Dice el refranero español que a quién críe cuervos, le sacarán los ojos. Y quizás, como dijo en su día mi amigo Joan Mena, a algún lector le sorprenda que una hija de la inmersión lingüística nacida en un pueblo catalanohablante maneje los códigos de la sabiduría popular del castellano sin necesidad del 25% que pretende aplicarse en nuestras escuelas en escasamente unos días. No se preocupen, ni están locos, ni están solos, sencillamente no son ajenos al clima cultural que se viene fraguando en España de un tiempo a esta parte y que esta misma semana le ha estallado en la cara al mismísimo Presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo.
Recuperando el dicho, el lapsus del coordinador de Elías Bendodo hablando de que España es un país plurinacional ha puesto los dientes largos a los cuervos que el Partido Popular ha ido criando en los últimos años. Vox ha acusado a sus socios de gobierno en Castilla y León de tratar la nación "como una cáscara vacía" mientras que el moribundo Ciudadanos ponía la poca artillería de la que aún disponen a disparar contra Núñez Feijóo. Todo esto, por no hablar también del fuego amigo, la Presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, quién, en su ofensiva ideológica por mantenerse como alternativa dentro del PP, ya dejó claro que ella "no coquetea con el nacionalismo ni con los golpistas". En definitiva, una semana llena de estridentes toques de corneta amenazando con otra expresión, también muy española: aquí no se mueve ni dios.
Vamos por partes. Es evidente que utilizar la palabra "plurinacionalidad" tan vinculada al proyecto de Podemos y los soberanismos periféricos fue un error. Sin embargo, no es menos cierto que el Presidente Núñez Feijóo ha ido desplegando un discurso territorial diferente al de sus antecesores incorporando el reconocimiento a las singularidades dentro España y algo tan ajeno a la cultura política de la derecha en los últimos años como es el reconocimiento de las nacionalidades históricas definidas en las Constitución. En este sentido, al líder gallego hay que reconocerle la firmeza y la ambición en su proyecto para que el Partido Popular vuelva a ser el partido de Estado que fue en su día, sin lo cual, difícilmente podrán volver al Gobierno. No obstante, como sabemos, el pasado es un espectro que nunca vuelve tal y como lo recordábamos, y gracias a la inestimable colaboración de su formación política, hoy España es un país mucho más hostil al reconocimiento de su pluralidad.
De hecho, sin ir más lejos, este mismo miércoles fue noticia que el Presidente de la Xunta dijera que Galicia es una nacionalidad histórica. Es decir, para que nos hagamos una idea, los medios destacaron como un hecho excepcional que un Presidente de una Comunidad Autónoma citara el texto constitucional. A ese respecto, no hay que olvidar que, además, la palabra nacionalidad fue incorporada en la Constitución como una fórmula para rebajar el contenido del término nación y diferenciar, de este modo, España de Catalunya, Euskadi y Galicia en relación al ejercicio de su soberanía. Por poner negro sobre blanco, cualquiera podría pensar que la correlación de fuerzas en el debate territorial era mejor en la postdictadura que en pleno 2022.
Y es que como ha explicado reiteradamente Ignacio Sánchez Cuenca, el avance de la españolidad que ha ido tiñendo de rojo y amarillo los balcones familiares y las muñecas de muchos jóvenes ha acabado por asociarse a una españolidad directamente vinculada a la derecha y a su idea de nación excluyente. Así lo demuestran los datos de los análisis de opinión, que llevan algunos años advirtiéndonos de que cada día se va acentuando más la correlación directa entre el grado de españolidad y la afinidad ideológica con la derecha. El caso más claro es Andalucía, el telón de fondo electoral donde precisamente ha discurrido la polémica de esta semana y cuyo resultado se va a poder explicar parcialmente en base a este análisis.
El lector habrá notado que en lo que llevamos de artículo hay, evidentemente, un gran ausente: la izquierda. Y es que más allá de la bravuconada de Pedro Sánchez en la sesión de control diciendo que gracias al PSOE la selección española ha podido jugar en Catalunya como si de una humillación se tratase, lo cierto es que, a excepción de Arnaldo Otegi, Jaume Asens y Jéssica Albiach, el conjunto del espacio político y mediático progresista ha considerado que todo este embrollo de las naciones, las nacionalidades y el modelo territorial no era un tema que fuese con ellos. En base a lo que venimos diciendo, la táctica electoral que cada cuál tenga en Andalucía recomendaría quedarse callado, que es lo que se ha hecho. Sin embargo, el problema de nuestro tiempo es que la táctica va comiéndose a la estrategia y así llevamos, por lo menos, cinco años, en los que la postura nacional de las derechas sobre España ha sido la única disponible.
Decía Feijóo esta semana que la plurinacionalidad de España no es un debate, y quizás tenga razón, porque para que exista un debate es imprescindible la comparecencia del adversario. En este sentido, creo que sería dejadez o miopía política no aprovechar el nuevo enfoque discursivo del Partido Popular gallego para estirar sus posiciones y resituar el centro de gravedad de una discusión que hoy sólo succiona hacia el precipicio de Vox. De lo contrario, más que un ágora, el debate nacional seguirá pareciéndose más a un partido de fútbol en el que el rival va ganando por goleada al puro estilo Real Madrid, siempre a por la victoria y siempre a la ofensiva en cualquier contexto.
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