Otras miradas

Luces de escaparates y las mujeres

Ana Bernal Triviño

Unas mujeres caminan frente a un escaparate con la luz apagada en Madrid. E.P./Isabel Infantes
Unas mujeres caminan frente a un escaparate con la luz apagada en Madrid. E.P./Isabel Infantes

El decreto de ahorro energético no ha dejado de ser otro elemento más para la confrontación política donde, de nuevo, se ha pretendido usar a las mujeres para negarse a implantarlo. Para una parte del Partido Popular, encabezada por Ayuso, apagar las luces de los escaparates pone en riesgo "la seguridad de las mujeres".

En primer lugar, cansa, y mucho, que las mujeres se usen cuando va bien para el discurso o negarse a implantar una norma. Tendría lógica, como excepción, cuando hay un compromiso auténtico con las mujeres (incluidas las feministas) pero no cuando tenemos que soportar más de una, dos y tres veces, declaraciones falsas que dañan leyes específicas contra el avance de nuestros derechos. Precisamente, habla quien no es ejemplo de nada en ello.

En segundo lugar, porque justo quienes se jactan de dañar al feminismo, minimizan la violencia hacia las mujeres o se ríen de la perspectiva de género, han desconsiderado siempre la implantación del urbanismo con esa visión. Y lo que se dice desde ahí es algo que va en contra de su idea y les deja en muy mal lugar. Claro que el urbanismo con visión de género demanda más iluminación, pero siempre se refiere al alumbrado público, el que depende de las administraciones. El urbanismo que se reclama teniendo en cuenta a las mujeres hace propuestas al margen de los escaparates porque sería ridículo pensar que nuestra seguridad depende de la iluminación de Zara o de Primark. Hay otras muchas cuestiones sobre la mesa para hacer más seguras las calles para nosotras, pero no se dedican a escucharlas, sino a ridiculizarlas. Además, marginan a las mujeres que viven en otras zonas que no sean los centros de las ciudades, como si eso fuera todo. E ignoran la realidad al margen de las grandes firmas y es que el pequeño comercio apenas deja las luces en sus escaparates de madrugada.

Lo que pone de forma real en riesgo la vida de las mujeres es pactar con partidos que niegan la violencia de género. Es llevar leyes feministas, como el aborto, al tribunal constitucional. Es echar leña al feminismo solo por puro partidismo y no con la responsabilidad de pensar en las víctimas. Si les preocupa las mujeres en riesgo, cada día, las hay muchas. Las que piensan que pueden ser asesinadas por su pareja. Las que cada cuatro horas sufren una agresión sexual. Las que, sometidas a la trata, están en los prostíbulos de este país, sin que nadie las defienda y sin afrontar la abolición de la prostitución. Toda esa violencia ocurre cada día delante de nosotros, mientras es ridiculizada, normalizada o negada. Y que se produzca o no esa violencia no es por el alumbrado público, sino por unos hombres machistas. Quizás, si cada vez que se propone una educación con perspectiva de género, determinadas autoridades políticas no hablaran desde el menosprecio, podríamos ir todas más seguras por las calles. Pero cada vez que se propone se entiende como un ataque y no como una cuestión de sensibilización, prevención y de beneficio para todo el mundo.

Todo esto suena más a una pataleta infantil, donde parece que no queremos asumir que estamos en guerra. En cambio, desde que se inició, cada día, estamos notando sus efectos. Es irresponsable y egoísta hacer de la norma como si viniera el apocalipsis, cuando es una petición desde la Unión Europea. Desde 2013 los escaparates ya se apagan en nuestra vecina Francia como ahorro energético y no han aumentado las violaciones por esa causa. Justo quienes están usando a las mujeres para este tema son los que menos críticas lanzan al fondo de la cuestión, que no es tanto el ahorro energético sino como el debate necesario de la producción energética, el modelo que queremos y por qué hemos llegado a esto. Hace unos días el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, declaró necesario gravar los "excesivos" beneficios de las empresas energéticas en todo el mundo. Y es ahí donde hay que poner la mirada para que las soluciones sean a largo plazo y no solo a corto.

El tiempo pondrá todo en su sitio. Pero, ¿saben qué harán quienes han usado a las mujeres para rechazar la norma? ¿Piensan que aumentarán las inversiones en hacer más seguras nuestras calles? ¿Saben qué harán una vez hayan descubierto que el urbanismo feminista demanda más alumbrado público como parte de la responsabilidad de las administraciones? Nada. Porque no les importamos. Somos solo el comodín para salvarse cuando les va bien.

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