad con la misma ilusión que los habitantes de Villar del Río aguardaban la llegada de los americanos en la película de García Berlanga. Hace falta volver a rodar historias como la de Bienvenido Mister Marshall.

Luego la primavera pasa de largo, no se cumple ninguna promesa, los dramas empeoran y las cifras tienen más espinas que flores. La experiencia de la gente no consigue adaptarse a la esperanza de los discursos, porque sólo encuentra más dificultades cada día a la hora de buscar o conservar el trabajo y pagar la hipoteca, los estudios de los hijos y las medicinas del enfermo. Rebelde por naturaleza, la existencia cotidiana no descubre el verde por ningún sitio. Las cifras son espejismos en la mesa de los trileros.

En la ideología de los brotes verdes hay algo más peligroso que la distancia entre los diagnósticos oficiales y la experiencia real. Me refiero a la utilización del tiempo. El brote verde sitúa la gestión política de la crisis en el tiempo. Parece que todos participamos en un viaje y que sólo nos falta llegar a la meta. Las autoridades conducen el autobús, trabajan por nosotros, y a nosotros nos queda aguantar las curvas en una actitud de espera. Mañana vamos a llegar, el tiempo pasa, establece un camino, la felicidad nos recibirá con los brazos abiertos.

Diseñar la crisis como una cuestión de tiempo supone ocultar el espacio que vivimos como un campo de batalla. Porque la gestión de esta crisis no se ha pensado aquí según la estrategia del tiempo, según el ritmo de esos ciclos que han marcado la economía capitalista. La lógica ha sido otra: aprovechar la situación para desmantelar de forma agresiva los derechos laborales y los servicios públicos conquistados por la democracia española. Unos logros modestos si se comparan con las democracias consolidadas europeas, pero que las élites económicas españolas no están dispuestas a permitir.

El clasismo que el ministro Wert defiende de manera desvergonzada para la educación, no es más que un reflejo del clasismo prepotente que han impuesto los grandes poderes económicos españoles frente a las pequeñas y medianas empresas, las clases medias y los trabajadores. Aquí no se han tomado medidas contra el paro o a favor de la reactivación económica. La política de recortes, austeridad y pérdida de derechos laborales ha ido encaminada a convertir el empobrecimiento generalizado en el factor principal de la riqueza de las élites. Por eso conviene recordar que no estamos en un viaje, sino en una batalla. No parece lógico insistir en cuándo saldremos de la crisis, sino en cómo vamos a salir de ella, qué tipo de trabajo van a tener nuestros hijos, qué servicios públicos van a recibir los ciudadanos, cuáles van a ser sus condiciones de vida. Lo importante no es que fluya el dinero, sino el modo de producirlo y su reparto en la vida cotidiana de la gente.

Las estructuras del poder no han cambiado ni un centímetro por culpa de la crisis. Ningún pacto parlamentario ha propiciado la pérdida real de privilegios de las instituciones financieras, las grandes empresas, los poderes sociales y las cúpulas políticas a su servicio. Si es posible esperar una alternativa, vivir con esperanza, no es tanto por las hojas verdes que nos regalen después del viaje, sino por el coraje democrático y cívico de una población dispuesta a dar la batalla para defender sus derechos. Que esa población se organice para dar una respuesta es el único pacto capaz de beneficiar los intereses de la mayoría de los españoles. Entonces dejaremos de hablar del cuándo para discutir el cómo.

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