Otras miradas

Las izquierdas y la cultura: panorama después de la "batalla cultural"

Noelia Adánez

Las izquierdas y la cultura: panorama después de la "batalla cultural"
Un camión porta una pancarata donde se lee "S.O.S. cultura".- EUROPA PRESS

Hablar de cultura es impopular, incluso desde la izquierda. La cultura no interesa en casi ninguna de sus acepciones que podemos agrupar, a efectos de mi argumento, en tres. Existe una visión ideal de la cultura que hace referencia a los valores que integran un supuesto proceso de perfeccionamiento humano; otra que Raymond Williams llamaba "documental" y que remite al conjunto de productos y prácticas vinculados al pensamiento y la imaginación, es decir, que hace referencia a la producción artística y de conocimiento; y otra social, que indica cuáles son las creencias y los consensos existentes en un determinado contexto sociohistórico no solo con relación a la actividad intelectual y artística, sino en general respecto de los comportamientos sociales y la vida cotidiana. Sendas visiones están conectadas de formas complejas.

La idea misma de perfeccionamiento humano ha sido cuestionada por el catastrófico balance que arroja nuestra relación como especie con el planeta en mucha mayor medida que por la posmodernidad de la que los nostálgicos de un pasado imaginado e idealizado abominan. La emergencia climática demanda de nosotras unas cantidades de energía a menudo desperdiciadas en combatir el negacionismo climático en lugar de en construir y actuar soluciones inmediatas. La pérdida de confianza de las izquierdas en nuestras capacidades como especie distraen igualmente la crítica del modelo de crecimiento capitalista. No somos nosotras las responsables, sino el sistema y, sin embargo, hay una crisis de ese "nosotras" que puede explicarse en clave cultural. Diría que desde las izquierdas, ni las identidades ni las luchas feministas consiguen suturar las heridas que esa pérdida de confianza en la especie genera. Aquí se produce un primer desistimiento cultural de las izquierdas.

El segundo de ellos tiene que ver con las dificultades crecientes para incorporar el criterio de autoridad en los procesos de democratización del conocimiento que se abrieron con el siglo y con una mala comprensión y encaje de lo popular en la relación que las izquierdas han entablado con la cultura. En nuestro país, por ejemplo, eso ha permitido esperpentos tales como el intento de reivindicación de la ultraderecha filofranquista de la figura y el legado artístico de Lorca o, más en general, una notable presencia del ocultismo y del negacionismo en la divulgación histórica, campo de acción cultural entregado a las derechas sin excepciones ni paliativos. Las izquierdas observan entre asombradas e indiferentes cómo las derechas reviven mitos sobre nuestro pasado remoto y reciente sin hacer absolutamente nada al respecto. Todo es afectación y alardeo sin sustancia. Ni las administraciones ni las universidades ni el mundo de la cultura -desbaratado por la crisis pandémica y carente por completo de tejido asociativo en España- mueven un dedo contra el negacionismo cultural de las derechas.

Entiéndaseme bien, lo que llamo el negacionismo cultural de las derechas no tiene que ver con que nieguen la cultura, sino con que la patrimonialicen al servicio de un proyecto desactivador de lo que la cultura tiene de esencial en sociedades democráticas: el conocimiento y la crítica. Solo así es posible colocar, por ejemplo, al frente de un organismo sin propósito ni justificación como la oficina del español en Madrid a un sujeto como Toni Cantó. Por cierto, esto, si me permitís la broma (aunque quizá no lo sea tanto) es violencia cultural.

Y es que -y esto me lleva a la última de las tres acepciones de la cultura que mencioné más arriba- en los últimos tiempos las derechas han puesto mucha energía y empeño en dar la "batalla cultural", es decir, en aniquilar lo que ellas mismas han llamado "el consenso progre" en referencia a un conjunto de ideas y creencias que giraban en torno, esencialmente, a la defensa de los derechos humanos. Lo que ha sucedido es que han ganado la batalla y allí donde se encuentran en las instituciones están haciendo políticas que verifican y aspiran a ampliar esa victoria.

En el caso de Madrid, desde donde escribo, resulta más que evidente. La actual presidenta de esta comunidad -y salvo que el tiempo lo desmienta candidata en construcción a liderar a las derechas españolas todas en el conjunto del Estado- está proponiéndose como valedora de una identidad cultural con la que barnizar su programa de gobierno ultraliberal para hacerlo más digerible y exportable fuera de esta autonomía. Sus menciones recurrentes a la milenaria civilización española, a los Reyes Católicos, a la religión, a los toros y si es menester a la peineta y a la mantilla, son percibidas por las izquierdas como casticismo casposo e ignorancia. Y, sin embargo, son un intento -con visos de éxito- de resignificar todo aquello que las izquierdas tienen sobradas razones intelectuales para considerar negacionismo cultural.

Las izquierdas pueden tener las razones consigo, pero no están sabiendo apalancarlas culturalmente. No se están estableciendo alianzas estratégicas con discursos de autoridad, no se están allegando los recursos que la construcción y difusión de relatos culturales requieren, no se están potenciando los vínculos entre instituciones y sociedad civil a través de iniciativas culturales para contrarrestar el negacionismo cultural de las derechas. No se está haciendo nada políticamente relevante, por ejemplo, desde el Ministerio de Cultura de este gobierno progresista que tantos otros riesgos está asumiendo para ser proactivo y legislar en ámbitos tanto o más delicados por razones igualmente simbólicas.

La cultura está políticamente desmovilizada en España y la política de izquierdas enteramente desvinculada de la cultura. Sin ese anclaje las apuestas populistas tienen un alcance limitado en el espacio (del cuerpo electoral) y en el tiempo. Volviendo al caso de Madrid, y por descender la reflexión, se pueden conseguir buenos resultados electorales defendiendo la sanidad pública en unas elecciones concretas, pero en un territorio como éste solo se logrará un verdadero vuelvo electoral cuando se impulse un cambio cultural con vocación de arraigo. Que se lo digan a Manuela Carmena. Mientras tanto, id sacando la mantilla y desempolvad las peinetas.

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