Otras miradas

Desacralizar el 15M, mito y realidad en torno a la indignación

Daniel Bernabé

Resulta tentador comenzar este artículo haciendo una comparación entre lo sucedido en la Puerta del Sol la noche del fin del estado de alarma de 2021 y aquellos días de mayo de 2011 que recordamos como 15M. Tentador porque cuando un acontecimiento protagonizado por mucha gente, especialmente si es por jóvenes, crea un debate, parece que sólo hay dos posturas posibles, la de la criminalización con saña y la del populismo buenista. La simpleza vende porque nos es fácil situarnos en uno de los dos extremos, en este caso el de calificar a ese recurrido sujeto llamado gente de gilipollas sin curación o pretender buscar justificación a todo aquello que hace "el pueblo", como si este sólo fuera capaz de hazañas humanista y no de colgar a Riego en la Plaza de la Paja. La gente somos tanto abismo como oportunidad.

Lo cierto es que resulta baldío comparar 2011 con 2021, o mejor dicho, resulta baldío comparar a la gente de entonces y a la de ahora -quizá unos cuantos sean los mismos- simplemente porque no es una cuestión de la gente, sino del contexto donde vive esa gente. Si la gran recesión de 2008 provocó indignación, esta se está, de momento, solventando con nihilismo. Quizá la fascinación por lo popular viene de aquel periodo que he llamado el quinquenio del descontento, los años que van de 2010 a 2015, y que significaron, por lo pronto, un cambio sustancial del panorama político español, el cuestionamiento de muchos consensos interesados y sin el que el actual Gobierno no hubiera sido posible. Aquí tienen una de las primeras claves: el 15M fue un momento dentro de aquellos años convulsos y fascinantes, un momento sustancial, de gran importancia, pero no el único. Sin el 15M no se puede entender el quinquenio del descontento, sólo con el 15M tampoco.

¿Por qué desacralizar el 15M? Durante un tiempo aquel acontecimiento se trató con veneración dentro del progresismo, otorgándole una categoría de punto fundacional del que había que recoger "su espíritu" pero al que no se aspiraba a "representar porque era irrepresentable". Las expresiones no son casuales y resumen bien de qué se trató aquello. La segunda nos habla de una crisis de representación tan fuerte que, incluso unos años después, tras aquel surgimiento meteórico de Podemos, el partido morado insistía constantemente en que ellos no habían venido a apropiarse de aquel 15M. ¿A apropiarse de qué? Del espíritu, porque, probablemente, era lo único rescatable de aquella primavera, aunque nadie, entonces, se atreviera a admitirlo. El 15M se recordaba ya en 2014 como "espíritu", es decir, sentimiento, porque era de la única forma que se podía recordar: las propuestas políticas y organizativas concretas, enfrentadas con la realidad, como antagonista tangible y no escenográfico, llegaron en la segunda parte de la década.

En mi libro La distancia del presente (Akal, 2020) escribí que: "Las expresiones de protesta no son hijas del instante en que se dan, sino de su época inmediata anterior. En este sentido, el 15M pudo ser el inicio de muchas cosas, pero sobre todo fue la cúspide de una década, la de los despreocupados diez primeros años de siglo. Si algo se dirimió aquellos días fue la transformación de los modos de la protesta, un ajuste de cuentas con lo existente, desde las estructuras políticas, a izquierda y derecha, hasta las formas de representación de la institucionalidad. Los hechos suceden con cientos de padres pero con una sola madre: la implacable contradicción que preña la historia [...] Hablar del 15M cuando aquel suceso tiene una placa conmemorativa en la Puerta del Sol [...] es algo parecido a intentar contar los inicios de una religión a sus primeros fieles: una tarea inútil. Quien es parte del credo, por convicción o interés, ya ha asentado en su imaginario la mitología, quien es hostil a la nueva creencia, lo mismo". A pesar de todo, les expongo a continuación cinco mitos del 15M que convendría desacralizar.

