Kate Winslet tiene mi edad, bueno va a tenerla. Yo ya tengo 46 años. Esta semana ella (no yo) ha sido noticia porque ha contado en una entrevista al New York Times que tuvo que enfrentarse con el director de la miniserie exitosa de HBO Mare of Easttown, Craig Zobel, para que no eliminara un plano en el que a la actriz se le veía "un trozo de barriga abultada" durante una escena de sexo entre su personaje y el del actor Guy Pearce. En esa misma entrevista también contó que tuvo que devolver dos veces los pósters promocionales de la serie porque habían retocado su imagen. "Yo les dije", declaró, "chicos, sé cuántas arrugas tengo al lado del ojo, por favor devuélvanlas".
El caso es que Kate, que seguro que me permite la confianza por tocaya de quinta, tenía razón y la primera temporada ha sido un exitazo. La productora estaba acojonada porque los signos de su edad no atrajeran al público, porque no le perdonaran tener casi 50 tacos, porque su barriga o sus patas de gallo no interesaran al respetable, porque su empeño en vestir al personaje con prendas poco favorecedoras (como cuenta también en esa sabrosa entrevista) restaran audiencia a pesar de sumar credibilidad, verdad y realismo. Tenían y tienen, como tantos y tantas, el prejuicio de que la belleza femenina solo puede ser o al menos parecer joven y producida. Como si la belleza femenina (igual que la masculina) no manara de la confianza y del amor propio, de la correspondencia entre nuestras ideas y nuestros hechos; como si lo único que admirásemos fuera imagen estática, sólo colores y tersuras, puro cuadro; como si la belleza no fuera lo que se nos ve por fuera del espíritu que nos construimos, del alma atea (por ponerle un nombre envase que entendamos todos). Eso es lo que en realidad nos hace más hermosos y atractivos a los ojos propios y ajenos.
Es como si a los hombres se les animara a tener esa congruencia y cultivarla, cuidarla y admirarla a través de los años, mientras que a nosotras se nos empuja a remedar la que tuvimos al principio. Es como si se hubiera impuesto la idea de que solo la tenemos mientras nuestras carnes están prietas y nuestras pieles tersas y estiradas. ¿Como amarse cuando una solo aspira a ser la que fue, condenada permanente al fracaso?
Y así todas o muchísimas se parecen, adoptan las mismas formas y volúmenes artificiales, aunque armoniosos. Esos labios abultados, esos pómulos hinchados, esos bigotes inflados, esas expresiones petrificadas, convirtiéndose en cromos en el álbum de algún esteticista, de algún cirujano plástico, pasando a formar parte del club de las que se dejan robar las peculiaridades con las que nacieron y las que la vida (a cada una la suya) les fue dibujando. El club de las que pasaron por la cadena de montaje.
Mi propósito a día de hoy, junio de 2021, después de enterarme de la batalla de Kate en esta serie y con grandes corporaciones de cosmética con las que tuvo contratos millonarios en el pasado, es no operarme, no pincharme, ni siquiera teñirme las canas, por mí y por las que nos siguen. Me propongo seguir amándome de dentro a fuera y no al revés, como hice tantas veces durante tanto tiempo en que solo vi defectos ante modelos imposibles. Ahora veo imperfecciones que amo, a las que no puedo renunciar sin renunciar un poco a mí misma. Ahora con mis defectos o sin ellos me niego a vivir pendiente de eso, dependiente de mi aspecto como viví mucha de mi juventud. En resumen: ahora me siento mucho más guapa. Me gusto mucho más, me quiero y me perdono, me conozco tanto. Sé vivir mucho mejor. Soy mejor de lo que fui y lo que me queda por mejorar. Me propongo ser una vieja estilosa y guapísima cómo las que cada vez más veo por nuestras calles.
Ojalá se vaya imponiendo la lección de mi amiga Kate. La belleza madura de verdad empieza a ganar al sucedáneo. Su hazaña puede marcar el camino para que dejemos de ver a grandes mujeres autodestruirse para intentar seguir pareciendo lo que fueron sin poder lograrlo. Ojalá cada vez haya más modelos de mujeres persiguiendo su alma atea en vez de solo su cuerpo, aspirando a bellezas más grandes que las que hasta ahora han imperado. Cumplir años está de nuestro lado. No solo nos hace más viejas, también nos puede hacer más felices y más grandes.
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