Otras miradas

Italia y las coaliciones Frankenstein

Luis Moreno

Profesor Emérito de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

Vista del Senado italiano, durante la moción de confianza presentada por el primer ministro Giuseppe Conte. REUTERS/Andreas Solaro/Pool
Vista del Senado italiano, durante la moción de confianza presentada por el primer ministro Giuseppe Conte. REUTERS/Andreas Solaro/Pool

Tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial ha habido 66 gobiernos diferentes en Italia. En promedio, uno cada 13 meses. En España, el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos apenas alcanza los 20 meses de existencia. Comparen.

Es un lugar común aseverar que los dos países de la Europa del Sur son muy parecidos. Poca discusión habría en cuanto a sus comunes mundos axiológicos y civilizatorios. No sucedería lo mismo tras contrastar el funcionamiento de sus prácticas democráticas y cultura política contemporáneas. A un compacto nacionalismo (patriotismo) italiano fruto de la moderna revolución del Risorgimento se confronta una mostrenca centrifugación territorial en España desde la progresiva pérdida de su condición colonial. Empero, ambos países no podrían competir en mostrar una mayor o menor diversidad interna etnoterritorial. Y es que sus culturas cívicas se asientan y reproducen en tradiciones que se hunden en la noche de los tiempos.

A la hora de redactar estas líneas, el primer ministro italiano Giuseppe Conte bregaba por obtener mayorías (por mínimas que fuesen) para revalidar un voto de confianza en el Parlamento (tanto en la Cámara de los Diputados como en el Senado; recuérdese el igual peso político bicameral de ambas). En cualquier escenario de futuro, el Presidente de la República, Sergio Mattarella, confrontará la inevitable decisión de encargar la formación de un nuevo gobierno o, alternativamente, la convocatoria de nuevas elecciones.

No pocos gacetilleros y líderes de la opinión publicada en España han criticado furibundamente con altas dosis de ilógica situacional la iniciativa del ex presidente de gobierno Matteo Renzi y su partido Italia Viva de salirse de la coalición gubernamental, de la que también forman parte antiguos miembros de partidos comunistas y cristianodemócratas del PD (Partito Democrático), LU (Liberi e Uguali) y del PPI (Partito Popolare Italiano). Sus principales argumentos se han concentrado en remarcar la inoportunidad de la caída del gobierno Conte II en medio de la pandemia COVID y la anunciada implementación multimillonaria del Recovery Fund aprobado por la UE para superar y estimular la crisis económica continental, y cuyo principal beneficiario cuantitativo es Italia.

La expresión gobierno o coalición Frankenstein suele utilizarse en España con referencia al ejecutivo de Pedro Sánchez y sus apoyos parlamentarios. La alusión al monstruo ficcionado por Mary Shelley es, precisamente, la imputación por los partidos de la oposición de su carácter monstruoso y hasta ilegítimo. Mi colega Cesáreo Rodríguez Aguilera de Prat ha señalado certeramente la inconsistencia de las acusaciones del PP, VOX y Ciudadanos cuando estos tres partidos colaboran activamente entre ellos en varios ejecutivos autonómicos.

En Italia, y pese a su inicial empuje antisistema auspiciado por el inefable Beppe Grillo, el M5S (Movimento Cinque Stelle) se adaptó ‘flexiblemente’ a formar gobierno con el populismo de Matteo Salvini. El lombardo es un partidario de Trump y miembro de la ‘secesionista’ Lega, aunque sus pretensiones independentistas palidecen ante la posibilidad de encabezar él mismo el ejecutivo italiano. En realidad, los gobiernos de Conte han seguido todo ellos el modelo Frankenstein, pero con ciertos cambios de enfoque importantes y uno sustancial. Este ha sido la última profesión de fe europeísta de Conte en contraste con el coqueteo de las propuestas anti-EU de Salvini cuando se formó el gobierno Conte I, e incluso el abandono del euro como moneda única que posibilitaba la devaluación estratégica para potenciar la competitividad ‘soberana’ de la industria transalpina.

En su apremiante búsqueda de apoyos parlamentarios para validar el voto de confianza, ha recobrado protagonismo (¿puntual?) un político de larga trayectoria en los últimos decenios. El alcalde de Benevento, Clemente Mastella, es un singular político cuya actividad parecía haberse reducido en los últimos años a regentar los designios de la ciudad a la que se conoce por su relación con las brujas (su equipo de fútbol, ahora en la Primera División, o Serie A italiana, lleva una bruja escobada en su emblema). Mastella fue ministro en los gobiernos de centro-izquierda de Romano Prodi y de centro-derecha de Silvio Berlusconi. Su adaptabilidad camaleónica para mantenerse en el poder, pese a que su representatividad parlamentaria fuese mínima ha sido proverbial. Siempre en el quicio de lo posible para articular mayorías operativas, ahora se ha involucrado en la formación de un grupo interpartidario de responsabili, el cual se ofrecería como salvavidas político en un hipotético gobierno Conte III.

No pocos (ex) votantes del M5S, críticos de los ‘juegos de palacio’ de antaño, han mostrado su perplejidad por el recobrado protagonismo de Mastella. Quizá todo quede en otra manifestación de lo que en Italia se conoce como "tirare a campare" (arreglárselas para mantenerse en un puesto de gobierno). Es célebre la cita a la aseveración coloquial del ‘divino’ Giulio Andreotti de que, "Meglio tirare a campare che tirare le cuoia (‘estirar la pata’, políticamente se suponía)". Más allá de su repudio o aceptación como práctica política, es innegable que la expresión idiomática ayuda a entender la capacidad funcional en un sistema multipartidista con tantos cambios y sensibilidades gubernamentales. Su virtud puede radicar en la posibilidad de superar las frecuentes ocasiones de bloqueo en democracias parlamentarias liberales de elección proporcional, como la italiana. Aunque también puede convertirse en mera justificación de una versatilidad para mantenerse en las poltronas del poder. Sin más.

Este último enfoque se sitúa en las antípodas de lo Matteo Renzi pretendía conseguir provocando la crisis de gobierno. Para él, y en línea con lo que ya propuesto en su fallido intento de reforma constitucional en el referéndum de 2016, ahora era el momento de una negociación abierta y de ‘luz y taquígrafos’ en el Parlamento para gestionar los fondos europeos del Next Generation EU (Refundación de la Unión Europea). Como ya sucedió con su fracasado referéndum, algunas de sus propuestas a la sazón se han adoptado posteriormente como ha sido el caso de la sustancial reducción del número de diputados y senadores. Quizá su aludida prepotencia actitudinal refleja un modo de actuar poco alineado precisamente con el pensamiento y comportamiento auspiciado por otros florentinos taimados como Maquiavelo y Guicciardini.

En Italia se piensan que Renzi a veces va demasiado rápido y que no "por madrugar amanece más temprano". En ocasiones es mejor vivaquear e ir tirando al ‘tran-tran’ que jugarse todo a un órdago tan del gusto por estos pagos. ¿Creen Uds. que alguna lección del episodio analizado puede servir para la actual coyuntura parlamentaria en la ‘piel de toro’? Comparar siempre es aprender.

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