1. Nadie esperaba el 15M

Si recuerdan, uno de los emblemas lanzados desde las plazas era aquel de "nobody expects the spanish revolution" (nadie espera la revolución española). El lema, como muchos otros de aquellos días, era tan potente como vacío: situaba la protesta en un contexto global, la dotaba de un elemento fresco y sorpresivo pero no reflejaba lo sucedido. Todo el mundo esperaba que en España ocurriera algo, desde los libreros, que habían vendido por miles el Indignaos de Hessel (Destino, 2011), hasta los analistas internacionales que habían escrito tanto de las malogradas Primaveras Árabes como de protestas similares en Grecia, Portugal, Islandia o Reino Unido. En los últimos meses de 2010 se multiplicaron las páginas de Facebook que, a medias entre el experimento profesional, a medias entre el termómetro, anticiparon un clima de crisis que ya nos había traído una huelga general y unos recortes llevados a cabo por el presidente que llegó reclamando la soberanía nacional, José Luís Rodríguez Zapatero, y que se despidió entregándola tras un mayo de 2010 donde los mercados financieros internacionales casi hicieron quebrar a España.

Lo de la manifestación de Juventud Sin Futuro a principios de abril o los encuentros en el bar Casa Granada, donde se diseñó aquella protesta de mayo, son sobradamente conocidos. Mucho menos algo que está a la vista de todos pero en lo que casi nadie insiste: el gran interés mediático que aquella protesta desató en los medios antes de que sucediera. Cabeceras tan importantes como El País prestaron una notable, e inédita, atención a la preparación, al desarrollo y a las consecuencias de aquella protesta, algo que demuestra el buen olfato de los periodistas pero también algo que se suele obviar. PRISA, propietaria del rotativo, mantenía una guerra abierta con Zapatero a causa del deseo del presidente de desvincular al PSOE de la tradicional relación entre el partido y el grupo de comunicación. Que el Washington Post informara el lunes 16 de la manifestación, cuando aún ni siquiera el desalojo de la acampada de unas decenas de personas había explotado en las redes sociales españolas, nos debería indicar que aquella manifestación no sólo no era inesperada, sino que, por diferentes motivos, fue muy bien tratada desde los grandes medios, poco tendentes a cubrir con énfasis el conflicto social.

La manifestación del día 15 hubiera sido importante sin esta cobertura, gracias al trabajo de los activistas de Juventud Sin Futuro y Democracia Real Ya. Hubiera sido notable por ser una protesta no convocada por ninguna organización sindical ni política de la izquierda, algo sin duda novedoso aunque anticipado por el conflicto en torno a la vivienda de 2007. Ahora, sí aquella manifestación pasó de ser una más de aquel periodo a algo que dio origen al 15M fue porque la acampada, más bien una vigilia, fue desalojada torpemente por Delegación del Gobierno, lo que encendió las iras en redes y provocó la escalada que dió lugar al 15M. Esa escalada no hubiera sido posible, afirmo, sin la buena cobertura mediática que dio un carácter especial a aquella protesta. De hecho, la manifestación de abril de JSF fue reprimida con mucha más dureza -en mayo la actuación policial fue muy contenida-, algo que sin embargo no provocó ninguna contraprotesta. ¿Podemos afirmar que el 15M es producto de una mala decisión gubernativa, el desalojo, y de una guerra comunicativa entre PRISA, Zapatero y Mediapro? Podemos afirmarlo sabiendo la diferencia entre la especificidad de cómo sucedió y teniendo en cuenta que hubiera sucedido de todas maneras.

2. Los partidos hijos del 15M

Si mañana convocáramos una manifestación en favor de la felicidad seguramente sería un éxito: todo el mundo desea ser feliz. Es decir, sería enormemente transversal pero también tremendamente vacía. El 15M quiso ser transversal y, aunque fue algo más preciso y conflictivo que la búsqueda de la felicidad, aunque concitó la atención de gente muy diferente, arrastró el pecado de huir de la polarización ideológica, dejando vía libre a que cualquiera hiciera uso de la marca y, por tanto, sus efectos no fueran especialmente precisos en la sociedad española.

