Otras miradas

De la periferia urbana a las nuevas formas espaciales: La ciudad después de la pandemia

Sara Porras Sánchez

Profesora de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid

Vista de la Gran Vía de Madrid, totalmente vacía, durante el estado de alarma. EFE/Kiko Huesca
Vista de la Gran Vía de Madrid, totalmente vacía, durante el estado de alarma. EFE/Kiko Huesca

Hace más de medio siglo la urbanista Jane Jacobs reflexionaba sobre qué tipo de problema era una ciudad y llegaba a la conclusión de que las ciudades eran problemas de complejidad organizada. Al igual que el funcionamiento de una célula bajo los ojos de una persona sin los conocimientos para poder interpretarla podía parecer un sinfín de procesos y elementos desorganizados moviéndose sin un sentido inteligible, una calle bulliciosa de un barrio de Nueva York podía parecer el caos para un ingeniero o empresario que solo interpretara las ciudades desde los mapas situados en los despachos de los últimos pisos de un rascacielos.

Esto daba dos ideas fundamentales: Una ciudad no puede comprenderse a vista de pájaro y las calles expresan el sentido complejamente organizado de las mismas.

Vamos con la primera de las ideas. Se equivocan aquellas personas que pretendan interpretar las ciudades a partir de su diseño en un mapa, pues desde arriba, no puede entenderse la complejidad que se despliega en el sostenimiento diario de nuestras vidas sobre el espacio de la ciudad. No es posible distinguir, representar los problemas cotidianos asociados a las dificultades de conciliación de la vida, a lo inesperado de un despido, a la falta de tiempo, al tropiezo y lesión por un acerado deficiente, a las toses y el lagrimeo por el exceso de los tubos de escape, a la imposibilidad de transitar con unas muletas y una pierna rota o a la carrera hacia el metro que no puedes permitirte perder mientras haces cábalas para ver cuándo tienes tiempo para reparar la encimera y medir el contador de agua. Todas ellas actividades simultáneas que suceden diariamente en nuestras calles y barrios. Problemas de complejidad organizada. Como no es posible captar las tensiones que existen solo mediante estadísticas que lo que nos dicen es dónde se ubican las problemáticas pero no cómo se expresan en nuestros barrios. Decía Jane Jacobs que nos da más información un cartel en un centro comercial de un barrio que rece: Cerramos a las 17:00, en una ciudad con libertad horaria, sobre cuál es la situación y el contexto de ese vecindario que cualquier dato estadístico.

Una ciudad solo puede observarse desde arriba si imaginamos las ciudades como espacios armoniosos compuestos por chalets unifamiliares con jardín delantero y unas calles a modo de pasarelas que conecten a sus habitantes con los espacios de producción, bien sean los trabajos, las escuelas o los grandes centros comerciales. Ciudades que no son ciudades, sino una sucesión de casas iguales, habitadas por vecinas y vecinos prácticamente iguales también. Algo parecido al delirio que asoló nuestro país en los noventa, haciendo crecer urbanizaciones que tuvieron parquet antes que iluminación en las calles y que fueron las causantes de la burbuja inmobiliaria que nos llevaría al desastre en el 2008. Esas ciudades sí podían observarse desde arriba, pues lo único que pasaba diariamente eran los coches trasladando a esas personas a sus centros de trabajo, la falta de densidad de esos espacios no da para transporte público y a duras penas para alguna tienda de alimentación.

Pensemos en la calle de Alberto Palacios, en el madrileño barrio de Villaverde Alto. En cómo en las tardes de primavera se juntan bajos sus árboles las vecinas de más edad con sus nietos. Cómo los bancos se pueblan también de personas que aunque nacieron lejos sienten ese barrio como el suyo, pues son esas calles y no otras las que les acogieron cuando dejaron atrás todo lo conocido. Pensemos en todas ellas e imaginemos cuántas horas al día pasan en transporte público y en sus coches para llegar a trabajos que nunca se instalan en su barrio, antaño industrial y trabajador pues Villaverde hace no tanto, era un municipio independiente, el último en incorporarse a Madrid. Pensemos en cómo pasan hoy la cuarentena en viviendas, en su mayoría modestas, donde el lujo puede ser tener una habitación propia pues, también en su mayoría, las vecinas y vecinos gastan en torno al 60 y 70% de sus salarios en su pago.

Las ciudades son problemas de complejidad organizada, no puede entenderse lo que pasa en la calle Alberto Palacios, sin entender lo que pasa en los PAUs de Vallecas o en las lujosas calles de Serrano o Juan Bravo. Las primeras soportan la precariedad y sostienen el lujo de las segundas.

Si salimos de esta pandemia sin reflexionar sobre la complejidad de nuestros espacios urbanos y la necesidad de reconstruir nuestra vida comunitaria, la alternativa de confinamiento y distancia social solo será válida para aquellas minorías que seguirán observando las calles desde los miradores de sus salones. Mientras que nuestros entornos urbanos se tornarán cada vez más hostiles y desafectos, asolados por este discurso del miedo de quienes hacen gloria de sus privilegios desde sus tribunas.

En la sociedad del riesgo de Ulrich Beck, donde aún no tenemos lenguaje para nombrar la magnitud de la tragedia, es urgente reconstruir la proximidad y no la distancia. En este contexto de pocas certezas, las ciudades deben apostar por más redes comunitarias, nunca menos y para eso debemos afrontar un debate espacial impostergable: romper con la dinámica centro-periferia para construir una ciudad policéntrica. Debemos invertir sobre todo en los barrios que más lo necesitan, fijando al mismo tiempo actividades económicas y culturales en esos espacios. No solo como política social y económica profundamente eficiente, pues la redistribución es sinónimo de riqueza, sino también como una forma de afrontar el escenario que nos viene. Apostar por lo próximo como una forma de seguridad multinivel: seguridad en el entorno, seguridad en los recursos y seguridad evitando aglomeraciones diarias en el transporte, carreteras, en los centros de las ciudades y en los grandes nodos productivos. Desarrollar las periferias para afectar también las políticas de movilidad, reduciendo la cantidad de desplazamientos y generando una salida que incorpore realmente a las mayorías sociales.

La ventaja de ser un problema de complejidad organizada, es que también las ciudades pueden ser soluciones de complejidad organizada.

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