Otras miradas

Vuelta al cole, ¿vuelta al machismo y a otros fracasos?

Antoni Aguiló

Filósofo del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra

Tres niñas regresan al colegio en el primer día de comienzo del curso escolar, a 7 de septiembre de 2022, en Madrid (España). -Marta Fernández / Europa Press
Tres niñas regresan al colegio en el primer día de comienzo del curso escolar, a 7 de septiembre de 2022, en Madrid (España). -Marta Fernández / Europa Press

La entrada en vigor gradual de la nueva ley educativa, la LOMLOE, a partir del curso 2022/23 trae novedades significativas en lo que a la promoción de la igualdad de género se refiere. Una de ellas es la incorporación transversal de la perspectiva de género, de ahí su inclusión en asignaturas como Matemáticas o Filosofía. Otra es la presencia de nuevas asignaturas en el currículum escolar, particularmente en la ESO, relacionadas con las cuestiones de género y sexualidad. En Baleares, por ejemplo, el desarrollo de la parte autonómica del currículum ha permitido a la Consejería de Educación ampliar el catálogo de optativas y proponer a los centros la posibilidad de ofertar la asignatura de Igualdad de género, que incluye, entre otras cuestiones, la educación sexual y emocional en la adolescencia, así como el respeto por la diversidad sexual y de género.

No hay duda de que se trata de una buena noticia, sobre todo si se tiene en cuenta de dónde venimos: de décadas de control, represión y estigmatización del sexo no reproductivo bajo la dictadura franquista, de una educación secularmente cargada de machismo, LGTBIfobia y masculinidad tóxica, por no hablar de la clamorosa ausencia de una política pública educativa con un tratamiento integral y continuado de estas cuestiones. Un ejemplo sonrojante: en 1955 la educación afectivo-sexual escolar se hizo obligatoria en Suecia desde la escuela primaria, mientras que el actual alumnado español de la educación secundaria recibe a lo largo del curso, como mucho y con suerte, algún taller o actividad esporádica al respecto.

Lo inquietante de la cuestión es que, en sociedades patriarcales en las que el machismo y la LGTBIfobia adquieren proporciones pandémicas, asignaturas como Igualdad de género sigan siendo una mera opción curricular y no materias de obligado cumplimiento. Me consta de buena fuente que en varios centros educativos de Baleares dicha asignatura no se ofertará ante la falta de matriculados y que, en los casos en los que se impartirá, a menudo la mayoría de estudiantes inscritas son mujeres que ven en la asignatura un espacio aliado donde sentirse cómodas. Si se cometiera un "masculinicidio" (el asesinato sistemático de varones solo por serlo) de igual magnitud que el feminicidio actual, las tornas cambiarían (hipótesis bastante improbable, dado que el feminismo es un movimiento pacífico sin víctimas a su cargo).

Integrar globalmente en el currículum educativo cuestiones sobre género, sexualidad, diversidad y orientación sexual desde una perspectiva feminista emancipadora implica en estos momentos el reto de contrarrestar el desconocimiento, las resistencias y los discursos negacionistas en circulación social, que refuerzan los privilegios de la masculinidad y de la heterosexualidad. Dichos discursos se manifiestan principalmente de dos maneras.

La primera es el negacionismo populista y reaccionario que niega el hecho de la violencia de género. Lo apoyan partidos de extrema derecha con o sin representación institucional y organizaciones afines. Se trata de una postura que, en general, rechaza la relevancia de la perspectiva de género para el análisis social, recurre a artificios retóricos ("violencia intrafamiliar") como recurso para invisibilizar el problema, reproduce los privilegios del patriarcado, favorece el negacionismo a golpe de tuits y eslóganes cortos ("feminazi") y apela a un discurso moral ultraconservador y conspirativo que convierte a la llamada "ideología de género" en el blanco de crítica. El feminismo y los movimientos LGTBIQ se presentan estratégicamente como una amenaza a la libertad de expresión de las sexualidades normativas y de la masculinidad tradicional, un argumento que le sirve para ganar apoyo social, especialmente de hombres a quienes no les interesa cuestionar las relaciones de poder y que pretenden mantener el supremacismo machista que alimenta los ideales patriarcales de masculinidad (la competitividad, lo público, las armas, la restricción emocional, etc.) y feminidad (el cuidado, las emociones, lo privado, el trabajo doméstico, etc.).

La segunda manifestación es el negacionismo en torno a las identidades de género, que niega que el género pueda vivirse como una identidad que no se corresponde necesariamente con el sexo biológico. Encuentra acomodo sobre todo entre ciertos sectores de la academia y del activismo que perciben como una amenaza los avances en materia de reconocimiento legal de los derechos de las personas trans, no binarias, intersexuales o que simplemente no responden o disienten de los mandatos impuestos por el binarismo de género (hombre o mujer). Es precisamente la lógica binaria la que hace que las mujeres trans no sean vistas como "auténticas mujeres" y que los varones homosexuales, en particular los que tienen pluma, no se consideren "hombres de verdad". Estas posturas generan discursos de odio que descalifican, patologizan o niegan determinados fenómenos, como la existencia de las infancias trans. Su caballo de batalla es la teoría queer, a la que acusan, entre otras cosas, de irracional, neoliberal y de poner en peligro a los niños.

La reinvención tanto de la práctica como del currículum docente como proyecto acogedor e inclusivo pasa por combatir las violencias, las exclusiones y las jerarquías históricamente constitutivas del espacio escolar, en este caso las que afectan a mujeres y a minorías sexuales y de género. El negacionismo es una forma de legitimar esas violencias. Del mismo modo, necesitamos una pedagogía crítica y feminista abierta a la idea de que no somos realidades acabadas, sino seres en construcción y creación permanente, abierta a reconocer la pluralidad de formas de ser y de vivir, muchas de las cuales todavía carecen de legitimidad frente a los demás. Quizá por ello deberíamos atender a las sugerentes palabras de Manoel de Barros, que en su poema "El recolector de desperdicios" afirma: "Respeto las cosas poco importantes / y a los seres poco importantes. / Aprecio los insectos más que los aviones. / Aprecio la velocidad /de las tortugas más que la de los misiles. / Tengo en mí ese retraso de nacimiento. / Yo fui engendrado /para que me gustasen los pájaros. / Por eso tengo abundancia de felicidad. / Mi patio es mayor que el mundo".

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