El cambio climático es la mayor amenaza para la existencia de vida inteligente humana en la Tierra. La inexorable destrucción de nuestra Gaia es argumento de la película Dont´t look up (No mires arriba), de gran éxito popular y que tantos comentarios ha generado en las últimas semanas. En palabras simples y breves, el film versa sobre la amenaza del anunciado impacto de un cometa en modo similar a como sucedió hace 66 millones años. Entonces la colisión de un gran meteorito se interpreta que sumió a la Tierra en una siniestra tiniebla planetaria y desencadenó la desaparición de los dinosaurios.
El cambio climático que sufrimos en los tiempos presentes es creciente. Sus consecuencias apuntan a un final como el de los dinosaurios, y en el que se incluiría también la desaparición de todos los homínidos vivientes. El escenario futuro no se percibe como conclusión de una trayectoria lineal, tal y como se muestra en la película. La diferencia entre la inminencia aniquiladora del cometa en la efectista producción hollywoodiense y el proceso en curso del cambio climático, es que los efectos de éste ya se manifiestan por doquier. El incremento de la temperatura global es la causa directa de la muerte prematura de cientos de miles de personas según el último estudio de The Lancet.
Causas ‘indirectas’ del fallecimiento de millones de terrícolas caben ser atribuidas a la acción deletérea del calentamiento global y la carbonización de nuestra atmósfera. Pese a ello, la humanidad no parece estar interesada en salvar a la Tierra, ni salvarse a sí misma, como ilustra el estrepitoso fracaso de la reciente cumbre sobre el cambio climático auspiciada por las Naciones Unidas y celebrada hace unos meses en Glasgow.
El guionista y director del film, Adam McKay, encuentra varias vetas sugestivas y sugerentes en torno al tema central de la alegoría destructiva. Una de ellas, sin duda, es el rol de los media, en especial respecto a los disparatados programas de gran audiencia televisiva, unido al enfrentamiento artificioso de los enfoques ciudadanos ante el anunciado desastre. Así, se articula una narración alternativa de ‘mirar hacia abajo’, negando la evidencia del impacto aniquilador. Tal visión es parangonable, aún en una escala comparativa menor, al patético intento de ‘volver a la vieja normalidad’ que ahora tanto se invoca sobre nuestro devenir pre-pandémico de la covid-19. O sea, volver a ‘lo de antes’ negando los cambios sociales que ya no se pueden desandar con la presente robotización, digitalización y tecnologización de la vida cotidiana de ‘puertas adentro’. El asunto nos dará pie, a buen seguro, a preparar otro artículo sobre los masajes y los media.
Hoy en día sigue predominando el objetivo del crecimiento por el crecimiento, es decir la producción como fin en sí mismo. Hace 50 años, el primer informe auspiciado por el Club de Roma, Los límites del crecimiento, puso de manifiesto que existían unas barreras naturales y ambientales a la expansión del industrialismo y del consumo masivo que no deberían ignorarse si quería preservarse el futuro de la vida social en nuestro planeta. Ya en su apunte Americanismo e fordismo (1934), el humanista marxista Antonio Gramsci auguraba la posibilidad de que se produjese un tipo de revolución, estrictamente generada por las aplicaciones técnicas, sin una corriente moral y política que la inspirase y basada en un tipo de desarrollo económico capitalista, de innovación mecánica y de automatización productiva.
Con el paso del tiempo, la exhortación del Club de Roma ha sido ignorada y doblegada por la pujante ideología neoliberal, la cual ha adquirido un estatus de supremacía acallando visiones alternativas y sustituyendo el modelo socioeconómico keynesiano característico de los Estados del Bienestar de la posguerra mundial. De poco sirven los avisos que comparan a la obsesión por el crecimiento perpetuo con el cometa cinematográfico de Don’t look up.
Se niega la evidencia, con una acentuación de las prácticas del capitalismo financiero, el trumpismo político y la acracia libertaria mercantilizadora. No se ‘mira hacia adelante’, y aquellas previsiones que sectores del dogmatismo marxistizante criticaron entonces como un intento del Primer Mundo por neutralizar las demandas de consumo de los países ‘en vías de desarrollo’, no han hecho sino empeorar las condiciones de vida en Gaia. Durante estos últimos 50 años el consumo humano se ha triplicado. Seguimos ‘mirando hacia abajo’, evitando confrontar la agudización del colapso climático.
Nuestras sociedades mantienen la pulsión por obtener más de lo necesario, lo que determina el rumbo de nuestras sociedades, mal llamadas postindustriales. Se siguen alimentando los efectos destructores del medio ambiente y del bienestar en nuestra era del Antropoceno. Y es que la insaciable ideología consumista de vocación global concierne a patrones homogéneos que no deberían ser analizados como un fenómeno de las elecciones voluntarias de las personas, sino como el resultado contextual de un proceso inducido a escala mundial. Tras las opciones individuales de ‘mirar hacia abajo’, en la película se muestra la huida de la debacle planetaria de algunos políticos poderosos y nuevos señores feudales tecnológicos, al estilo del espacial Jeff Bezos, que escapan hibernados a otro planeta. Paradójicamente, cuando ‘despiertan’ son atacados por dinosaurios que parecen vengarse de su eliminación hace 66 millones en un requiebro simbólico de lo que podría pasarle a la humanidad en el futuro.
Algunos lectores pensarán que estas autoprofecías son una exageración, y confían en que no se cumplan ni se creen falsas alarmas. A la postre algún remedio encontrará el consumismo capitalista para seguir haciendo caja y que prevalezcan los más listos y poderosos. Para el resto de los humanos no sería mala cosa ‘mirar adelante’, ¿les parece?
Comentarios
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