Otras miradas

Por un congreso que ponga a la militancia comunista al servicio de su clase

Miguel Montero

Militante del PCE y ex secretario de la UJCE en Madrid

Varias personas sostienen banderas del PCE, en la fiesta del centenario del PCE, a 25 de septiembre de 2021, en Rivas-Vaciamadrid, Madrid (España). EUROPA PRESS
Varias personas sostienen banderas del PCE, en la fiesta del centenario del PCE, a 25 de septiembre de 2021, en Rivas-Vaciamadrid, Madrid (España). EUROPA PRESS

En la tradición histórica del PCE han sido muchos los debates sobre cómo crecer y aceptar la entrada de nueva militancia. Partimos de unos compases iniciales de la historia del movimiento comunista en España donde primó el sectarismo, para analizar autocríticamente nuestros errores y pasar posteriormente el gran crecimiento de PCE durante la República y la Guerra. Posteriormente, en la clandestinidad, afloraron las  divergencias sobre si aceptar a personas provenientes de otras corrientes del movimiento obrero (compañeros que venían del anarquismo, del socialismo, del nacionalismo de izquierdas), personas con convicciones religiosas o incluso de ambientes sociales poco cercanos a los de la clase trabajadora de nuestro país (intelectuales, medianos propietarios, militares, estudiantes descendientes de la burguesía y de los cuadros medios del franquismo etc.). Y finalmente, tras la legalización, se adoptó una estructura de partido de masas en la cual se afiliaba todo el que solicitaba el ingreso. Incluso en alguna época de dilución de nuestro proyecto y de languidecimiento de algunas direcciones y organizaciones de base del Partido, parecía que estar afiliado al PCE era más bien estar suscrito a Mundo Obrero. Pero todos esos debates contaron siempre con un resultado de consenso, que ha figurado siempre, con una u otra redacción en nuestros Estatutos. La fórmula clásica rezaba "Puede ser miembro del Partido Comunista de España todo aquel que acepte su Programa y sus Estatutos, actúe en una de sus organizaciones de base y pague las cuotas establecidas". Este aforismo encierra en sí mismo las esencias de una organización de clase, guiada por los principios leninistas.

Empezando a diseccionarla por el final, el sostenimiento financiero por el conjunto de la militancia, mediante una cuota que siempre está ajustada a las capacidades y los ingresos de cada cual (siguiendo el principio marxiano de "de cada cual según su capacidad") es uno de los garantes principales de la independencia política del Partido y de contar con medios suficientes para lograr nuestros fines. Décadas de ausencia de cuidado por el patrimonio del Partido han diezmado el vasto patrimonio que consiguió el PCE tras la clandestinidad, sostenido por cada grupo de militantes que edificaban una sede en una chabola, que montaban una caseta en una feria o que pagaban entre todos el primer local del Partido en algún barrio. Aún así, seguimos siendo un Partido con una amplia implantación territorial y con locales y medios técnicos propios, gracias al esfuerzo continuado y del compromiso de nuestra militancia por pagar regularmente sus cuotas.

Yendo al segundo elemento, actuar en una de sus organizaciones establecidas, es un elemento esencial de la militancia. Frente a movimientos políticos, estructuras sociales o sindicales que se organizan con base en el principio de asociación o afiliación, la militancia comunista solo se puede entender desde la inserción en nuestro entorno cercano. Es en nuestros barrios, nuestros trabajos, en los espacios de socialización de nuestra clase donde surge el conflicto. Y las comunistas incidimos sobre él, tratando de enfocarlo a la consecución de mejoras materiales para las vidas de nuestra clase, pero también para orientarlo hacia la irresolubilidad de las contradicciones dentro del sistema capitalista. Es por ello que la praxis sin teoría nace muerta. Que toda buena voluntad, sin un proyecto estratégico definido, nos lleva a dar vueltas sobre nosotros mismos como en una especie de tiovivo simbólico. Y también debemos mantenernos alerta frente a cualquier deriva teorética, que se desapegue de las condiciones realmente existente y que enjuicie la realidad desde tal o cual cita de un teórico de referencia. En esa búsqueda de coherencia entre teoría y praxis, desde la base hasta el trabajo en cualquier dirección de una estructura de masas o en la institución, debemos hacer un equilibrio permanente entre la incidencia sobre la realidad, en las adaptaciones tácticas para alcanzar las mayores cotas de influencia y hegemonía posibles, y entre la firmeza de nuestros principios y acuerdos políticos. Para ello es esencial realizar de una forma sincera, severa y bajo el marco de la confianza entre camaradas procesos de crítica, de evaluación y autocrítica. Sin rendición de cuentas al final un dirigente solo escucha su propia versión de los hechos, solo difunde los análisis ya realizados por él mismo. Y renuncia a que el intelectual colectivo que es la militancia los enriquezca.

