Otras miradas

¿Están Turquía y Grecia a punto de comenzar una guerra de la que no habla nadie?

Hibai Arbide Aza

Periodista. Escribe desde Lesbos (Grecia). Miembro de Zungu Producciones.

El presidente de Turquía, Tayyip Erdogan. -REUTERS
El presidente de Turquía, Tayyip Erdogan. -REUTERS

Probablemente, aunque ustedes lean asiduamente la prensa y sigan con regularidad la actualidad europea, no han oído hablar de la creciente tensión militar entre Turquía y Grecia. Es por dos motivos. El principal es que las disputas territoriales en esta parte del Mediterráneo oriental se remontan más de un siglo atrás y, con mayor o menor intensidad, las amenazas de un conflicto armado que en realidad nunca llega no son una novedad. Y, por lo tanto, no son noticia. También se da otra circunstancia: mientras Grecia bate récords de ocupación turística, cada vez interesa menos lo que ocurre en Grecia. No es casualidad. Los turistas no se interesan por lo que sucede en el lugar que visitan, ni en Grecia ni en ninguna parte. Por eso no se preocupan si sus vacaciones son asequibles porque responden a un modelo basado en los sueldos de miseria y la depredación de los recursos naturales. Pero ese es otro tema que deberemos abordar en otro momento.

Vamos al grano: ¿Están Turquía y Grecia a punto de comenzar otra guerra? Seguramente no. Muy probablemente no. Casi seguro que no. Es prácticamente imposible que haya una guerra entre dos miembros de la OTAN. Puedes dejar de leer; ese es el resumen de todo. Que no, vamos, que no. Pero ahora viene un matiz: hasta el 21 de febrero de 2022 por la noche, quien firma este artículo sostuvo, por activa y por pasiva, que era imposible que Rusia iniciara en Ucrania una invasión a gran escala. Y ahora ya no se atreve a afirmar nada de manera categórica. No tanto por miedo a equivocarse de nuevo, sino porque esa noche del 21 de febrero, el mundo cambió hasta extremos de los que aún no somos conscientes.

Un repaso –no exhaustivo– de algunos hechos recientes. Devlet Bahçeli, político turco de extrema derecha y aliado del presidente Recep Tayyip Erdoğan, el 10 de julio publicó una foto en la que posa sosteniendo un mapa que marca todas las islas griegas del Egeo oriental –27 en total incluyendo a Creta– como pertenecientes a Turquía. La publicación del mapa provocó un enorme revuelo en Grecia. Todos los telediarios hablaron de ello durante semanas, pero aquí convendría hacer una aclaración. Antes de la publicación de ese mapa, 'Turquía' ya era el término más repetido en los informativos de ERT, la cadena pública, según un estudio publicado a principios de 2022. Y yo mismo he visto mapas similares a ese pero incluyendo como helenos territorios turcos. Sin ir más lejos, en la comisaria de policía de Pankrati, barrio de Atenas –es decir, dentro de un edificio oficial– hay un mapa en el que se incluye a Estambul en lo que denomina "la Grecia histórica". El 3 de septiembre, Erdoğan, acusó a Grecia de establecer presencia militar en islas que, según su interpretación de un tratado de hace 100 años, deberían estar desmilitarizadas y en la actualidad están "ocupadas" por Grecia. El gobierno griego rechaza la acusación. "Su ocupación de las islas no nos obliga", dijo Erdoğan en un discurso televisado, "cuando llegue el momento, a la hora correcta, haremos lo que sea necesario". Concretamente, Erdoğan amenazó con "llegar de improviso una noche" a lo que ahora es Grecia. Según Atenas, Ankara violó su espacio aéreo 110 veces el pasado 14 de septiembre; F-16 turcos entraron en el espacio aéreo griego 48 veces. Para ponerlo en perspectiva, en 2014 Turquía violó el espacio aéreo heleno 2.000 veces.  El 11 de septiembre, una patrullera helena abrió fuego contra un mercante turco en lo que Turquía considera aguas internacionales. El 17 septiembre el ejército turco mostró que estaba movilizando equipo y personal militar hacia Edirne, la principal ciudad de su frontera terrestre con Grecia.

