Cría fama y échate.... a lo que sea. Les vemos en todos lados, aparecen en cualquier sitio; lo mismo inundan pantallas de cine haciendo de superhéroe o supervillano del siglo XIX o del XXXI que nos invitan desde la tele a un otoño de ropa masculina o nos venden su perfume desde una valla publicitaria o en un banner de internet; y, así, de pronto, estos mismos, diseñan ropa, bisutería o lo que encarte. Te seducen con la genial idea de acercarte a una casa de apuestas, te venden sus inolvidables memorias o te sugieren que los imites a la hora de contratar un plan de pensiones. Solos, o en comandita, se atreven lo mismo a montar un torneo mundial de tenis que a venderte cruceros en los que ellos jamás navegarían; igual asisten en asientos bien visibles en la zona VIP de un terreno de juego o de una pasarela de moda que te recomiendan un alimento laxante. Les da igual tratar de colocarte cremas y potingues, cacharros depiladores, que galletas o chocolate. No es infrecuente verlos posando en el photocall de una marca conocida o que terminaremos por conocer y que creará tendencia. En tu ciudad, te encienden el alumbrado de navidad, te montan un teatro a lo grande o te dan el pregón de fiestas o Semana Santa. Les contratan de presentadores de televisión en programas que se llenan de otros superfamosos que hablan de sus tratos y anécdotas con otras celebrities, o nos recomiendan clínicas dentales o centros de estética mostrando sus blanqueadas dentaduras o luciendo sus figuras esculpidas en photoshop o en una cadena de supergimnasios. Sus rostros y cuerpos dan bien en programas de baile, de entrevistas, de cocina o de cazatalentos. Algunos eligen su estilo: unos no se cortan cuando nos encomiendan a las garras de cualquier inmobiliaria, casa de seguros, marca de coches, electrodomésticos, etc.; y otros llenan las páginas de papel cuché con bodas y segundas nupcias, casas espectaculares, viajes de novios a paraísos exóticos, bautizos, predivorcios, divorcios, postdivorcios, transdivorcios, cuernos, demandas, denuncias, reconciliaciones, segundas y terceras nupcias, etc. Incluso hay quienes no seleccionan y juegan a "todo", no vaya a ser que se pierdan algo. Lo mismo se asoman a las redes para decirte cómo tener un buen par de tetas, levantarte el culo o remarcar un six pack (tableta de chocolate en los abdominales) que para venderte una dieta "supersaludable" acompañada de las pastillitas del Dr. Fausto o encabezar una reivindicación sobre el sometimiento de los pueblos, el levantamiento de muros o el "No a la guerra", pongamos por caso. No sigo, solo recordar sus omnipresentes caretos ya es bastante aburrido, así que ni les cuento lo que supone transcribirlo.
Nadie pone en duda -no hablo de influencers (ese es otro grueso temita)- que algunas de estas celebrities hayan ganado su fama y celebérrima posición social con talento, trabajo, suerte y en ocasiones cierto conocimiento del utilísimo arte del encantamiento de serpientes o del deporte de la escalada social; incluso algunas de ellas, desde futbolistas hasta actrices o cantantes sabemos que provienen de estratos sociales realmente bajos y que se han labrado una carrera a base de esfuerzos y sacrificios de todo tipo; no hablo de su méritos ni de sus legítimas ambiciones de mejorar personal y profesionalmente. Hablo de que estas personas que son famosas por su actividad en algún campo de esos que suelen producirlas (el deporte, la música, el cine, la tele, la política... el espectáculo en general), terminan atiborrando el mundo con su omnipresencia y lo convierten en un sistema altamente redundante, cargante, obsceno. Mires a donde mires, o lo mires por donde lo mires, allí están, impregnando con su presencia cualquier actividad. Y ellos imagino que no se preguntan por qué son llamados para esta o aquella exhibición, campaña o mercadeo, ya que supongo que les resulta algo consustancial a su popularidad, algo "natural" ¿no? Existe una suerte de homologación de la fama que convierte a los profesionales de diversos campos en una especie de publicitarios ubicuos que transforman cualquier paisaje en un espectáculo de merchandasing donde la primera marca que han de vender son las que ellos mismos encarnan para que la rueda de apariciones no cese jamás. Dejan de ser personas o