En 2001, el filósofo Fredrick Jameson afirmaba que era más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.[1] Más de 20 años después, resulta interesante replantear esta frase en un contexto europeo marcado por la pandemia del COVID, la amenaza de una guerra nuclear y el auge cada vez más real y menos distópico de la extrema derecha. Pero ¿cuáles son los factores o los mecanismos que condicionan, limitan y permiten nuestra capacidad para entender un fenómeno político como posible o imposible? Responder esta pregunta supera con creces los límites de una columna de opinión. Sin embargo, en una sociedad donde los medios de comunicación son clave en la opinión pública, es interesante ver cómo estos condicionan lo que concebimos como posible o imposible.
Tras la experiencia reciente de una pandemia y la proximidad geográfica de la guerra de Ucrania, así como la amenaza nuclear que esta conlleva, hoy nos sigue pareciendo fácil imaginar la posibilidad del fin del mundo. En este sentido, es interesante analizar la manera en la que los principales medios de comunicación han (re)tratado la posibilidad de una destrucción nuclear. Como señalaban en La Base en su episodio 38 "Es posible una guerra nuclear", los medios de comunicación han generado un relato de posibilidad desde una perspectiva casi cínica y despreocupada que conlleva una narrativa más dirigida a potenciar el consumo de kits de lujo para la supervivencia ante una catástrofe nuclear, que a la generación de un pensamiento crítico que fomente que la audiencia se cuestione y replantee la capacidad de posesión de armas nucleares por parte de determinados estados. Esto confirma que el fin del mundo nos parece más posible e imaginable que el fin del capitalismo: ante la proximidad de un hipotético fin del mundo, se siguen generando nuevas pautas de consumo y nichos de mercado. Pero no solo se mantiene el capitalismo como fuerza de construcción de pautas de consumo apocalípticas, sino que, ante el contexto pandémico y el de la amenaza nuclear, la obligación de ir a trabajar y la centralización de las necesidades de los mercados marcan la vida pública y las decisiones políticas.
La imposibilidad de pensar una alternativa al capitalismo pasa también por lo que parece una negación por parte de los principales medios de comunicación de generar un espacio claro en sus portadas y telediarios en el que hablar, ya no de una alternativa al capitalismo, sino de una alternativa a la hegemonía de políticas neoliberales. No solamente me refiero a la campaña a favor de Macron por parte de los grandes medios del estado español y a la negación de la figura de Mélenchon y de sus resultados en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas que ya señaló Pablo Iglesias. Me refiero también a cómo lo políticamente posible pasa primero por ser blanqueado y dibujado como mediáticamente correcto.
En este sentido, podemos recordar cómo los principales medios de comunicación retrataron de ilegítimas las primeras movilizaciones del 15M. Así como las campañas policiales y mediáticas, como la Operación Pandora, contra movimientos anarquistas que castigaban, entre otras cosas, la posesión de determinados libros y que acabaron siendo archivadas por falta de indicios. La negación, tergiversación o estigmatización de la posibilidad política de la existencia de una alternativa desde la izquierda se trasladó de manera clara a la arena de los partidos políticos mediante los bulos y las campañas de acoso y derribo que determinados políticos de izquierdas padecen desde hace tiempo y que buscan ahora cebarse con Yolanda Díaz.
La negación de determinados sujetos, movimientos y peticiones políticas de la izquierda ha venido mediada, en gran manera, por la acción de los principales medios de comunicación. Estos medios tienen la capacidad de elegir aquello que ocupa espacio en sus portadas o telediarios, clasificando estos elementos como mediáticamente correctos—legítimos y, por lo tanto, merecedores de su propio espacio—y los mediáticamente incorrectos, aquellos que lejos de una representación directa por parte de sus participantes o agentes clave, son retratados a través de manipulaciones periodísticas.
Sin embargo, esta estrategia de lo mediáticamente correcto actúa de manera diferenciada según el lugar del espectro político—izquierda o derecha—en el que se encuentren estas voces. Algo que ha quedado patente en la manera en la que programas como el de Ana Rosa Quintana legitiman, exaltan y dan espacio a grandes líderes de discursos fascistas. Pero no solo en estos medios se produce un blanqueamiento de determinadas posiciones como mediáticamente correctas y, por lo tanto, políticamente posibles, sino que han saltado desde los espacios conservadores para encontrar en ambientes progresistas espacios seguros para la reproducción de sus discursos. Un ejemplo lo encontramos en La Sexta Noche, donde Francisco Marhuenda defiende que VOX no sea un partido homófobo o machista, a la vez que acusa a partidos como Podemos de sostener posiciones radicales.
Lo políticamente posible pasa primero por haber sido aceptado como mediáticamente correcto. En este sentido, la falta de representación de los discursos y sujetos de una izquierda interseccional niega la alternativa al capitalismo como algo políticamente posible.
[1] Cita erróneamente atribuida a Slavoj Zizek y Mark Fisher
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