Otras miradas

Política ética en tiempos de polarización

Marta Higueras

Concejala del Ayuntamiento de Madrid

Política ética en tiempos de polarización
Imagen de John Hain en Pixabay

No digo nada nuevo si afirmo que las personas no nacemos polarizadas, llegamos a estarlo. Hay líderes que dividen a las sociedades en dos y que sacan provecho de ello. Lo hacen exagerando y mintiendo, inventándose chivos expiatorios cuando aparecen problemas complejos y de difícil solución, desinformando y manipulando las malas noticias para convertirlas en propaganda a su favor. Son líderes que manipulan y usan a la ciudadanía para hacerse con el poder sin preocuparse en lo más mínimo de las consecuencias de sus actuaciones para la sociedad.

A las puertas de una campaña electoral en Madrid, ese es el panorama. Por eso aspirar a que el ejercicio político se realice con criterios éticos es más importante que nunca. Quienes tenemos la responsabilidad de la función pública podemos contribuir a que la sociedad se divida en partes irreconciliables o, por el contrario, trabajar para que los conflictos entre los diversos intereses y valores de la ciudadanía se diriman de una manera constructiva y razonable. Este último, sostengo, es nuestro trabajo.

Nos toca hoy exigir altura de miras y mucha responsabilidad en la lucha electoral, en la crítica política y en la actividad parlamentaria. La desinformación y las campañas sucias en redes sociales y su notable impacto en los procesos electorales son razones de peso para cuidar el mensaje político y, frente al corporativismo y la crispación, reivindicar la política de servicio y respeto con la que creo que se identifica una mayoría de la ciudadanía.

No contribuyen a este objetivo ni la dinámica de las redes sociales ni la confusión del marketing con la política que domina la escena. Estoy convencida de que es innecesaria y perjudicial la estrategia que nos impone improvisar, tomar partido de inmediato y adelantar opiniones sin fundamento ante cualquier controversia. Nos convierte en un remedo del sacamuelas que había en todas las plazas de pueblos y ciudades hasta el siglo pasado. Nos asemeja a la figura del embaucador vendedor de quimeras para la salud, la belleza o la impotencia con una teatral puesta en escena, presentaciones llamativas y propaganda antiética.

El vértigo cotidiano, en especial en una ciudad compleja y diversa como Madrid, nos da una sensación de urgencia. Pero no tenemos que opinar de inmediato sobre cualquier asunto público. Pronunciarnos nos hace creer que hemos actuado, pero no es verdad. La actuación política debe ser más real que virtual, debe abordarse con responsabilidad y perseverancia, requiere compromiso y resultados y tiene que estar al servicio de la ciudadanía no al de nuestra imagen.

Hoy es algo excepcional aceptar la crítica de otras fuerzas políticas, dialogar o debatir con ellas como interlocutoras válidas. Peor aún: es una rareza escuchar y considerar a las personas a quienes representamos. Sin embargo, eso es la política: considerar y dirimir conflictos de intereses y de valores, intercambiar ideas y enriquecer así nuestro punto de vista, considerar y expresar opiniones que ayuden a mejorar una situación. Nada que no hagamos —o que no debamos hacer— cada día con las personas con las que nos relacionamos en la casa, en el trabajo o en nuestro tiempo de ocio.

Como una puesta en escena, el conflicto político se nos presenta como un espectáculo de enemigos irreconciliables. Pero quienes piensan distinto o quieren cosas diferentes no son nuestros enemigos, y las relaciones entre esas personas que hacen política suelen ser mejores cuando bajan del estrado y las cámaras no están presentes. Es decir, cuando no persiguen destacarse, figurar, y mover la opinión a su favor.

Estoy convencida de que es posible discutir sobre nuestras diferencias políticas sin tanto ruido y tanta testosterona. Pero se requiere empatía, capacidad de escucha y, sobre todo, reconocer las múltiples aristas de los problemas que nos toca enfrentar en nuestra sociedad. La buena política, la política ética, aparece cuando se escucha, cuando se intenta comprender más que imponerse y cuando se hace un esfuerzo para percibir las tonalidades grises de toda situación compleja.

Eso requiere, por un lado, facilitar la participación de la ciudadanía y mejorar la comunicación entre ésta y sus representantes. Escuchar y analizar sin prisas, no tener miedo de reconocer que no siempre tenemos certezas, pero sí el compromiso de estar a la altura de lo que esperan las personas a las que representamos. Sin aspavientos, sin drama y sin egocentrismo.

Pero sobre todo requiere un horizonte común que una a las fuerzas progresistas y que recoja el espíritu de ese gobierno que las aunó en Madrid, junto a independientes, para darle a la ciudad la mejor gestión que ha tenido en muchísimo tiempo. Una gestión que tuvo aciertos y errores, es cierto, pero que se caracterizó por el compromiso con todas las ciudadanas y ciudadanos, y no sólo con los grupos poderosos, por evitar la espectacularidad y los desplantes, y por su capacidad de escuchar y comprometerse con las necesidades reales de las personas que habitan esta ciudad.

Estoy haciendo una apuesta y proponiendo una forma de asumir la función pública con la que creo que se identifica una mayoría social. Pero tengo claro que convertir el ejercicio político en un ejercicio ético requiere que en los órganos de representación haya personas que asuman ese compromiso con ambición y coherencia junto con toda esa vanguardia que recoge la sociedad civil organizada, en tanto que respaldo de una ciudadanía activa, sean cuales fueren sus afinidades ideológicas.

El elevado abstencionismo y el alejamiento de la gente del ámbito de la política son hoy problemas graves. Su causa es que la ciudadanía no se siente cerca de sus representantes y no logra ver la utilidad de su trabajo en medio de sus dificultades. Es nuestra responsabilidad intentar que esta situación se revierta en las elecciones que se aproximan en la ciudad. Necesitamos propuestas unitarias que puedan hacer viable un gobierno de progreso en la ciudad y necesitamos que la ciudadanía confíe en que hoy las y los progresistas pueden diseñar estas propuestas y pueden ejecutarlas.

Estoy segura de que la mayoría de la gente de Madrid apoya las ideas que he esbozado sobre lo que exige el momento actual a sus representantes. Hoy las voces políticas enfrentamos el reto y tenemos la obligación de ser una referencia positiva dentro y fuera de las instituciones. Si queremos que las elecciones que se aproximan sirvan en verdad para mejorar la situación de nuestra ciudad —y en especial la situación de sus barrios, aquejados por la voracidad de los intereses económicos— tenemos que trabajar con honestidad y aspirando a la excelencia. Es la única forma de que nuestra acción sea útil y de favorecer la participación de la ciudadanía, sin cuyo concurso Madrid será causa perdida.

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