Inició su andadura en el Senado de los EEUU el proyecto de Ley de Política de Taiwán (TPA, siglas en inglés) que, en palabras de sus promotores (el demócrata Bob Menéndez y el republicano Lindsey Graham), contempla "la más amplia reestructuración de la política estadounidense hacia Taiwán" desde la Ley de Relaciones con Taiwán (TRA, siglas en inglés), adoptada en 1979. La idea central del proyecto, que ya ha recibido el primer apoyo mayoritario en el comité de relaciones exteriores, es el reforzamiento de la defensa de la isla incrementando sustancialmente el apoyo militar, en línea con el creciente belicismo del Capitolio contra China.
Beijing ya dejó caer que se opone a esta iniciativa al considerar que vacía de contenido el principio de una sola China y alienta de facto la independencia de Taiwán. Por el contrario, sus valedores aseguran que solo pretenden aportar "más claridad" pero que "no cambia" la política de EEUU hacia Taiwán, lo cual no casa muy bien con aquel anuncio de "amplia reestructuración".
Hasta ahora, la TRA, no reconocida por China, es la piedra angular de las relaciones de EEUU con Taiwán. Siguió al reconocimiento diplomático de Beijing y su esencia es el compromiso de proporcionar a Taipéi los medios para defenderse, pero no obliga a Estados Unidos a involucrarse en una guerra si ésta estallara, enviando a sus soldados a luchar.
En el debate en curso sobre la ley han terciado unas declaraciones intempestivas del presidente Joe Biden, quien ha asegurado que EEUU enviaría soldados a Taiwán en caso de una acción de fuerza del Ejército Popular de Liberación (EPL) contra la isla. En varias ocasiones más, tanto dentro como fuera de EEUU, ha reiterado esta idea. Biden utiliza repetidamente un lenguaje que se aleja de la política tradicional de EEUU, eso sí, cuidándose a renglón seguido sus segundos de desmentir que se trate de un alejamiento. Más incendiario fue aun al apuntar que "Taiwán toma sus propias decisiones sobre su independencia", lo que China podría entender como un apoyo tácito a una declaración de independencia.
Algunos relacionan estas declaraciones con las elecciones de mitad de mandato, pero está claro que reflejan tendencias de fondo de la política estadounidense. Por otra parte, bien pudiera tratar de influenciar con ellas en el curso de los comicios locales de noviembre en Taiwán.
Por tanto, puede que todo quede en nada tras ambas citas. Pero puede también que realmente exista el creciente temor de que China lleve a cabo una acción militar que deje con el culo al aire a EEUU, desbaratando en un santiamén su estrategia para el Indo-Pacífico. O que se intente arrastrar a China a un conflicto armado que podría tronzar su proceso de modernización. En verdad, puede que China no esté preparada para una acción de este tipo, pero ¿está EEUU en condiciones de batirse en duelo con China por Taiwán? Hay opiniones para todos los gustos.
Echando más leña al fuego, el almirante estadounidense Karl Thomas ha dicho que incluso la comunidad internacional podría intervenir en caso de que China continental organice un bloqueo militar de Taiwán. Por su parte, el coordinador del Consejo de Seguridad Nacional para el Indo-Pacífico, Kurt Campbell, defendió la coherencia de todo esto justificándolo con la necesidad de "evitar una escalada".
En este ambiente, Taipéi denunciaba este lunes la presencia de 9 aviones militares y 5 buques del EPL en torno a su Zona de Identificación de Defensa Aérea. Y al día siguiente, el destructor estadounidense de misiles guiados USS Higgins y la fragata canadiense HMCS Vancouver realizaban un "tránsito rutinario" por el estrecho de Taiwán.
Entre los contenidos de la ley cabría destacar dos: la provisión de hasta 6.500 millones de dólares en armamento entre 2023 y 2027 y el trato a Taiwán como si estuviera designado como aliado principal no perteneciente a la OTAN. Tras la votación en el Senado y en el Congreso, debe ser aprobada por el presidente Biden, cuyas ínfulas en este contencioso no han dejado de crecer a la vista de esas últimas y fogosas declaraciones.
La transformación del marco legal, el aumento de la provisión en defensa, la intensificación de los vínculos económicos, comerciales, inversores y tecnológicos, el incremento del apoyo político, etc., goza del aplauso de los sectores independentistas en la isla que, correctamente, lo interpretan, diga lo que diga la Casa Blanca, como un espaldarazo a sus pretensiones soberanistas. Por el contrario, los nacionalistas del KMT y afines temen, sobre todo, que Taiwán acabe preso de la pugna hegemónica EEUU-China y consideran que lo pagado ya (desde la vía libre a las importaciones de carne con ractopamina o de los alimentos procedentes de zonas radiactivas de Japón) no es nada comparado con lo que se podría tener que pagar de estallar un conflicto abierto en la región.
¿Disuasión o provocación?
EEUU alienta el discurso de que China tiene más o menos programada la invasión de Taiwán para 2027, de lo cual no hay más indicio que sus propias estimaciones, quizá interesadas. A China, con una agenda interna de alto voltaje hasta 2049, no le conviene una guerra por Taiwán en absoluto. Cierto que la contempla como último recurso para frenar la independencia, cosa que EEUU, maestro donde los haya en el recurso a la fuerza militar para conseguir sus objetivos políticos y estratégicos, le recrimina.
Más allá del lucrativo negocio que para el complejo militar-industrial estadounidense supone elevar la tensión en el estrecho, atizando estas y otras trifulcas para disparar la carrera armamentista en la región, en lo inmediato, es, sin duda, a EEUU a quien más le podría beneficiar esta evolución también en otros ámbitos, especialmente en el estratégico, multiplicando los mecanismos de concertación contra China.
Los movimientos militares que el EPL ha llevado a cabo hasta ahora son básicamente reactivos, al igual que acontece con las declaraciones políticas, en las que China va por detrás de los hechos, instando a no alterar el statu quo que sus críticos le recriminan. Pero ¿puede considerarse una alteración cruzar una línea mediana o adentrarse en una zona de identificación de defensa aérea que nadie reconoce? Tampoco puede considerarse un cambio de aliado diplomático una alteración, especialmente teniendo en cuenta la larga pugna que Beijing y Taipéi vienen protagonizando en ese sentido. ¿Qué hay realmente de nuevo? La ley TAIPEI, que amenaza a quienes osen cambiar de bando. ¿Quién la ha adoptado? EEUU. Pero eso no es "diplomacia coercitiva", es la defensa de "un orden basado en reglas".
El embajador chino en EEUU, Qin Gang, advirtió a EEUU que los lazos bilaterales se "desintegrarían" de aprobarse la TPA. Difícilmente no obligaría a China a responder, poniendo en riesgo la paz y la estabilidad en el Estrecho. Esa misma razón es la que llevó al senador pro-Taiwán Edward Markey, que viajó con Pelosi a la isla, a votar en contra del proyecto. Su preocupación es el abandono de la "ambigüedad estratégica" que, naturalmente, para la Casa Blanca tampoco supone una "alteración unilateral" del statu quo.
En 1945, tras la derrota de Japón en la II Guerra Mundial, China restableció la soberanía efectiva sobre Taiwán, cerrando la herida abierta por el Tratado de Shimonoseki en 1895. Si el KMT de Chiang Kai-shek hubiera ganado la guerra civil, nadie tendría dudas acerca de la pertenencia de Taiwán a China. Pero ganó el PCCh de Mao Zedong y la herida se reabrió en 1949. Y desde entonces, hay quien no para de echar sal en ella.
Comentarios
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