Gloria Calera, la delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, declaró hace unos días, mirando a cámara, por el repunte de abusos sexuales en manada: "¿Qué os está pasando a los hombres?" Y muchos se sintieron injustamente culpabilizados.
El asunto me cayó en más de una tertulia y se quedó en mi cabeza haciendo carambolas. Así que anoche en la cena, en la que estábamos mi concubino, su hijo argentino treintañero y mi hijo español preadolescente, planteé otra pregunta: ¿Reconocer que los hombres tienen un problema con la violencia, que las mujeres no tenemos, sería el principio del fin de ese problema? ¿Indagar en los motivos de que esto ocurra sería el paso siguiente? Según medios acreditados, según todas las estadísticas, casi el 95% de los homicidas son hombres en todo el mundo; los delitos violentos son cometidos mayoritariamente por varones; los delitos a secas, lo mismo. Las cárceles están llenas de hombres. En España son casi el 93% de la población reclusa.
Con toda esta información recién servida, mi hijo de once años nos contó que en su cole dicen que las niñas sí pueden pegar y los niños no; y que hay algunas que pegan y que duele y que ellos tienen que aguantarse. Nos dejó de piedra. Le expliqué la mentira monstruosa que era eso. Le dije que nadie puede pegar a nadie y que lo que hay que hacer si te pegan es denunciarlo. Me contestó que lo entendía, que pegar al que pega solo empeora las cosas, pero también que él no era ningún chivato. Y de ahí no fui capaz de sacarlo.
El hijo de mi concubino, un treinteañero argentino, añadió a la conversación que allá cada vez son más las mujeres que se agarran a piñas entre ellas, a puñetazo limpio; que le parece que no estamos consiguiendo expandir nuestro presunto modelo cultural más pacífico, más conciliador, más de cuidados; que más bien está ocurriendo lo contrario; que nosotras, estamos adoptando sus modos.
Y todo el tiempo, mientras hablábamos, me acordaba del reciente libro de Nuria Labari, titulado El último hombre blanco; una novela ensayo –o al revés– sobre el poder de los hombres de negocios –sean hombres o mujeres–, sobre cómo funciona el mercado laboral, sobre la deshumanización que implican esos cargos, sobre cómo los manejantes del power que hoy maneja el mundo también se autodestruyen a sí mismos, sobre cómo el momento de las mujeres ¿va llegando?
Tengo el libro lleno de frases y párrafos enteros subrayados. Éstos vienen al caso y generan grandes preguntas:
–"A las niñas de mi generación nos educaron para ser iguales a los chicos en todo, en eso consistía la igualdad, en ser como los hombres, en hacer todo lo que ellos hacían y como ellos lo hacían. La igualdad, después de todo, era otra forma de obedecer". ¿Estamos perdiéndonos imitándolos?
–"Las víctimas –y esto es una verdad universal– nunca son promocionadas". ¿Las chicas jóvenes –algunas– pegan porque siendo verdug@s alejan la posibilidad de ser víctimas, porque creen que siendo violentas serán menos violentadas?
–"Todos son víctimas de su masculinidad, [...] todos llevan dentro una mujer muerta". Aquí Labari habla de ellos, pero en su historia también salimos como asesinas del modelo femenino.
Sin embargo, también hay esperanza en su libro y en los datos...
–"Empiezan a nacer los primeros hombres que rechazan los privilegios de sus padres". Empiezan y cada vez son más. El último Barómetro de Juventud y Género 2021 llamó la atención sobre todo porque concluía que uno de cada cinco jóvenes varones en España, de 15 a 29 años, no cree que exista la violencia de género, que definen como "invento ideológico". Este porcentaje, el 20%, es el doble que el recogido en este mismo informe en 2017. A pesar de este incremento, hay otra noticia que sale de este estudio que también vale la pena destacar y que no se ha destacado tanto: el feminismo ha crecido en ambos géneros. En 2017, las chicas que se consideraban feministas eran el 46,1%, en 2021 el 67,1%. Los chicos que se definían como feministas en 2017 eran algo más del 23,6%, en 2021 el 32,8%.
Ser feminista debería implicar más yin y menos yang, menos violencia, menos agresividad, menos competitividad, debería hacer ganar terreno a la mujer que todos llevamos dentro, debería enseñarnos a controlar la ira, debería empezar a llevar la igualdad a nuestro terreno y empezar a sacarlo del suyo.
Y que conste que me siento como una esquirola por escribir esta columna en la misma semana en que María Salmerón ha entrado en prisión, en la misma en que María Sevilla sigue entre rejas. Sin embargo, la escribo porque me parece lo peor que sea difícil pensar porque se sigue imponiendo barbarie.
Ni barbarie, ni sectarismo, sea del género que sea; valores feministas en todos los corazones, en todas las cabezas, en todas partes.
Comentarios
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