Otras miradas

Más papistas que el Papa

Sergi Sol

Periodista

Más papistas que el Papa
El Rey emérito Juan Carlos I a su salida de Madrid con dirección Abu Dabi tras su visita a España, en el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, a 23 de mayo de 2022, en Madrid (España).- EUROPA PRESS

El Emérito se cachondeó cuando un periodista le sugirió explicaciones en Sanxenxo por su alocada vida durante décadas mientras el relato oficial aseguraba que era un Rey ejemplar al que debíamos agradecer que no triunfara el golpe de Tejero en el 81.

Lo cierto es que el Rey -amén de las sospechas fundadas sobre su flirteo con los generales golpistas- hizo como la Conferencia Episcopal, esconderse ese 23 de Febrero. Sit and wait. Sólo cuando el desenlace estaba claro salió a la palestra.

Los (presuntos) servicios prestados son la excusa que el grueso de la derecha monárquica blande para correr un tupido velo, para dar cobertura a lo injustificable. El Emérito se lo ha montado divinamente a lo largo de su reinado y aunque éste finalizara abruptamente -tras una cosecha de escándalos de todo tipo- sigue altivo, en sus trece, con Felipe González en la vanguardia de los que han defendido la impunidad de sus tropelías. Es absolutamente igual si se ha forrado a cuenta de su cargo o si llevaba una vida de desenfreno, lujo y despilfarro que contradice la versión campechana que han largado al ‘populacho’.

Lo cierto -y pronto se olvida- es que el primero que exigió que el Emérito desapareciera de su vista es su hijo, Felipe VI, el Rey. Lo mandó de un puntapié al destierro. Eso sí, de lujo, en una monarquía teocrática que lo agasaja con millones y una vida de ensueño. Y cuando ha vuelto ha sido con toda la pompa y ostentación posible, desafiando al Rey actual (su hijo) que no quería verlo ni en pintura porqué su presencia daña la imagen y prestigio de la monarquía.

En 2014, el CIS dejó de preguntar por la Monarquía. Para entonces su valoración ya era un suspenso, 4,3. Difícilmente, desde entonces, con la que ha caído, la Monarquía ha mejorado su valoración a ojos de la plebe. Todo lo contrario, en estos años se ha conocido que toda la vida del Rey era un fraude. Y probablemente sólo estamos ante la punta del iceberg. Así lo demuestran las únicas cifras demoscópicas conocidas sobre la monarquía que, a falta del CIS, ha ofrecido los últimos años Público junto a otros medios independientes en base a dos rigurosas encuestas.

Mientras el Rey Felipe VI repudia al Emérito, la derecha monárquica parece aplaudir su vuelta al ruedo con las orejas, rasgándose las vestiduras ante cualquiera que exija no ya responsabilidades si no explicaciones. No bendecir la actitud y vuelta del Emérito es un ataque a la unidad de España, mantra totémico que lo excusa y justifica todo. Lo mismo ocurre con los desaguisados del CNI, cualquier exigencia -ni que sea por incompetencia- es combatida como un ataque a la sacrosanta unidad. El CNI es España misma, el Emérito es España y cualquier crítica es propia no ya de un truhan sino de un Rufián. Lo cual es infinitamente peor. Porqué se puede ser chorizo pero jamás indepe.

España no son sus pensiones, ni los derechos de sus trabajadores, ni sus hospitales o escuelas y mucho menos su riqueza lingüística y su diversidad cultural y plurinacional -otro anatema-. España, hoy, para buena parte de la derecha y de alguna izquierda, es el Emérito, el CNI, sus jueces y su Ejército. El resto es secundario. Incluso superfluo o molesto. Estamos ante la España cañí, antes roja que rota. Y siempre, más papista que el Papa.

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