Por último, y no por ello deja de ser la parte esencial, ser militante comunista es aceptar su Programa y sus Estatutos. El elemento programático es complejo, y de hecho nuestros Estatutos se han reformado para modificar el elemento del Programa para aludir a la más genérica "política del Partido". Y es que, por desgracia, desde la caída del Muro de Berlín este Partido no ha abordado la construcción de un Programa, a la altura del Programa del PCE en los años 30, en las adaptaciones realizadas tras la victoria del fascismo, o del punto esencial para la política de nuestro país que supuso (con sus aciertos y sus errores) el Manifiesto-Programa de 1975. Esta ausencia de un Programa que sintetice la política y el proyecto comunista para la próxima década es toda una anomalía si miramos, tanto en un sentido histórico como en el presente, hacia nuestros Partidos hermanos alrededor del mundo. En el XX Congreso acordamos realizar este Manifiesto-Programa, que permitiese cohesionar al PCE y poner al conjunto de sus organizaciones de base, direcciones y militantes en una sintonía común. Por desgracia no ha habido avances sustanciales en este punto, pese a que algunos hemos sido insistentes hasta la saciedad con el hecho de que era una condición de posibilidad para cohesionar al Partido en torno a elementos políticos, y no en torno a símbolos o nombres particulares. Esperamos que de este Congreso salga un compromiso firme y decidido en este sentido. Igualmente, aceptar los Estatutos del Partido no puede ser una especie de Credo comunista. Aceptar los Estatutos implica conocerlos, ser conscientes de la importancia que tiene la existencia de unas normas democráticas uniformes, que nos vinculen a todas y a todos.

Y, por encima de todo, aceptar el Programa y los Estatutos (aún sin haberlos debatido en el momento de la afiliación, puesto que hasta la celebración del siguiente Congreso a la vista esto no es posible para un nuevo afiliado, en lo que supone un noble ejercicio de disciplina consciente) implica ser conscientes de que cada militante tiene la capacidad de proponer alteraciones, de suprimir elementos y de añadir otros nuevos. Que en el centralismo democrático bien entendido, pese a todas las caricaturizaciones y degeneraciones que hemos tenido que vivir, particularmente en el movimiento comunista español, la primera y la última palabra en cualquier asunto de relevancia. Porque una organización comunista practica la unidad de acción después de un debate "a calzón quitado", como nos han dicho siempre nuestro mayores. Y es que, parafraseando en un sentido lírico el credo del cristianismo, de la militancia es el Partido, el Poder y la Gloria por los siglos de los siglos. Así ha debido ser durante nuestro siglo de existencia, y así debe ser para los que estén aún por venir.

Es por todo ello que necesitamos que este Congreso, supongan una catarsis de la militancia comunista, que la coloque en la mejor disposición para servir a nuestra clase. Quienes participamos por primera vez como militantes del Partido en este Congreso lo vivimos con ilusión, con expectación, y hemos podido participar en él desde la humildad y desde el respeto que siempre nos ha caracterizado como jóvenes comunistas. Pero siempre con la vocación de que no nos dejemos guiar por frases rimbombantes o por simbolismos que arrinconan al proyecto comunista a la condición de espectador o de convidado de piedra en los procesos políticos del país. Desde la independencia política, desde la aplicación creadora del marxismo-leninismo, y desde la elección de las personas que más capacitadas y comprometidas consideremos para que lideren el ineludible proceso de Reconstrucción que este Partido necesita. Es por ello que deben liderar el Partido en esta fase política que se abre quienes realizan una apuesta central por la elaboración de un Programa del PCE como objetivo ineludible, quienes construyen desde la base y desde la mayoría de territorios, haciendo una apuesta inequívoca por la autocrítica y por la democracia interna para solventar los principales errores que se hayan podido cometer, y para cohesionar al Partido desde el debate político y la independencia estratégica.

Y es imprescindible que el conjunto de la militancia afrontemos los debates y la búsqueda de acuerdos con el instinto político afinado, desde la razón y desde la convicción. Sin apriorismos, sin filias ni fobias preconcebidas. Escuchar, argumentar, debatir, votar en conciencia y actuar conforme a ello. Porque es la militancia quien tiene la última palabra en nuestro Partido, y es la única que puede alumbrar las transformaciones que nos permitan construir la unidad, y construir la unidad que necesitamos para alumbrar las transformaciones necesarias. Buen Congreso.

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