Otras miradas

730 días

Javier Padilla

Médico y diputado de la Comunidad de Madrid por Más Madrid

730 días
Imagen de archivo. 19 de marzo de 2020, Primera ola de casos de coronavirus en Italia.- Claudio Furlan / LaPresse via ZUMA / DPA

"No hay rincón en esta casa

Que no te haga regresar

Cada grano de memoria

Y la casa es un arenal"

Hay una canción de Jorge Drexler llamada "730 días", que hace que me remita a ella cada vez que algo cumple dos-veces-trescientos-sesenta-y-cinco días.

730 días.

2 años.

Estos días cumple dos años una cosa que nos pasó a todos. No nos pasó a todos por igual, pero sí fue de los eventos más masivos que podamos recordar.

Llegó una pandemia de la que poco sabíamos, utilizamos herramientas legislativas que nunca habíamos usado y nos pidieron que nos encerráramos en casa para cuidar nuestra vida y la de los demás, sin apenas tener en cuenta que "encerrarse en casa" primero precisa una casa y luego unas condiciones mínimas en esa casa.

Los relatos de confinamiento formarán parte de los archivos de memoria individual, familiar y comunitaria; memoria que si está presente seguramente imposibilite que una medida como esa se pueda volver a producir, no al menos sin fuertes oposiciones que señalen todos los daños que el confinamiento supuso, especialmente en quienes no tuvieron voz para poner esos daños en el centro del debate en ningún momento.

La pandemia fue en todo momento una historia relatada con el hilo conductor de la desigualdad, y la medida que más nos atravesó a todas las personas, el confinamiento domiciliario, fue la que más evidenció esas desigualdades, porque limitaban nuestra existencia a los lugares privados donde habitábamos, y pocas cosas muestran más claramente la desigualdad que lo que se esconde detrás de la puerta de nuestras casas.

"Fui a tus playas por el día

Y allí me quedé dos años

Fui lamiendo tus heridas

Fuiste dándome un remanso"

Si bien la pandemia ha sido una historia de desigualdad, también lo ha sido de coerción. La salud pública ha sacado a pasear una mirada restrictiva, prohibitiva, coercitiva, en muchas ocasiones porque era la única herramienta con la que contaba, en otras porque era la más sencilla, y en otras porque estaba ya metida en una dinámica en la que la coerción era más inmediata que la cooperación. Esta coerción tuvo en el confinamiento su medida claramente más restrictiva, y desde el levantamiento de dicho confinamiento estricto, ha tenido una tendencia a ir relajando las medidas, aunque haya habido algún vaivén.

A día de hoy, podemos decir que a la desigualdad y la coerción se ha añadido otro concepto: la incoherencia. Mientras las discotecas están a rebosar, hay personas ingresadas en hospitales sin poder estar aún acompañadas en algunas regiones de España; mientras mi hija no puede llevar al colegio una tarta hecha en casa por su cumpleaños "por protocolo COVID", sí que se pueden recuperar las ratios de alumnos/clase previas a la pandemia.

La recuperación de esa coherencia debería ser una forma de restitución de las heridas generadas por los errores que se hayan ido cometiendo durante estos años, sabiendo que si todo volviera a producirse, podríamos volver a errar, pero de forma necesariamente menos desigual y más coherente.

"A la sombra de tu luna

Se acunó mi corazón

Se borraron mis arrugas

Mi casa se iluminó"

La pandemia no ha sido solo desigualdad, coerción e incoherencia. En todos los momentos de la pandemia, desde los inicios del confinamiento hasta el día de hoy, el florecer de iniciativas comunitarias para tratar de cuidar de quienes las instituciones dejaban atrás ha sido una constante, como también lo han sido los intentos de muchos responsables públicos de que ese espíritu contagiara la acción institucional.

En un texto reciente de Rafael Cofiño, quien fue Director General de Salud Pública del Principado de Asturias durante la mayor parte de la pandemia, recordaba unas palabras de su madre que decían: "En esta casa, en esta tierra, lo más importante es que todas cuidemos de todas. Aún así, quizás las cosas no salgan como nos gustaría, pero es importante que siempre todas cuidemos de todas". Esa última frase se convirtió en un lema de acción institucional.

La cara B de la coerción es ese cuidado, el de gente haciendo cosas para mejorar la vida de otra gente; el de personas modificando acciones de su vida cotidiana para que otras personas tuvieran más salud o menos miedo. Si alguna vez vuelve a haber otra pandemia similar (o, más bien, cuando vuelva a haber otra pandemia similar), coerción y cuidado van a representar dos narrativas que van a chocar desde mucho antes de lo que lo han hecho en esta pandemia en la que aún estamos.

"Germinaron más canciones

De las que yo merecía

Se paró el reloj de arena

730 días"

Hay gente que aún sigue confinada. Hay gente a la que el miedo y la retracción social entró en su vida en marzo de 2020 y aún no ha sido capaz de retornar a algo parecido a lo que vivía antes. Forman parte de uno de los extremos de ese malestar social que se ha convertido en un sentimiento de época, y también hacia ellos y ellas ha de mirar la sociedad cuando se trate de tener en cuenta los diferentes ánimos sociales.

Escribía la poeta argentina Alejandra Pizarnik que "La vida nos ha olvidado y lo malo es que uno no muere de eso". La pandemia, la crisis económica (la de antes de la pandemia y la de después) o, simplemente, la forma de funcionar de la sociedad habían hecho que un número creciente de personas pudieran sentir que la vida les había olvidado. La gente excedente, que diría Bauman, crece en número hasta casi poder formar el excedentariado. El gran reto colectivo de los próximos 730 días es lograr unas vidas que no se olviden de nadie, y hacerlo sin generar nuevas desigualdades dentro de las desigualdades ya existentes.

No sabemos si habrá más pandemias con tentaciones confinadoras, lo que sí sabemos es que han pasado demasiadas cosas en estos últimos 730 días como para fingir que no ha pasado nada.

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