El acta de concesión del Premio Nacional de Periodismo Cultural 2018 a Ana Romaní destaca, como recoge Público, "su visión de feminismo crítico y compromiso social". Son, creo, dos de las razones que han llevado a la dirección de la radio y televisión gallega, y en última instancia al gobierno de Feijóo, a suprimir el Diario Cultural, en el formato que hizo de él el programa más premiado de la radio gallega, o a dejarlo tan irreconocible que Ana no pudo aceptar seguir coordinándolo. La dirección de la CRTVG está en situación irregular, dado el incumplimiento de la Ley de Medios Públicos: debería haber un Consejo de Informativos –que no existe–, y el director tendría que ser avalado por dos tercios del parlamento gallego, no puesto por la Xunta. Este premio a Ana Romaní lo es también para las trabajadoras y trabajadores de la radio y la televisión gallegas, que llevan a cabo desde mayo los "viernes negros", denunciando la manipulación de los medios públicos.
Con el Diario Cultural desaparece uno de los pocos espacios donde se ha llevado a cabo, a lo largo de casi treinta años, una educación en el proceso de interpretar el mundo a través de las lentes violeta. Educación feminista que es necesaria, como tristemente se pone de manifiesto el mismo día en que celebramos el premio a Ana, con cuatro nuevos asesinatos. Una parte del discurso público sobre violencia machista, o sobre abusos sexuales parece dar a entender que no hay nadie responsable de la discriminación ni nadie que se beneficie de ella. Digámoslo claramente: la responsabilidad corresponde al patriarcado, un sistema organizado de exclusión de las mujeres, sea por medio de leyes y normas explícitas –el código penal– sea por una ideología de la desigualdad, explícita o implícita, que considera a las mujeres personajes secundarios, decorados de una escena en la que el protagonismo está reservado a los hombres. Si hay discriminación, no es por una catástrofe meteorológica ni porque el destino de los hombres esté inscrito en las estrellas y el de las mujeres en las sartenes.
En las transformaciones sociales, que son lentas, son más eficaces las acciones, los procesos, que la educación formal. La igualdad, como las lenguas, se aprende por inmersión, mejor que con una asignatura. En la infancia o adolescencia se aprende en casa o bien que los hombres participan en las tareas domésticas o lo contrario. Las acciones deben ser transversales, impregnando todos los espacios sociales, familia, escuela, medios de comunicación, política.
Ana Romaní ha llevado al Diario Cultural su mirada feminista, no a través de prédicas, sino por sus actos, al prestar la misma atención a las músicas, escritoras, cineastas, actrices, o periodistas mujeres que a los hombres, al indagar sobre cuestiones de género en las entrevistas. Una mirada que trae a la luz los rasgos más luminosos de las actividades de las mujeres, pensando las diferencias de modo positivo. Ese es el camino para mudar con éxito las representaciones sociales.
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