Otras miradas

La Memoria como impulso de futuro: jóvenes construyendo ciudadanía

Marina Montoto

Socióloga y antropóloga

Manuela Bergerot

Experta en políticas de Memoria

"Hemos partido de archivos y fonotecas para crear nuevo material, nunca hemos tenido la intención de actualizar la música popular, por eso no hacemos solo versiones de folclore. Simplemente partimos de ahí para crear más. Yo aprendí a cantar con esto, así que le doy un valor muy grande". El pasado 12 de noviembre fuimos al final de gira del disco 45 cerebros y 1 corazón de María Arnal y Marcel Bagés, un dúo que practica la memoria sobre el escenario, apropiándose de ella y reaccionando ante el presente.

El título del disco, que también es el de una de las canciones incluidas en él, hace referencia a una exhumación que se realizó en el año 2016 en el municipio de la Pedraja (Burgos), donde se encontraron cuarenta y cinco cerebros y un corazón, conservados como si "fueran de faraón" mediante un tipo de conservación geológica insólita. De la metáfora de la exhumación como proceso arqueológico y social se valen Arnal y Bagés para realizar un ejercicio parecido en su disco, y, de manera mucho más patente, en sus conciertos. Este ejercicio consiste en una arqueología musical- experimental, en donde se reapropian y transforman piezas antiguas de la música popular española. Y lo más importante, te van contando cómo lo hacen e interpelan al público en el proceso.

En las casi dos horas que duró el concierto en el Nuevo Apolo, escuchamos los relatos de las personas que se exiliaron después de la Guerra a través de la Cançó de Marina Ginestá; pudimos conectar también los procesos de memoria y desmemoria del país trazando hilos entre ellos y la situación política actual en Bienes Desmemoria; finalmente, sentimos la fuerza de lo colectivo a través de La Gent. Durante todo el concierto, la voz y el cuerpo de ella, la guitarra de él, o la luz, juegan y se estiran para construir un relato sobre la (des)memoria colectiva en España. Sobre lo que nos han legado y lo que no. Sobre lo que queremos o no queremos hacer con ese legado. Sobre la necesidad de trascenderlo para poder ser, paradójicamente, fieles a él.

Al heredar, las personas nos sumergimos en nuestro pasado no para reencontrar nuestros orígenes, sino para emerger de ellos. Recibir esos valores y trascenderlos son condición necesaria para avanzar. En el caso de los procesos colectivos, es la continuación de lo comenzado por nuestros antecesores, por el deseo de una sociedad justa, equitativa y libre. Y aunque el testimonio es clave para recibir la herencia de los valores, en España esto ha fracasado por la imposición del silencio como herramienta colectiva para afrontar el trauma social de la guerra y la dictadura.

El derecho cívico a la memoria en España ha sido reducido al ámbito de lo íntimo, de lo privado, eximiendo al Estado de cualquier responsabilidad. El pacto político para transitar desde la dictadura a la democracia conllevó el denominado "pacto del olvido", un contrato social que en el presente no es válido para las generaciones de nietos y bisnietos que no tienen naturalizado el franquismo sociológico. Estas nuevas generaciones cuestionan los impedimentos legales, políticos y culturales para que en el presente no se garanticen derechos fundamentales, como son Verdad, Justicia y Reparación para las víctimas, pero también para la ciudadanía que quiere conocer su Historia.

Como máxima expresión, las organizaciones políticas y sindicales han realizado homenajes en reconocimiento de las mujeres y hombres víctimas que formaron parte de sus organizaciones. Acciones positivas para generar conciencia y construir tejido social a través de los valores que representan los homenajeados, pero que suelen quedarse en sus propias comunidades ideológicas. Esto, sumado a la ausencia de una política de memoria pública, ha hecho que lleguemos al 2018 sin que la mayor parte de la sociedad comparta una memoria plural e inclusiva.

De este modo, miles de identidades han quedado silenciadas y la juventud española tiene en la actualidad mucha dificultad para poder acceder a ellas y conocerlas. Y sin embargo, ése es un proceso fundamental, pues es una de las condiciones de la construcción de ciudadanía. Permite a los jóvenes acceder a una una historia colectiva que va más allá de su momento concreto, para construir un vínculo con las personas, experiencias y luchas del pasado. O dicho de otro modo, experimentamos el mundo que queremos construir a través del otro, sea un otro contemporáneo o un otro pasado.

El disco y los conciertos de Maria Arnal y Marcel Bagés se han ido configurando como un dispositivo cultural privilegiado para generar estos lazos sociales entre gentes y proyectos, pasados, presentes y futuros (posibles). En otras palabras, se han ido configurando como un dispositivo poderosísimo para producir memoria democrática y ciudadanía. En este pequeño proceso, realizan una doble tarea que es indispensable: mientras re-elaboran y re-conocen las memorias de esos sucesos y esas gentes del pasado, van constituyéndose ellos y ellas mismas como sujetos políticos que reaccionan al presente.

La dimensión más poderosa y transformadora de la memoria es justamente esta: la capacidad de hacer con un legado, transformarlo y convertirlo en un arma de futuro. La trasmisión –de lo que sea– nunca funciona si se da de manera pasiva, de arriba a abajo, si simplemente se aplica o se reproduce. Para que sea efectiva, siempre debe ser recibida, reapropiada y reelaborada por aquellos y aquellas que se hacen cargo de la misma. En el proceso se convierte en otra cosa, pero ahí reside su fuerza.

Por eso mismo, los jóvenes en este país no debemos ser meros acompañantes de los procesos de memoria: los jóvenes construimos memoria, la ponemos en práctica, y la utilizamos para confrontarnos con el presente y desear un futuro mejor.

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