Otras miradas

La memoria del Holocausto

Rosa Toran

Historiadora. Amical de Mauthausen y otros campos

Un año más, en torno al 27 de enero, diversos lugares e instituciones estatales y autonómicas de la geografía española se convierten en escenarios de conmemoración del Día Oficial Internacional de la Memoria del Holocausto y la Prevención de Crímenes contra la Humanidad, instituido por la asamblea general de las Naciones Unidas en 2005; fecha emblemática referida a la liberación por las tropas soviéticas del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.

Las cifras de las víctimas del nazismo hablan por sí solas y son estremecedoras: los seis millones de judíos asesinados y los centenares de miles que conforman el Porrajmos Romaní, los discapacitados físicos y mentales eliminados, los perseguidos por su oposición política, su orientación sexual, sus creencias religiosas, sus formas de vida no acordes con la quimera aria, los prisioneros de guerra... Hombres, mujeres y niños a los que se negó su condición humana, con la adjudicación de un número y un triángulo, cuyo color les encasillaba en una categoría sin derecho a la vida. Entre ellos, los luchadores antifascistas españoles, los cuales desde 1936 se enfrentaron con las armas y las ideas a los golpistas en su propia tierra y más tarde en escenarios europeos. En sus harapientas vestimentas deslucía el triángulo azul, como apátridas enemigos de Franco y de Hitler, o el triángulo rojo, como miembros de la Resistencia francesa contra el ocupante alemán. Estos fueron los pasos que les condujeron a la muerte y a la esclavitud.

No deberíamos tener que seguir reclamando la dignidad de las víctimas, cuando la dignidad la perdieron ellos, sus asesinos, así como tampoco deberíamos amedrentarnos por llamar a las cosas por su nombre, sin renunciar a aprender lecciones que nos capaciten para discernir entre comparaciones malintencionadas, y denunciar, si cabe, acciones infames, a las que se otorga, con excesiva simplicidad, un sentido únicamente vandálico. Son ya demasiado recurrentes, en nuestro país y en toda Europa, las agresiones a las víctimas del nazismo, escenificadas con ataques a monumentos erigidos en su memoria; un largo ayer y anteayer donde las cruces gamadas y la palabra "rojos" sobre los monumentos a los deportados republicanos han puesto de manifiesto una aberrante ofensa y una clara vulneración de los derechos humanos. ¿Y qué decir del ataque al monumento erigido en el Memorial de Mauthausen en memoria de las víctimas holandesas?, infamia consumada el pasado 1 de enero por gente impregnada de una total miseria moral e intelectual, que pretende destruir lo que tanta sangre y sacrificio costó, la contribución de los luchadores antifascistas a la liberación de Europa de las garras del nazifascismo.

En los campos nazis, los deportados sufrieron hasta el límite los efectos de la ideología del terror, aquella que se arrogaba el derecho sobre la  vida y la muerte de sus semejantes, los catalogados como subhombres al servicio de una "raza" superior. Personas procedentes de todos los rincones del mundo y de todos los pueblos de la geografía española inmersos en una babel, donde la empatía hacia la humanidad brillaba por su ausencia y que tan sólo podía ser paliada por acciones compasivas y solidarias de los propios internados.

Es preciso ahondar en el alcance que ha de tomar en nuestro país el Día Internacional de la Conmemoración de las Víctimas del Holocausto. Homenaje y recuerdo, con amplia vocación internacionalista, pero también con miradas y oídos atentos a las múltiples y sutiles formas de vulneración de los derechos humanos, en este milenio en el que afloran retos de gran complejidad, como las migraciones y el desconcierto ideológico entre los jóvenes.

Son claras las mutaciones que se han producido en nuestros tiempos. Han transcurrido muchas décadas desde el estallido del caso Dreyfus que marcó oleadas antisemitas en el mundo occidental y que adoptaron una renovada dimensión en los albores de los nacionalismos del siglo XX. En el presente, los nacionalismos ramplones ya no apuntan tan sólo al antisemitismo sino a nuevos destinatarios, entre ellos lo que se ha venido en llamar islamofobia, fenómeno inserido en los desajustes y abusos coloniales y blanco de todo tipo de prejuicios, que llevan a extremos de exclusión, con comparaciones privadas de cualquier argumento de solidez intelectual, como es el caso de equiparación de musulmán con terrorismo, igual que en el pasado se identificaba al judío con el bolchevique comunista.

Las oleadas conservadoras que arrasan en el mundo occidental cultivan con habilidad fobias para soldar identidades que desprecian la diversidad y jerarquizan la sociedad, más allá de les diferencias de clase, en una clara regresión hacia lo que significó 1945, año pletórico de esperanzas para muchos, pero pronto trasmutado en nuevos enfrentamientos. La paz, la justicia social y la fraternidad humana fueron palabras pronunciadas por los supervivientes en los propios recintos de la muerte. Nadie más legitimado que ellos, víctimas extremas de la desigualdad y de la exclusión, para seguir reclamando hasta el día de hoy aquellos valores por los que pagaron un alto precio y por los que dejaron su vida millones de personas. En tiempos de incertidumbre, la memoria del Holocausto debe trascender en su significado y debe dar entrada a vías de reflexión y acciones en torno a los retos actuales, en un mundo en que las fronteras han dejado de  ser muros impenetrables y en que los problemas precisan de acciones solidarias internacionales.

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