El mantenimiento del status quo, es en relaciones internacionales, es un elemento de estabilidad, seguridad y certidumbre. Sin embargo, con agosticidad y alevosía, Estados Unidos, a través de la visita de su tercera autoridad a la Isla de Taiwán da una vuelta de tuerca más a la inestabilidad internacional poniendo en riesgo la paz en la región. Una escalada bélica en el Mar de China Meridional tendría consecuencias imprevisibles en la geopolítica y economía global que no pueden dejar a Europa como mero convidado de piedra.
¿Qué interés pueden tener los Estados Unidos en poner el riesgo la estabilidad y seguridad en el Mar de China Meridional? El próximo 8 de noviembre se celebrarán en los Estados Unidos elecciones al Senado y a la Cámara de Representante, la institución que preside, precisamente, Nancy Pelosi. Quizá ahí esté la respuesta. Además, próximamente el Senado estadounidense debatirá y previsiblemente aprobará un cambio de estrategia de Washington hacia la Isla de Taiwán sin precedentes desde la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y la República Popular China en 1979. Este es el contexto de la visita de menos de 24 horas de Pelosi a la isla que ha tenido enormes repercusiones internas en los Estados Unidos. Hasta con un comunicado de apoyo firmado por más de la mitad de los senadores republicanos – su jefe de filas incluido. El texto que debate el Senado otorgaría a la isla la consideración de ‘aliado importante extra-OTAN’ y se construye sobre la hipótesis de un supuesto ataque del Ejército de Liberación Popular chino sobre Taiwán, poniendo sobre la mesa la necesidad de aumentar exponencialmente el envío de armas y preparar un importante paquete de sanciones contra China en caso de que China atacara de algún modo las instituciones taiwanesas. Los Demócratas se enfrentas a las urnas en un momento de debilidad política marcado por la inflación y la inminente recesión económica; ante esta situación parece que han decidido abrazar el mantra de la retórica bélica. Nada como una llamada al furor bélico en el extranjero para animar a los votantes.
Las relaciones entre Occidente y la República Popular China se han construido desde el respeto a la política de una sola China. El giro que emprenden los Estados Unidos es una enmienda a esta política cuyas consecuencias desestabilizadoras se desconocen. La alteración del status quo que supone la visita de Pelosi a la isla y la por consiguiente escalada de tensiones vivida no deja de ser la consecuencia directa de los acuerdos de la cumbre de la OTAN celebrada hace un mes en Madrid. Ahí, además de definir a China como un desafío sistémico – subrayando así la necesidad de confrontar –, se desplegó toda una narrativa basada en un enfrentamiento entre democracias y autocracias, una burda teoría que se desmorona ante el más mínimo rigor analítico. Lo que parece claro es que Estados Unidos pretende fortalecer un eje atlántico a la ofensiva como única forma de mantener su hegemonía global, pero su narrativa tramposa pone en jaque un ya dañado sistema internacional basado en la diplomacia que hoy es la única garantía para evitar que se sigan multiplicando los conflictos y es la principal herramienta para dar respuesta a los importantes retos que tiene por delante la humanidad como el cambio climático.
Europa, abrazándose a la retórica bélica estadounidense, está perdiendo una oportunidad de apostar por la coherencia, la diplomacia y por atender a los problemas reales del planeta y sus gentes. El incremento de las tensiones en el Mar de China Meridional, por el que transita más de un tercio del comercio mundial, puede tender enormes consecuencias.
El intento estadounidense por reforzar el eje atlántico mediante nuevos conflictos que refuercen su relato choca con la realidad de la mayor parte del planeta. Ni los países de América Latina, ni los africanos o asiáticos (salvo Japón) se han sumado a las sanciones contra Rusia pese a los enormes esfuerzos diplomáticos estadounidenses para ello. Cada vez resulta más complicado justificar el papel dominante que Estados Unidos pretende otorgarse en un mundo donde la multipolaridad no tiene vuelta atrás. Si se insiste en esta política de confrontación con China, es muy probable que, como europeos, nos encontremos en un escenario de auténtica soledad de un eje atlántico que incapaz de dialogar con el conjunto de actores de la sociedad internacional. En esta disyuntiva, es urgente que desde Europa haya una reflexión profunda que ponga sobre la mesa la necesidad de una política exterior autónoma, con capacidad de interlocución y posicionamiento propio, que apueste por la paz, la estabilidad y por dar respuesta a los importantes retos que la humanidad tiene por delante y que no nos ate a decisiones, de las que somos ajenas, que se toman al otro lado del Atlántico.
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