Otras miradas

Es la psicología, estúpido

José Mendi

Psicólogo y miembro del colectivo Espacio Abierto

José Mendi
Psicólogo y miembro del colectivo Espacio Abierto

"No que me hayas mentido. Que no pueda creerte me aterra". Esta frase de Nietzsche es la pesadilla de todas las empresas de sondeos y, en particular, de encuestas electorales. De hecho, ya se ha demostrado nuestra escasa credibilidad en las respuestas de cara a estas elecciones generales. Según el CIS de diciembre, el 87% de los españoles afirman que, con toda seguridad, o muy probablemente, irán a votar. La mayor participación histórica de nuestro país se produjo en las elecciones generales de 1982, en las que se rozó el 80%. ¿De verdad somos tan mentirosos? Podríamos decir con cierta ironía, emulando a Jessica Rabbit, que los españoles no somos mentirosos, nos han dibujado así. Yendo al fondo del asunto, se trata de que, analizando nuestras mentiras, lleguemos a la verdad. ¿Y si no van a votar todos los que dicen ser tan buenos ciudadanos que siempre participan? ¿Y si es falso que un 40% de votantes no tenga todavía decidido su voto? ¿Qué va a ocurrir? Pues que el próximo gobierno no será presidido por Mariano Rajoy.

Lógicamente, aquí cabe desde un acuerdo entre el PP y Ciudadanos, que se cobre al actual presidente como peaje, o bien un gobierno de la izquierda con múltiples apoyos y consentimientos. Lo que está claro, porque ya lo sabemos con los datos del voto depositado en correos, es que habrá un incremento en la participación con respecto al año 2011 y que podría superar el 75%. El voto indeciso real que llegará hasta el domingo estará en torno al 20%. Lo suficiente para ser decisivo en el futuro gobierno. Ninguna encuesta, por muy masiva que sea, puede predecir las décimas que se reparten las candidaturas en las circunscripciones pequeñas y medianas del conjunto del Estado. Ningún partido va a obtener más de un 30% del voto válido. Es decir, incluso en provincias con sólo tres escaños una formación que alcanzara el 15% tendrá representación. Serán, en total, una veintena de diputados que decidirán la balanza para la izquierda o la derecha. Lo que sí se percibe en estos últimos movimientos es que la izquierda ha ganado posibilidades. Hace quince días se daba por descartado un cambio de color político que no fuera más allá del azul anaranjado. Hoy ya no es así. Hay partido(s) y hay juego para rojos, morados y verdes. Mejor dicho. Hay posibilidades científicas de triunfo para la izquierda.

La política ha cambiado con la aparición de nuevas fuerzas emergentes, lo que nos obliga a analizar los escenarios que afloran con otros parámetros. Si pretendemos estudiar los nuevos descubrimientos con las herramientas clásicas, corremos el riesgo de que los sesgos de dichos instrumentos contaminen las nuevas realidades y nos impidan ver los bosques en los que ya vivimos y votamos. Hasta ahora, en democracia el voto ha sido un ejercicio mayoritariamente sociológico. Y como tal, las encuestas y cuestionarios reflejan tendencias que tenían un importantísimo componente grupal. De tribu diría un antropólogo social. El voto en la transición, primero a la UCD y luego al PSOE de Felipe González, fue una tendencia muy cohesionada y colectivizada. No era una cuestión de ley electoral ni de circunscripciones. Era una realidad sociológica. Las votaciones que ganaron Aznar y Zapatero tuvieron, en el primer caso, un fuerte respaldo social ante el desgaste del PSOE con graves casos de corrupción. Mientras, el PP se encontró con una respuesta masiva contra las mentiras del gobierno que llevó al PSOE a la victoria del año 2004 tras los atentados del 11-M. Las elecciones del año 2011 fueron unas elecciones de transición. Junto a las europeas del año 2014, y las elecciones autonómicas que se han celebrado este año, son la antesala de una nueva situación socio-electoral en la decisión del voto.

Las crisis económicas son más individuales que las políticas y culturales. Estamos ya en la fase del voto psicológico y hemos abandonado el voto sociológico. Las decisiones electorales se toman, fundamentalmente, con la base de la psicología. Son nuestros pensamientos, nuestras emociones y las vivencias más personales las que retoman el control en la toma de decisiones. Al igual que el consumismo acabó con el comunismo, la sociedad de consumo ha convertido el voto en consumo. De ahí la importancia, más psicológica que sociológica, de las formaciones emergentes. En estas, lo importante es más la novedad que su contenido. Pero no despreciemos el arte del celofán que puede ser el elemento central de la compra electoral. Nos atrae lo último de todo. Lo más nuevo. También en política. Mientras no se tenga en cuenta en este paisaje la importancia de implementar variables psicológicas para explicar y predecir tendencias del voto, las encuestas irán perdiendo autoridad y solidez.

La mayor corrección con un contenido similar en el comportamiento electoral de las personas se hace, y cada vez menos por su cuantía, a la salida de los colegios electorales. Allí se extrapola lo que nos dice el votante, lo que creemos que nos dice y en qué grado nos engaña. Así nos va con esos resultados. Si tenemos en cuenta estas variables psicológicas que debemos sumar a ese grado de indecisión de último minuto, la predicción para los resultados del domingo debemos resituarla más a la izquierda de lo que nos señala la media de las encuestas realizadas. Así que no se extrañen si acierto. Será la psicología.

 

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