Para entender con una perspectiva histórica las complicadas relaciones entre estos dos países, como de hermanos que se llevan fatal, el mejor libro que se ha escrito en español es Sinora, del periodista Andrés Mourenza. Es imposible explicarlas, ni siquiera resumidamente, en un artículo. Sólo a modo de enumeración, estos son los principales conflictos vivos: en Chipre nunca se ha firmado la paz y la isla sigue dividida entre la parte norte, turcochipriota, que sólo Turquía reconoce como país independiente y el sur, grecochipriota, que cuenta con el apoyo de Atenas. Por si fuera poco, desde hace años Turquía realiza un proyecto de prospecciones en Chipre que enfrenta a las partes, porque Grecia considera que las aguas en donde buques turcos buscan petróleo y gas pertenecen a la Zona Económica Exclusiva de Chipre. El último enfrentamiento militar entre Grecia y Turquía fue en 1996, por un islote deshabitado que unos llaman Imia y otros Kardak. Esta roca apenas tendría importancia, si no fuera porque es uno de los puntos donde chocan las pretensiones de uno y otro lado respecto de la delimitación de la plataforma continental, las aguas territoriales, el espacio aéreo, las Regiones de Información de Vuelo y la desmilitarización de las islas del Egeo. Para echar más leña al fuego, Grecia no renuncia a su pretensión de ampliar sus aguas territoriales de 6 a 12 millas. Atenas argumenta que puede hacerlo en virtud de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982. Ankara alega que dicha Convención no le afecta porque no la firmó. En 1995, el parlamento turco advirtió a Grecia de que ampliar sus aguas territoriales a 12 millas sería considerado "un acto de guerra al que respondería". A finales de 2018, el ministro de defensa Hulusi Akar recordó explícitamente a Grecia que dicha resolución "sigue vigente". Lo cierto es que si Grecia llevara a cabo la ampliación, convertiría a Turquía en un país sin salida al mar en la mayor parte de su territorio, porque sus barcos tendrían que atravesar casi inevitablemente aguas helenas. Grecia no ganaría mucho, excepto humillar a su eterno rival. Otro de los conflictos que les enfrenta es la (mal) llamada crisis de los refugiados. Turquía usa a los solicitantes de asilo que quieren llegar a Europa para chantajear a la UE y ésta responde permitiendo que Grecia vulnere la Convención de Ginebra, anule de facto el derecho de asilo y abandone impunemente a miles de personas a la deriva en el Egeo. El nacionalismo griego ve a los refugiados musulmanes como los peones de una invasión dirigida por Erdoğan. Hace pocos días se ha conmemorado el centenario de la Tragedia de Esmirna, el episodio más conocido del conflicto en el que un millón y medio de griegos otomanos fueron expulsados a la fuerza de lo que pronto sería la Turquía moderna. Otros miles fueron asesinados. El nacionalismo griego lo tiene muy presente aunque hayan pasado cien años. También hubo muchísimos turcos que se fueron de lo que hoy es Grecia.

Turquía es una de las grandes ganadoras de la guerra de Ucrania. Por un lado, Erdoğan ha demostrado una gran capacidad diplomática para ser, al mismo tiempo, miembro de la OTAN y el mejor valedor de Vladimir Putin fuera del espacio exsoviético. Erdoğan ha liderado esfuerzos negociadores que han sentado a ambas partes –algo que la UE no ha conseguido. Pero su papel no se ha limitado a la diplomacia. Los drones de fabricación turca han demostrado una altísima capacidad militar. Con ellos, el ejército ucraniano consiguió eliminar la columna de blindados rusos que se dirigía a tomar Kiev durante las primeras semanas de la guerra. La efectividad de los drones catapultó a la industria militar turca, algo especialmente relevante para un país que atraviesa una severa crisis económica desde hace casi un lustro. Además, Turquía es actualmente una parte activa de otras guerras que, aunque requieren un esfuerzo logístico importante, aumentan su capacidad militar. Está presente en Libia, donde tiene desplegadas varias fragatas con armamento puntero, drones y lleva a cabo un programa de entrenamiento de tropas. Tiene una parte del norte de Siria ocupada y amenaza con ocupar una franja aún mayor. Realiza incursiones y bombardeos regularmente en el norte de Irak para atacar bases del PKK y aldeas donde supuestamente recibe apoyo. Turquía es también la principal valedora de Azerbaiyán en el conflicto que le enfrenta a Armenia por Nagorno-Karabaj. Por no hablar de la guerra de baja intensidad que volvió al Kurdistán turco en 2015 y, a pesar de las subidas y bajadas, nunca se terminó de ir.