No se nos puede olvidar que si aquella manifestación sucedió en aquel momento fue por anticiparse a las elecciones municipales del 22 de mayo, donde el Partido Popular obtuvo unos resultados arrasadores. Un año y medio después, en noviembre de 2011, Mariano Rajoy accedió a la Moncloa con mayoría absoluta, la última que se ha dado en nuestro país. ¿Tuvo la culpa el 15M de aquellas victorias del PP? Las causas hay que buscarlas en el desencanto con un PSOE que se había comido el inicio de la Gran Recesión y no pudo, tras el ataque especulativo de mayo de 2010, mantener sus políticas expansivas del Plan E aceptando la solución de los recortes. Pero no podemos pasar por alto que las plazas equiparaban a los socialistas con la derecha y que respecto a lo electoral el 15M se puso de espaldas, fingiendo, puerilmente soberbio, que aquello daba igual. A lo sumo, en los gráficos preelectorales que circulaban en las redes bajo aquella marca libre llamada 15M, se pedía el voto para cualquiera que no fuera el bipartidismo, es decir, IU pero también UPyD, aunque en su gran mayoría se jugueteaba con aquella soberana gilipollez de "hackear" las elecciones con millones de votos en blanco. Al final aquella maniobra se quedó en el 2 '45% de las papeletas. Algunos lo celebraron como el comienzo de algo mientras que Don Mariano saludaba dichoso desde el balcón de Génova.

Todos sabemos de la relación entre Podemos y el 15M, así como de una relación aún mayor de las candidaturas municipalistas que dieron como resultado los llamados ayuntamientos del cambio en 2015. Pero poca gente se atrevió a señalar que Ciudadanos era tan hijo del 15M como los citados. Entre el "no somos de derechas ni de izquierdas" de los Indignados y el "no somos ni rojos ni azules" de Albert Rivera media un fino hilo que, gracias a generosas aportaciones bancarias, gracias al intento independentista, provocó que un partido regionalista pasara a la política nacional quedando tercero en las elecciones de abril de 2019. No se trataba tan sólo de aquel tercer-posicionismo posmoderno, sino también de una corriente presente en el 15M formada por los tecno-fetichistas de la economía californiana, poco presentes en las plazas pero con una influencia notable en las redes y los medios de comunicación. Sí, Ciudadanos fue hijo del 15M, bastardo, pero tan hijo de aquellas protestas como Podemos. Es lo que tiene la transversalidad.

3. Los líderes.

Una de las mayores mentiras sobre el 15M es asumir que no tenía líderes, algo por otra parte muy del gusto de los líderes del asamblearismo y lo autogestionario. El 15M podía aspirar a no tener líderes pero, como en cualquier organización humana, los tenía, simplemente aunque fuera porque, por un notable sesgo de clase y territorio, la preparación, asistencia y redes de apoyo de los que acudían a aquellas plazas no era la misma. Si quieren saber sus nombres lo tienen bien fácil: busquen en las listas electorales de Colau y Carmena. Todos los que no venían de la mano de IU o Podemos eran parte del entramado que impulsó y se nutrió de aquellas protestas. Concejales, técnicos, asesores, vocales de distrito y un largo etcétera. Que algunas de las caras visibles de la primera hornada, aquellos veinteañeros locuaces que salían en la televisión con el rotulito de portavoces, vinieran del ICADE o se declararan precarios habiendo trabajado en Cuatrecasas, dice también bastante de esta impostura.

Hoy la mayoría está retirado de la vida pública. Los que no se metieron en política fue porque no les hizo falta, siguieron su juventud con futuro en la empresa privada, o no pudieron: alguno que hoy sigue insistiendo en arrancar "el bulbo rojo de la izquierda" negoció con Garzón su inclusión en las listas electorales para las generales de 2015. Los que consiguieron llegar a aquello del asalto institucional, pasando del patio al consistorio, duraron poco pero al menos algunos se opusieron al chamartinazo de Carmena. Quizá si existe una figura exitosa procedente de aquella época es la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que procediendo más bien del movimiento contra los desahucios, comparte o compartía nicho ideológico con aquella hornada de líderes quincemayistas.

4. El ajuste de cuentas.

Si al 15M, o mejor dicho, a los grupos de relevancia que controlaban el 15M les unía algo era su animadversión hacia la vieja izquierda, algo que incluía al PSOE abiertamente, algo que también englobaba a Izquierda Unida y los sindicatos CCOO y UGT. Es cierto, absolutamente cierto, que tanto los sindicatos como IU, no digamos el PSOE, en 2011 habían caído en una espiral preocupante que no era más que el producto de aquella primera década de siglo donde, después de 2004 y mientras que fluía el crédito a espuertas, nadie se interesaba por la política y mucho menos por la izquierda. Es cierto, además, que tanto en IU como en los sindicatos algunos de sus dirigentes habían pasado la línea del pactismo acabando en el palco del Bernabéu, donde se hablaba de todo menos de fútbol y donde se pergeñaron ilegalidades que acabaron, unos años después, en lo penal. Como no es menos cierto que en el 15M se dirimieron viejas rencillas que, para el entendido, eran las mismas que tuvieron los autonomistas contra el PCI y viceversa.

