Taiwán seguirá formando parte de la agenda de la tensión internacional en el año que ahora comienza. Tras las elecciones locales de noviembre último y con el nacionalista Kuomintang (KMT) al alza, el pulso político interno hasta los comicios legislativos y presidenciales de enero de 2024 tendrá en el tira y afloja con China continental un recurso constante ante el cual todas las fuerzas políticas de la isla deberán retratarse.
El tono del ejercicio lo ha dado ya el ex presidente Ma Ying-jeou (2008-2016) al señalar que los taiwaneses deberán elegir entre la guerra y la paz, y que si optan por el KMT "no habrá campo de batalla", responsabilizando al gobernante PDP (Partido Democrático Progresista) de haber causado tensiones sin precedentes en el Estrecho de Taiwán.
Esas tiranteces han vuelto recientemente a escena tras la reiteración de las misiones aéreas y navales del Ejército Popular de Liberación (EPL) que, a buen seguro, seguirán repitiéndose en los próximos meses. Si en este caso, cabe relacionar la acción con la decisión del presidente Joe Biden de alentar nuevas ventas de armas a Taiwán por valor de 10 mil millones de dólares en los próximos cinco años, no faltarán motivos para que estos ejercicios se acomoden en una peligrosa rutina. Este compromiso de EEUU con la defensa activa de Taiwán dificultará y mucho el reseteo de las relaciones bilaterales que se pretende con la próxima visita del secretario de Estado A. Blinken a Beijing.
¿Y cómo impactará este desarrollo en el ánimo político de los taiwaneses? Bien es verdad que hasta ahora no ha existido socialmente en la isla conciencia de la inminencia de una crisis grave, remitiendo a la teatralidad las incursiones militares del EPL, habitualmente de escaso valor operativo más allá de erosionar el estatus de la conocida como línea media, franqueada para siempre tras la visita de Nancy Pelosi de agosto último.
Sin embargo, esa relativa indiferencia social en la isla puede mutar a la vista del peso creciente de la seguridad en la agenda interna (fortalecida con la impopular decisión de ampliar el servicio militar de cuatro a doce meses) y de la escalada que pueda auspiciarse desde el continente conminado a no mostrar debilidad ante lo que considera una creciente "interferencia" de actores externos en el contencioso.
No parece que EEUU tenga intención de hacer caso de las exigencias chinas. Muy al contrario, el acercamiento a Taiwán se irá fortaleciendo en los próximos meses, amplificando los vínculos y propiciando un complejo y, por otra parte, nada fácil alejamiento del continente. Del 14 al 17 de enero, Taipéi acogerá nuevas negociaciones con Washington para una ambiciosa iniciativa comercial bilateral que no será del gusto de Beijing.
China multiplicará sus mensajes a EEUU y países aliados, incluidos los países de la UE, sin dejar pasar ocasión alguna de reafirmar su compromiso con la reunificación. En su discurso de Año Nuevo, Xi Jinping eludió mostrarse beligerante en relación a Taiwán, y aunque en modo alguno eso trastoca lo esencial de la ecuación, si indica que la prioridad en este año será llevar a cabo aquellas acciones que puedan favorecer la adhesión política en la isla a aquellas fuerzas que defienden la unificación. En paralelo, cabe esperar que el diálogo con el KMT se acentúe en el marco institucional local, cultivando así la capacidad de la formación nacionalista para dialogar con el continente y reforzarla como la única idónea para alejar el fantasma del conflicto. Por el contrario, persistirá la incomunicación con el PDP.
Una victoria del KMT en 2024 podría trastocar sensiblemente el escenario, apaciguando los ánimos. El KMT lo sabe y para ello debe resolver previamente sus disputas internas y aclarar cuanto antes su fórmula presidencial. En esa hoja de ruta, no se descarte una nueva crisis en el Estrecho que pueda llevar al ánimo de los taiwaneses esa otra convicción de que la posibilidad de un conflicto abierto es más real de lo que ahora mismo imaginan. Su natural pragmatismo haría el resto.
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