El alemán es un idioma maravilloso por lo específico y concreto de sus palabras. Un idioma capaz de resumir en un solo vocablo el "sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otro" ( Schadenfreunde) o a "aquellos ciudadanos que se mueven o actúan por miedo" (Angstbürger).
El miedo en política es un excelente pegamento identitario, y se manifiesta extraordinariamente útil para tipos sin demasiados complejos en épocas como la que vivimos, tiempos de transición entre un modelo de sociedad que aún no ha muerto y otro que no acaba de nacer, que diría Don Antonio Gramsci.
Miedo es el sentimiento que más se expresa en medios y redes tras el mitin del domingo en Madrid en el que Vox ha conseguido juntar a 9.000 personas aclamando a sus líderes, gente por otro lado absolutamente desconocida para el común de los mortales si exceptuamos a Santiago Abascal.
Pero el miedo es también el común denominador de la gente que se ha reunido en Vistalegre: Miedo al futuro, miedo al diferente, miedo a una sociedad abierta, global, multiétnica, multilingüística. Miedo a dejar de ocupar el espacio central de la política nacional. Miedo a perder influencia política. Miedo, miedo, miedo, miedo.
Y no hay nada más peligroso que una masa asustada.
Ya conocemos los efectos políticos de este miedo, y no hay que irse hasta EEUU y el triunfo de Trump, el ejemplo paradigmático lo tenemos muy cerca, en el mismo corazón de la Unión Europea con la eclosión de AfD en Alemania.
Para quienes no lo conozcan Alternative für Deutschland (AfD), un partido fundado por el ex-militante cristianodemócrata Alexander Gauland, les diré que se convirtió en la gran estrella de las pasadas elecciones alemanas con más de cinco millones de votos (un 12,6% del electorado) y 94 diputados en el Bundestag.
Un partido creado en 2013 que en solo 5 años y gracias a un discurso que huyendo de los viejos clichés y apoyado en una comunicación tremendamente fresca y rompedora, basada en mensajes tan simples como efectivos, ha conseguido huir del campo semántico de la ultraderecha clásica encapsulando y dulcificando con éxito conceptos xenófobos, ultranacionalistas y anti-Unión Europea hasta hacerlos digeribles para muchos bienpensantes ciudadanos alemanes.
Un partido cuyo crecimiento se ha producido principalmente a costa de la CDU de Angela Merkel, pero que también ha pegado un buen mordisco tanto a los socialdemócratas del SPD como a los izquierdistas de Die linke, especialmente en los estados de la antigua Alemania del este.
Un partido que no solo apela a los clásicos sentimientos identitarios y nacionalistas, sino que se apoya en perfiles sociopolíticos hasta ahora inmunes a este tipo de ideologemas extremistas, consiguiendo importantes apoyos en quienes hasta ahora se percibían a si mismos como el principal sujeto político del país y sus políticas públicas y ahora tienen un miedo irracional a ser desplazados por una sociedad que no comprenden.
El mitin de Vox ha puesto finalmente de manifiesto que nuestro país no está inmunizado contra este populismo de nuevo cuño, sino que muy al contrario, si no se actúa con inteligencia, generosidad y una mirada política a largo plazo, pueden conseguir resultados similares a los países de nuestro entorno y comenzar a tener una importante representación institucional.
Y para eso hay que estudiar el fenómeno con seriedad y tratarlo con inteligencia, de nada sirve como saben en EEUU despacharlo con displicencia y reducirlo al ridículo, o suponer que calificándoles de "ultraderechistas", "nazis" o "fachas" consigue hacerles mella en una sociedad para la que esos significantes están absolutamente vacíos de contenido movilizador.
Si las democracias liberales quieren superar a este tipo de movimientos conviene que comiencen a tomarse en serio lo que está pasando y que piensen que la sal gorda ya no sirve, hay que confrontarles en el terreno de las políticas concretas que proponen.
El miedo es uno de los sentimientos más poderosos de los que invaden al ser humano, y para hacerle frente con garantías de éxito son necesarios proyectos políticos que dejen de "defender" y "recuperar" construcciones del pasado para pasar a la ofensiva con propuestas que emocionen, ilusionen y unan a nuestro país.
Comentarios
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