Por resumir, aquellos sectores del progresismo alternativo que llevaban viviendo a la sombra de IU desde los años noventa tuvieron la capacidad de sorpasar en la calle a la coalición. Si a esto le sumamos que el 15M parecía engrandecer las teoría de las multitud sobre la clase social, el cocktail estaba listo para que este momento se utilizara contra todo lo que olía a izquierda, a la cual muchos de sus líderes no dudaban en atizar y desprestigiar cuando tenían oportunidad, algo que creó una hostilidad por parte del activista recién llegado al color rojo. Aquello de "bajar las banderas para que nos veamos", realmente siempre quiso decir "bajar las banderas para que no se os vea a los rojos". Si la dirección de IU anduvo lenta de reflejos en aquel momento, muchos de sus militantes formaron parte del 15M desde las primeras jornadas. Quizá los sindicatos andaban también con el pie cambiado, quizá que una de las pancartas de la primera manifestación les atacara directamente fue errar el adversario. Quizá Cayo Lara, que fue alcalde de Argamasilla de Alba cuando lo rural no estaba de moda, no conectaba generacionalmente con los indignados. Quizá agredirle, tirándole por encima una garrafa de agua en la protesta contra un desahucio en mayo, era el peligro de aquel adanismo, de aquella arrogancia, de aquella indeterminación del "no nos representan". Lo cierto es que hubo un momento donde liberales reconocidos como Enrique Dans, Ricardo Galli o Eduardo Punset eran mucho mejor recibidos entre los indignados que un comunista de 60 años que se fue de la política como vino a ella: honradamente.

5. El 15M cambió España.

Sin duda alguna el 15M, como ya hemos dicho, fue más un momento que un movimiento que tuvo una gran importancia en la reconfiguración de la protesta en España, en el surgimiento de nuevos partidos, progresistas y neoliberales, y que dejó una impronta sentimental que impulsó en gran medida a mucha gente hasta que las esperanzas de transformación se fijaron en la política institucional.

Sin embargo, haríamos bien en recordar, que el 15M apenas duró un año y que para mediados de 2012 ya no era una fuerza organizada como tal. De hecho, el fin del momento de animadversión a la izquierda finaliza con la llegada de la Marcha Negra a Madrid, donde, tras un año largo de manifestaciones sin banderas, las enseñas de la izquierda vuelven a reaparecer sin problemas. Fue de hecho, aquel 2012, el año central para entender el quinquenio del descontento, donde se produjeron dos huelgas generales, la segunda de ellas de un inédito carácter europeo. Fue aquel 2012 donde tuvo lugar la primavera valenciana, donde se sucedieron miles de conflictos laborales y donde las manifestaciones contra la corrupción y los recortes se amplificaron.

El primer aniversario del 15M fue menos potente, en términos cualitativos y cuantitativos, que la Huelga del 14 de noviembre. Rodea el Congreso, estando participado por las asambleas quincemayistas, tuvo ya un carácter diferente a mayo de 2011. Para 2014 no quedaba casi nada del 15M, los grupos promotores estaban ya atentos al municipalismo, Podemos había saltado a la arena pública obteniendo el sorprendente resultado de la europeas y las calles estaban llenas de sindicalistas con Las Marchas de la Dignidad, acontecimiento potente pero tardío que pudo haber cambiado muchas cosas de haber llegado un año antes.

¿Por qué desacralizar ahora el 15M?¿Por qué no dejarle dormir el sueño de los justos entre loas y nostalgia? Porque si el olfato no me falla volverá antes de las elecciones generales de 2024, si la izquierda en el Gobierno no se acaba antes de ahorcar sin meterse a fondo a hacer políticas redistributivas. Si eso sucede, si el resultado se anticipa reñido, no duden que el 15M volverá a sus pantallas: como un doppelgänger, como un gemelo adulterado, como una coartada popular de las derechas. Cambien la indignación por nihilismo, cambien justicia social por libertarismo ayusista, cambien los recortes por el presunto "social comunismo". No serán pocos los incautos y oportunistas que se sumen a la jugada. Dejo en estas líneas constancia de ello.

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