Otras miradas

Chanel, ser y no ser

Marta Nebot

Montaje fotográfico de Chanel, Rogoberta Bandini y las Tanxugueiras.- Europa Press
Montaje fotográfico de Chanel, Rogoberta Bandini y las Tanxugueiras.- Europa Press

Cada vez que veo la actuación de Chanel –cosa que me ocurre, sin querer, con cierta frecuencia– me da rabia y lo siento por ella. Al entregar estas letras no sé si ganará o perderá en Eurovisión o si quedará entre las diez primeras, como dicen las malas y buenas lenguas de las casas de apuestas. Pero, para lo que voy a escribir poco importa, porque no es de la calidad de su actuación de lo que tengo mis dudas. No dudo de que lo que hace lo hace de primera. Podría afirmar sin despeinarme –como si alguna vez me peinara–que no tiene nada que envidiar a Jennifer López, a Beyonce, a Shakira.

El asunto es que estoy cansada ya de esa movida. ¿Será que me estoy haciendo vieja? ¿O será que ya hemos tenido vedettes modernuquis para este milenio y para el que venga? Me aburren las que mueven el cucu como nadie, cantando letras calentitas. Me parecen fotocopias que nos simplifican. Ya pasó lo de identificar empoderarse con estar buena y mostrarse sexi. Que todo muy bien, que eso también, pero que se está convirtiendo, si no en lo único, en lo más habitual, siendo lo más obvio y, por lo tanto, quizá, lo menos artístico. Ya no tiene sorpresa ni reivindicación, si alguna vez la tuvo. Todavía me acuerdo de un director de televisión que le decía a una presentadora de informativos, en los noventa, delante de todo el equipo a gritos:  "Pónsela gorda a España". Me alegré tanto en mi juventud de no dar el perfil de buenorra en aquellos ambientes, en aquellos tiempos.

La favorita dicen que es Ucrania, por solidaridad y por pura geopolítica, pero resulta que también incluye esa idea fuerte, de inteligencia colectiva, que flota en el mismo aire en toda Europa, en todo Occidente, en todas las culturas compartidas. La letra de Stefanía, que así se llama la canción, es un homenaje a las madres. Uno bastante más simplón que el que proponía Rigoberta Bandini en el festival de Benidorm, dónde se eligió a nuestra candidata. Con Bandini, confieso que me levanté del asiento en mitad de mi salón y aplaudí emocionada, como no hacía desde hace mucho tiempo. Con ella se nos escapó la oportunidad de proponer algo distinto que incluye esa idea colectiva que vive su momento, con una representación femenina de sororidad, de grupo y no de ser "la primera" como Chanel, y con una estética hermosa, singular, no sexualizada ni sexista. En Benidorm se nos escapó la ocasión de llevar a Europa un himno, un credo de estos tiempos, un nuevo padrenuestro del feminismo en lugar de otra "reina", que les vuelve "loquitos", que "siempre está ready" y que "solo existe una".

La otra candidata destacada que quedó fuera en Benidorm fue Tanxugueiras, que mezclaban en su Terra folclore y electrónica y presentaban a tres mujeres fuertes que no se menean con intenciones sexuales y que cantan a "cantar", a "la manera de nuestras madres" y que "no hay fronteras". Son también diferentes. Inspiradoras. Sabia nueva. Hubieran sido un grito en el corazón de Europa.

Tanto Bandini como estas gallegas eran la posibilidad de llevar algo de verdad significativo a este escaparate europeo que vuelve a estar de moda. Con sus derrotas, confieso: me di por derrotada, después de la esperanza de su descubrimiento.

Pero para no ser injustos hay que recordar que Chanel fue elegida según las normas. TVE decidió que el voto en el Festival de Benidorm fuera ponderado. 50% para un jurado de 5 técnicos, 25% para un jurado demoscópico de 350 y 25% para el televoto que ejercieron 192.000 personas. Éste último fue para Tanxugueiras en más del 70%, seguidas por Bandini (18%) y más lejos de Chanel (3,97%). El voto demoscópico quedó en casi triple empate entre Tanxugueiras, Chanel y Bandini, en este orden. El jurado técnico, de  solo cinco miembros, fue el que dio la victoria a la más sexi con su número perfecto aunque tan repetido.

Esta especie de democracia ponderada, cada vez más en uso en todo tipo de concursos, me parece un timo aunque no haya pucherazo: amado pueblo,  vote, que ya luego va el jurado y le corrige. Vote, participe, súbanos la audiencia, que ya luego nosotros decimos quién gana la partida.

Para evitar el presunto populismo se da más poder a los jurados que solo entienden del mercado, como si éste tuviera verdades absolutas, como si no fuera tan previsible, como si siempre dejara lugar a lo vanguardista. ¿Será que aplican sin pudor lo de que el mercado no se equivoca? Los que saben dicen que el público y el jurado suelen votar muy distinto. Puestos a elegir entre pueblo o mercado, yo lo tengo clarísimo.

En la final, como pasa desde hace años, el 50% de la votación es de un jurado técnico que no sabemos qué puntúa y el otro 50% del televoto. Si solo dependiera del público tal vez conoceríamos un poco más a los europeos y no tanto a sus jurados.

En cualquier caso, tengo que reconocer que Eurovisión vuelve a estar en su apogeo. Lo ven más de 180 millones de personas. El año pasado su audiencia europea fue de más del 40%. En España, de casi el 30%: lo vieron más de cuatro millones espectadores.

Así que, si Chanel gana, me alegraré por ella pero no podré alegrarme por lo que representa ni dice su letra, su actuación, su exhibición, su imagen, ni el público europeo o sus jurados con sus votos. Yo ya sentí que perdíamos cuando ganó su candidatura.

"Tú que podrías acabar con tantas guerras. Mamá, mamá, mamá, paremos la ciudad", canta Bandini. Podríamos haber parado a Europa y al mundo a pensar unos minutos y, una vez más, nos conformamos con ponerlos cachondos. ¡Qué pena!

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