Cabeza de ratón

De Lampedusa a Melilla

Cientos de cadáveres recientes y miles de muertos vivientes, que sobrevivieron a los naufragios precedentes, han convertido la Isla de Lampedusa en un híbrido de cementerio  y campo de concentración. Durao Barroso y Letta visitan el escenario, un escenario más de esta catástrofe cotidiana, una odisea que se representa desde hace tiempo en el homérico Mar Mediterráneo, más tragedia que epopeya. Nuestros héroes de hoy, el portugués y el italiano, son recibidos por los habitantes estremecidos de Lampedusa al grito de ¡Vergüenza!.  Barroso que viene de visita casi protocolaria se resiste a visitar el campo de rescatados donde se hacinan a la intemperie los más desheredados del mundo que se jugaron la vida, que era lo único que tenían, para ganarse la supervivencia en un mundo ilusorio que quizás solo habían entrevisto en la televisión, un mundo de gente feliz, hospitalaria y rica, y rica es para ellos cualquier persona que cubra las necesidades básicas de cualquier ser humano sin reducirlo a la esclavitud. No deben saber que muchos de los ciudadanos de la isla de forzada acogida son también esclavos que trabajan a cambio de alimento y vivienda, cada vez menos alimentos y peores viviendas.

Esclavizados por unas leyes que prohíben prestar asistencia a los náufragos extranjeros bajo amenaza de graves penas. Esas amenazas frenaron los impulsos humanitarios de marineros y pescadores que estuvieron en el escenario de un crimen del que, en diferentes grados, fueron cómplices. Es un crimen abandonar a la muerte a estas víctimas de todas las hambrunas y de casi todas las guerras. Es un crimen pero no es un delito y de eso sabe mucho la vieja Justicia Italiana. Hay quien dijo que la atribulada expresión de Enrico Letta en Lampedusa  se debía tanto a la tragedia marítima como a los problemas de gobernabilidad de Italia y a las nuevas astucias de un delincuente, en todas las acepciones de la palabra, de un criminal redomado y condenado de forma casi simbólica. La sombra de Berlusconi aún sobrevuela el horizonte de Italia y turba los sueños de Letta. Al otro héroe, el llamado Durao Barroso, factótum de la Unión Europea, la visita a Lampedusa le ha sentado mal y ha estado a punto de sufrir un corte de digestión. Se le ha pasado pensando en esa comisión europea que estudia como solucionar el problema. Hay un aforismo que dice que un asno es un caballo diseñado por un comité. De momento, los comisionistas, han decidido aumentar la vigilancia, endurecer las leyes migratorias y reforzar la seguridad de los mares conflictivos, se supone que con más armas y más policías.

En Italia tienen un papa para compadecerse en nombre de la cristiandad y hacer llegar sus condolencias a las familias. El papa Francisco cumple magníficamente este papel, demasiado bien para algunos sectores de la Iglesia. En España los miembros de la retrógrada Conferencia Episcopal se están tentando los hábitos. No se ha visto a Rouco Varela, ni a su sobrino Martínez, en las proximidades de la Valla de Melilla, su reino no es de este mundo. Casi ni se han visto imágenes o reportajes en profundidad de lo que allí pasó y sigue pasando a menudo. Las únicas imágenes repetidas en los diarios y los telediarios estaban tomadas por cámaras de seguridad, el blanco y negro y la mala calidad de las tomas servían, paradójicamente, para darles el dramatismo y verosimilitud de una vieja película de terror.  La actualidad política española va por otros derroteros que solo pasan por el Estrecho cuando se trata de Gibraltar. Los muertos no son nuestros y a los náufragos les repatriamos después de haber sufrido un cautiverio más en lo que pensaban que iba a ser su Tierra Prometida. Pero ni los dioses, ni los políticos cumplen jamás sus promesas.

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