profesionales para convertirse en hombres o mujeres anuncio cuyas funciones se distinguen poco de las de esos pobres desgraciados que para ganarse unos eurillos llevan reclamos vendiendo y comprando oro en carteles por delante y detrás de sus cuerpos. Bueno, perdón, a las celebrities las distingue de estos humillados el estatus, la "clase" y las pelas (en ocasiones yo creo que les renta hasta sus "famosas" dificultades con el fisco); pero parece que eso de ser anunciantes es lo que más les compensa económica y socialmente, mucho más que sus profesiones de origen que suelen corresponderse con trabajos ya de por sí habitualmente bien pagados. Probablemente son miles, o unas escasas decenas de miles (no sabría decir la proporción frente a los casi ocho mil millones de humanos sobre la Tierra), y constituyen una legión de afamados que transita el mundo y lo cruza de lado a lado en yates de lujo y jets privados para vendernos pócimas o comprar urbanizaciones y fábricas o hacerse con lo que se tercie. Tienen aura, dicen los más cursis; nos sirven de prescriptores, enuncian los expertos en marketing. Prescriptores que nos venden la confianza en su éxito, o seres áureos que transmiten su carisma por todo el orbe. Pero confianza ¿en qué?, carisma ¿de qué? ¿Por qué les compramos sus ungüentos y sus mensajes, sus cacharros y sus apariencias? Porque las masas necesitan de su liderazgo, necesitan confiar en algo o alguien, y así, en este mundo embobado por el look y el feeling, se nos cuelan estos personajes para acabar con nuestras dudas racionales. Ellos logran distraernos y simplificar las complejidades que nos abruman; y lo consiguen porque transmiten exclusivamente la fe en sus propios éxitos. La fe no ha muerto, solo ha cambiado su objeto. Los vemos, los observamos y nos decimos... "Si les ha ido bien a ellos, deberíamos imitarlos, seguir sus instrucciones y su estilo, reproducir sus eslóganes y sus maneras; haríamos bien en vestir, movernos y hablar como ellos". Absolutamente infantilizados, nos entregamos a un mundo soñado, el Paraíso está aquí al lado. Y ellos insisten con sus cantilenas: "Persigue tus sueños y conseguirás lo mismo que yo en esta vida, no hay otra, aprovecha el momento y no me vengas con remilgos éticos, solo tienes que desear con todas tus fuerzas que el éxito te alcance". Luego, los más desprevenidos de esas masas que ellos saben cómo adular (¿quién se salva?), terminarán creyéndolos y endeudarán el ánimo y el bolsillo.
Y, claro, las celebrities, no se cortan un pelo; siguen y siguen engordando sus cuentas bancarias aún a sabiendas de que no merecen realmente, y no es poco, más que aquello para lo que supuestamente servían en un momento dado. Su vida "extraprofesional" les ha reportado mucho más en fama y negocios de lo que jamás hubiesen podido imaginar. Los demás somos memos que aplaudimos estas imposturas, compramos esas falacias, esas vidas de glamour y hasta sus manuales de gimnasia o de autoayuda, adquirimos las ilusiones que jamás nos satisfarán, perdemos el tiempo frente a pantallas que nos muestran unas existencias deslumbrantes rodeadas de aplausos y nos encaminamos hacia la miseria de las dolencias de la enfermedad y la vejez mientras ellos se rejuvenecen en clínicas de alisamiento de arrugas, liposucciones y trasplantes de pelo o de órganos de vaya usted a saber qué origen. Terminarán siendo sanos y guapos una vez hibernados o incluso postmortem. Y nosotros les envidiamos el dinero, las relaciones sociales, las parejas, su mundanidad y sus bagatelas. Nosotros somos como aquellos ingenuos indios a los que se les engañaba con espejitos y abalorios, y ellos se comportan como los conquistadores que colonizan nuestros hogares, nuestros sistemas de comunicación, nuestras consciencias e inconscientes hasta el punto de que casi la totalidad de la población mundial conoce sus nombres y sus fortunas aunque muchos humanos no sepan siquiera leer o escribir o no tengan dónde cobijarse o caerse muertos. Mucho más famosos que verdaderas celebridades del pasado o del presente, las celebrities se extienden como una espeluznante mancha de chapapote ennegreciendo y frustrando el futuro de tantas personas que no necesitan de semejantes patrañas, engañifas que llenan las cabezas de pajaritos exóticos y unicornios