La historia de Grecia es la de un país expansionista. Aunque comparada con Turquía parezca un Estado pequeño y débil, la verdad es que desde su independencia del imperio Otomano en 1821 ha ampliado su territorio cada vez que ha podido. Un ejemplo que tal vez no es muy conocido en el resto del mundo: en la I Guerra Mundial Grecia se mantuvo neutral hasta que los Aliados le propusieron ser la potencia regional, en sustitución de los otomanos. Grecia entró en la guerra interpretando tal propuesta como una carta blanca para conquistas Estambul y Ankara.

Aunque Grecia es un país pequeño, es el país de la Unión Europea que tiene más militares per cápita. A pesar de su crisis financiera endémica, es uno de los poquísimos socios de la OTAN que cumplía el requisito de invertir el 2% de su PIB en Defensa. En Grecia el servicio militar es obligatorio para los varones y sólo el movimiento anarquista se opone a ello, sin lograr de ningún modo un impacto remotamente similar al que tuvo el movimiento antimilitarista en el Estado Español en los años 90. Los partidos de izquierda no se oponen a la mili. El único movimiento social de dimensiones considerables que se ocupa de ello es Spartacus, un movimiento clandestino de soldados organizados para asesorar a los nuevos reclutas y denunciar abusos sobre los soldados, tanto los profesionales como, sobre todo, los que están haciendo el servicio militar. En 2016, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó de nuevo a Grecia por no permitir a un objetor de conciencia un servicio social alternativo en lugar del militar. A principios de 2022 el primer ministro heleno, Kyriakos Mitsotakis, consiguió que Grecia pueda adquirir el avión de combate furtivo F-35 de EE.UU. Eso ya habría supuesto una cierta amenaza para Turquía, pero es que, en la misma visita a Washington, Mitsotakis pidió explícita y públicamente que Turquía no entre en el programa de actualización de sus cazas F-16 con nuevos misiles, radares y sistemas electrónicos.

Desde el punto de vista militar, Turquía es mucho más poderosa que su vecina helena. Pero aquí viene lo más complicado de la cuestión: tanto Grecia como Turquía son miembros de la OTAN. Una guerra entre Grecia y Turquía arrastraría al resto de Europa. Turquía también cuenta con armas nucleares estadounidenses, al igual que los Estados miembros de la UE, Alemania, Italia, Bélgica y los Holanda. Grecia es miembro de la UE. Francia tiene sus propias armas nucleares y ya ha sugerido que, en caso necesario, defendería a Grecia. En una supuesta guerra, cabría la posibilidad de que la OTAN quedara irremediablemente dividida en un intercambio entre Estados miembros con potencia nuclear. Es un escenario tan inédito e imprevisible que da miedo sólo imaginarlo.

¿Pero por qué no resuelven de una vez sus disputas sentados en una mesa? Al fin y al cabo, comen lo mismo, cantan igual, bailan parecido y no saben vivir la una sin la otra. Todos los gobiernos, de uno y otro lado, dirán que lo han intentado. Unas palabras de Erdoğan en Washington, haciendo referencia a la visita de Mitsotakis que hemos citado antes, lo resumen todo: "Acordamos con Mitsotakis que resolveríamos todos los temas entre nosotros, sin la interferencia de terceros países. Después de todo lo que ha pasado, para mí no existe una persona llamada Mitsotakis".

Es evidente que el enfrentamiento verbal y  las continuas soflamas nacionalistas en ambos lados son magníficas cortinas de humo para evitar hablar de temas internos. Cuanto más se habla de la disputa por el Egeo, menos presente están la caída de la lira turca, las corruptelas de la familia Mitsotakis, el recorte de libertades en Turquía o la insoportable gentrificación turística de las principales ciudades e islas griegas, por ejemplo. El jefe del opositor Partido Popular Republicano, Kemal Kılıçdaroğlu, lo ha resumido perfectamente: "Mitsotakis y Erdoğan tienen una cosa en común: su popularidad no deja de caer. Por eso los dos populistas están jugando la carta de la guerra. ¡No saben de qué otra manera remontar!".

Pero como dice la sabiduría popular, quien juega con fuego se puede quemar. Como decíamos antes, no va a suceder. Grecia y Turquía, Turquía y Grecia, no van a iniciar una guerra. Sería absurdo, ninguna de las partes ganaría nada, pondrían en peligro equilibrios asentados con consecuencias imprevisibles para la Alianza Atlántica y para el mundo entero. No va a suceder. Pero si sucede, recuérdenles a todos esos tertulianos tan listos que no tienen ni idea y pretenden mostrar que ellos ya estaban al tanto, que aquí lo leyeron primero.

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