Cabeza de ratón

Leña al moro

Desde que Tarik y Muza cruzaron el Estrecho con sus pateras cargadas de belicosos inmigrantes, nuestras relaciones con los vecinos de abajo no han sido nada amistosas y hoy, bajo la capa de las buenas palabras y de las declaraciones de buena voluntad de ambas partes, sigue apareciendo un sustrato de rivalidad, incomprensión y desconfianza, la presencia de moros en la costa sigue siendo una amenaza aunque ya no nos visiten armados hasta los dientes sino como famélicos polizones en busca de un pan que llevarse a la boca.

Esta sigue siendo la tierra de Santiago Matamoros, de Santiago y cierra España, el apóstol guerrero sigue cabalgando en los altares sobre su caballo blanco, aplastando a los infieles que asoman entre las patas de su montura. Él guarda nuestras fronteras y vigila el horizonte. He pensado lo que sentiríamos los españoles si en las iglesias de nuestra vecina Francia cabalgara algún Saint Jacques Mataespañoles pisoteando a unos individuos con boina y cara de mala leche. Pero no solo es beligerante nuestra católica iconografía, en el subconsciente colectivo subyace, quizás definitivamente enquistado tras las guerras africanas, esas tristes e infames contiendas en las que se forjaron superlativos héroes como El Generalísimo, otro matamoros experimentado que no dudó sin embargo en iniciar su cristianísima cruzada con el apoyo de mercenarios musulmanes. Las tropas moras dejaron amargos recuerdos entre los combatientes y resistentes del bando republicano, bando generalmente favorable a las buenas relaciones entre moros y cristianos y extremadamente crítico con la desastrosa política colonial española. Si el generalito Franco hubiera tenido más oportunidades para descabezar moros en los riscos de Marruecos ascendiendo en el escalafón por méritos de guerra, tal vez se hubiera evitado la guerra civil, a base de carnaza infiel, más carne de cañón para calmar tanto ardor guerrero y tanta ambición castrense.

De aquellos crímenes nacieron estos lodos que siguen embarrando la memoria y resucitando el odio racial, odio africano de ida y vuelta. Esta vez los moros vienen para quedarse entre nosotros y gozar de las presuntas ventajas de la que fuera próspera Europa. Otros estados colonialistas como Francia recibieron, no con los brazos abiertos pero al menos con las fronteras entreabiertas a sus antiguos súbditos resarciéndolos de sus agravios, una deuda que nosotros aún no hemos pagado y que está pasando su abrumadora factura en estos tiempos críticos en gran parte de la depauperada Europa, con Francia a la cabeza. Esclavizados en su casa y explotados en la metrópoli que ya no los necesita para ocuparse de sus basuras, los "ilegales" africanos vienen en el fondo a reclamar sus derechos llamando a la puerta de sus amos de antaño. La Unión Europea refuerza su flota para impedir la invasión y en todo el continente emerge una ancestral y renovada morralla de guardianes voluntarios y partidarios de la pureza racial, toda una entelequia en estas tierras de las mil razas, cancerberos insomnes de la gran reserva espiritual y moral del Occidente cristiano.

La gran tragedia es la de los náufragos de las pateras, pero en el otro lado la irresistible ascensión de los ultranacionalistas se cierne sobre todas las cabezas pensantes que razonan con la mente y no con las vísceras. Las doradas auroras que nos predican estos paladines de la xenofobia, son auroras de sangre, el sueño, la pesadilla de un continente blanco y cristiano, nunca se hará realidad pero en las cunetas y en las playas se acumularán miles de cadáveres. Ese fantasma ultra que recorre Europa no había tenido en España mucho auge, la extrema derecha residía en el hospitalario seno del PP, resguardada y dispersa, pero hoy empieza a asomar la cabeza por las fisuras del partido, los jóvenes fascistas han perdido el respeto por sus mayores que ya no están para muchas hazañas bélicas, los cachorros de la camada negra ya saludan con el brazo en alto sin rubor alguno y añoran a un Adolfo Hitler que no conocieron y que no tenía muy buena opinión de las razas mediterráneas formadas por mil leches y raleas de color sospechoso. Muy arios no somos camaradas.

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