dorados. La lucha contra el cambio climático -al que también se apuntan muchos de ellos (¿cómo no?) largándonos consignas cargadas de buenas intenciones mientras queman a mansalva el keroseno de sus aviones privados o se desplazan en automóviles altamente contaminantes- debería tener en cuenta también la lucha contra esta polución ambiental del Star System inventado hace mucho tiempo por los norteamericanos y que tanto ha hecho porque circule la pasta, sobre todo entre los miembros de esta plaga que nos acecha en cualquier esquina, en cualquier pantalla, en cualquier conversación. Pero el fenómeno, lejos ya de localizarse en los EE.UU., es ahora tan universal como las desagradables consecuencias de la contaminación de los océanos o las ciudades, el calentamiento global o cualquiera de las mierdas que somos capaces de elaborar los humanos y largar a la atmósfera, a los campos, ríos y mares, a nuestros pulmones o intestinos. Las celebrities jamás querrán verse a sí mismas como un elemento contaminante, sin embargo intoxican con sus apariciones el ambiente tanto como el CO2, el monóxido de carbono o el metano, los hidrocarburos, los plásticos o los pesticidas. Ellos nos convencen, e incluso puede que se autoconvenzan, de que su fama ha de servir como altavoces de grandes causas, pero constituyen una peste brutalmente capitalista tan extendida como innecesaria que infesta e infecta sin resquicio posible la voluntad de miles de millones de personas en el planeta; y así, desde enfermeros hasta científicos, oficinistas o profesores, intelectuales o alcaldes, parados o jubilados, babean o se bajan los pantalones o atrofian sus entendederas para buscar su compañía, imitarlos o hacerse un selfie con ellos. En cuanto se percibe el aliento de alguno de estos semidioses, aparece una fauna de babosos que no se quiere perder el contacto con los bendecidos por la diosa Fortuna. Por su parte, los agraciados crían fama y se echan a... trincar, vender, comprar, especular, recomendar, aconsejar, embaucar, y, sobre todo a quedar bien mientras puedan, que es lo que más les renta. A veces, incluso se ponen valientes y reivindicativos cuando el consenso es grande y las causas evidentes, y dan la sensación de hablar con enorme sensatez y compromiso social (para eso contratan a los charity advisors y quieren incluso dar lecciones de filantropía) mientras te están sustrayendo los ahorros; porque su graciosa imagen de prudencia y buenos modales (a veces un tanto "gamberrilla" pero molona) es la misma que luego te embauca con este o aquel sortilegio o aquelarre publicitario en el que te dejarás buena parte de tu maltrecha economía. Ellos y sus equipos de imagen saben muy bien cómo hinchar sus plumajes y saturar el planeta con reclamos propios de lucidos pavos reales (pobre comparación para esos animalitos); una vistosidad que no sirve más que para someter la atención de las audiencias y colocar al precariado sus postureos en los pobres cerebros ya vaciados del más mínimo apunte de capacidad de resistencia: los ya muchos años de difusión massmediática no han sido en vano, ahora las imágenes o los mensajes de venta están tan naturalizados y forman parte del paisaje mediático tanto como en su momento empezaron a serlo las alambradas, los muros o los guetos en los parajes naturales. No sabemos cómo hacerles frente. Después de promover el protocolo de Kioto (para empezar a rebajar no solo los gases que producen el efecto invernadero o las contaminaciones varias que nos acosan por todos lados, y que nos van a matar si no cambiamos), quizás deberíamos consensuar otros protocolos anticontaminantes. Propongo una cumbre en cualquiera de esos pueblos de la España vaciada para que, alrededor de un buen potaje, señalemos a estos superfluos "superfamosos" como tóxicos, esos que nos acompañarán sonriendo, si no lo remediamos, hasta el apocalipsis final. Solo si despertamos del sueño es posible que además de limpiar el planeta de mierdas químicas consigamos hacer desaparecer de la faz de la Tierra la visión pertinaz y bochornosa de esas celebrities que tan bien replican y contaminan su feroz capitalismo mostrando las caras más cuidadas, amables y duras del planeta. "Es hora de plegar la alfombra roja".
Comentarios
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