Otras miradas

Casado, Ayuso o Feijóo tienen el mismo problema

Mario Ríos

Doctorando en la UdG. Profesor asociado en la UB y en la UdG

Casado, Ayuso o Feijóo tienen el mismo problema
El líder del PP, Pablo Casado (c), a su llegada a una entrevista radiofónica, a 18 de febrero de 2022, en Madrid (España).- EUROPA PRESS

Las elecciones de Castilla y León han sido la puntilla al liderazgo de Pablo Casado al frente del PP. El joven líder conservador que pretendía volver a aglutinar la derecha española a su alrededor absorbiendo las fugas que el PP padecía hacia Ciudadanos y Vox es víctima de sus propias contradicciones, del rumbo errático al que ha sometido a su partido y de unas decisiones políticas motivadas por jugadas cortoplacistas y electoralistas. El modesto resultado obtenido en las elecciones del 13F por los populares y la dependencia de Vox que se deriva de este, han servido como excusa para desatar una crisis sin precedentes en la historia de esta formación.

Más allá de la conocida secuencia en los acontecimientos, la crisis interna del PP no debe ser leída únicamente como una crisis de liderazgo, sino también como un problema estructural relacionado con su proyecto político. Proyecto que la formación conservadora comparte con gran el resto de partidos conservadores europeos que se ubican en el espectro político derecho. No obstante, cabe señalar que es cierto que el liderazgo de Pablo Casado es uno de los más débiles que ha tenido el PP en sus más de 30 años de historia. Como mostraba un artículo del analista electoral Alejandro Solís para El Salto, Casado es un líder que no despierta confianza ni simpatías entre sus propios votantes. Además, el CIS de este mes de febrero corrobora estos datos: entre los votantes populares, un 67,4% tiene poca o ninguna confianza en Casado, únicamente un 40% lo quiere ver como presidente, solo lo valoran con un 5,2 (una nota baja para ser el líder de su formación) y su papel durante la crisis pandémica suspende con un 4,6. Un liderazgo con pies de barro cuya estrategia de presionar al Gobierno central con adelantos electorales ha fracasado estrepitosamente y que palidece ante la popularidad de su rival político, Isabel Díaz Ayuso.

Ahora bien, la lectura de la lucha interna por el poder político en el seno de los populares elude el gran problema que padece el PP y que también comparte con muchas formaciones de su misma familia política en Europa: la aparición de un rival electoralmente competitivo ubicado en la extrema derecha. El continuo ascenso de Vox en las encuestas, confirmado en el resultado electoral de Castilla y León, muestra que el PP compite contra una formación radical dentro del espectro de la derecha que amenaza con hacerse con grandes segmentos de su voto y que le impediría ganar las elecciones generales. Recordemos que la mayoría de sondeos señalan una tendencia a la baja del PP y un fortalecimiento constante de los de Abascal. La aparición y la evolución posterior de Vox obliga pues al PP a tomar una serie de decisiones estratégicas que determinarán su rumbo como partido.

La primera de ellas se basaría en imitar a Vox en su discurso, formas y propuestas políticas. Esto es lo que hizo en parte Ayuso en Madrid y lo que en algunos momentos ha intentado Pablo Casado en el último año. El PP ha intentado radicalizarse con desigual resultado: mientras que en Madrid Ayuso taponó la fuga hacia Vox, las encuestas y el resultado del 13F muestran cómo los votantes prefieren al original, Vox, a la copia, el PP. Parecerse a Vox solo beneficia a la extrema derecha. Algo que la experiencia comparada en Europa nos muestra.

La segunda decisión estratégica, en cambio, es totalmente diferente y se centraría en combatir a la extrema derecha. El PP podría apostar por distanciarse de Vox y combatirlo desde posiciones conservadoras categorizándolo como un partido ultra contrario a los principios constitucionales. Esto ayudaría a que no se normalizasen determinadas ideas y actitudes propias de la ultraderecha y a la larga podría volver a convertir al Partido Popular en el aglutinante del voto liberal y conservador convenciendo a parte del votante centrista y moderado de volver a las filas populares. Un votante sin el que los populares no pueden ganar en 2023. Ahora bien, quizás esta estrategia de combate es la que hubiera tenido que impulsar Casado desde el inicio cuando Vox aún no era una fuerza política tan competitiva entre los votantes conservadores. Al considerarlo un actor político con el que pactar y entenderse, el PP lo ha legitimado a los ojos de todo el electorado conservador.

Sea como sea, la crisis de los populares debe ubicarse en una crisis estructural del proyecto político de los partidos conservadores. Algunos ejemplos los encontramos en Francia, Austria o el Reino Unido. En todos ellos los partidos conservadores se han enfrentado al mismo dilema y en la mayoría de ellos han optado por la primera estrategia. En el país vecino, Les Republicans se sitúan en un empate técnico contra Le Pen y Zemmour y ya adoptan incluso las teorías del gran reemplazo que vocifera este último. En Austria, el corrupto ex canciller Kurz lideró a los populares austriacos con un discurso más que similar al de la extrema derecha. Los Conservadores británicos, por su parte, sucumbieron al nacional-populismo de un ala de su propio partido durante el Brexit. Solo en Alemania durante el fuerte liderazgo de Merkel se vio a un partido conservador posicionándose y combatiendo con dureza a la extrema derecha que encarnaba AfD. Estos dilemas no solo se ubican en las coordenadas políticas internas de cada país sino que se vinculan a una serie de cambios estructurales. La triple crisis económica, de la deuda soberana y de los refugiados que se produjo en Europa entre 2008 y 2015 provocó una serie de cambios sociales, políticos y culturales que actuó como caldo de cultivo para el ascenso de los ultras causando una crisis política en la derecha tradicional.

Es por eso que independientemente de quien asuma el liderazgo del PP, el problema será el mismo. El impacto social y político de aquellas tres crisis creó el marco propicio para la consolidación y fortalecimiento en Europa de formaciones de extrema derecha dando lugar a la crisis que padecen actualmente los partidos conservadores. Además, en España, el proceso independentista y la llegada de Unidas Podemos a La Moncloa introdujeron dos nuevas variables domésticas que han radicalizado aún más a una parte de los votantes conservadores y que ha permitido que Vox asuma un mayor protagonismo político. El problema, pues, es estructural y no circunstancial. Es político y no de liderazgos. Ante esta situación, cualquier líder del PP debe escoger un camino: o compite contra Vox en el campo de la radicalidad para suturar la fuga de votos hacia ellos o los combate de raíz y espera liderar una alternativa de gobierno creíble para el votante más moderado. Como nos muestra el final político de Casado, ambas estrategias son mutuamente excluyentes y su uso combinado solo conduce al fracaso.

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