Las relaciones sentimentales de pareja entre mujeres y hombres están construidas en base a una socialización cargada de machismo. El mito del amor romántico está por todas partes y este conjunto de creencias sobre el amor no facilita relaciones de pareja igualitarias. Distintos estudios nos han descrito con detalle cómo las creencias sobre el ideal de la media naranja o la romantización de los celos contribuyen claramente a que la forma de relacionarse sentimentalmente mujeres y hombres esté viciada hacia la irrealidad, la irracionalidad y sí, también hacia la desigualdad.
Las mujeres convivimos desde niñas con un bombardeo incesante de mensajes que nos hacen pensar que necesitamos tener pareja para completar nuestras vidas. La socialización machista educa a los hombres en el deber de mantener su estatus, su posición de poder y superioridad en sus relaciones sentimentales. Según estas ideas, bien arraigadas en la conciencia colectiva, cuando hombres y mujeres inician una relación, ellos las perciben a ellas como una pertenencia. A tal efecto se produce un violento afán masculino por proteger de cualquier amenaza lo que los varones entienden como "su posesión".
El mito del amor romántico digamos que mantiene una relación de conveniencia con la división sexual del trabajo. Según Soledad Murillo, al atribuir a las mujeres la realización del trabajo doméstico, la división social sexual del trabajo nos socializa en una disposición de doble carácter: la atención a los demás en detrimento propio. Y ¡claro!, que nos entreguemos en cuerpo y alma en cuidar de nuestro amado es la disposición perfecta para mantener el mito del amor romántico y ya de paso para que los hombres ocupen el espacio público, cobren más, no cuiden de los niños y niñas, etc. La gran Kate Millet no pudo expresarlo mejor: "El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas: mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban (...)".
A modo de resumen, las relaciones afectivas se construyen desigualmente otorgando posiciones de superioridad, dominación y control a los hombres y de sumisión y subordinación a las mujeres. Todo este entramado sostiene la violencia de género. Dicho en palabras de Ainhoa Flecha, Lidia Puigvert y Gisela Redondo en su trabajo ‘Socialización preventiva de la violencia de género (2005)’: "La violencia de género está intrínsecamente ligada a nuestro imaginario social sobre el amor, los modelos amorosos y los modelos de atractivo, a cómo nos hemos socializado y nos socializamos continuamente en ellos".
Estos aprendizajes tienen sus experiencias de autoafirmación en nuestro día a día. La desigualdad entre mujeres y hombres es estructural, está configurada para actuar sistemáticamente en todos los espacios y lugares. El lenguaje que considera el masculino como universal, los apellidos paternos antes que los maternos, el tratamiento del deporte en las categorías masculinas frente a las femeninas... Estamos rodeadas y rodeados de mensajes que legitiman y perpetúan la desigualdad, asumimos una jerarquía que coloca a los hombres en un lugar preferente.
Y sin duda, la expresión más cruel de la desigualdad es la violencia contra las mujeres en todas sus manifestaciones. En 2021, un total de 162.848 mujeres denunciaron por violencia de género, según el Consejo General del Poder Judicial. Pero como es evidente, no se denuncia toda la violencia. La Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, realizada en el año 2019 por la Delegación del Gobierno de España contra la Violencia de Género, nos dice que solo el 21,7% de las mujeres que han sufrido violencia física, sexual, emocional o que han sentido miedo de alguna pareja, actual o pasada, ha denunciado.
Los asesinatos de mujeres son una consecuencia extremadamente grave de una forma particular de organizar nuestra sociedad y de organizar nuestra vida personal. La violencia contra las mujeres no es una lacra, no es la secuela o señal de una enfermedad, es la manifestación de una organización social machista. Erradicar la violencia contra las mujeres pasa por un cambio cultural que cambie todo un sistema y dentro de él la forma en que nos relacionamos, también emocionalmente.
A la pregunta ¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero?, en la encuesta del CIS de octubre de 2022, la violencia de género preocupa como primer problema a un 0,2%, como segundo 0,2% y como tercero 0,5% de las personas encuestadas. Si ordenamos las preocupaciones según el estudio, la violencia de género está en el puesto 38. Entre las posibilidades de elección como preocupación para las personas preguntadas está también el nacionalismo, que según los resultados del estudio preocupa al 0,4 en primer lugar, 0,7 en segundo y 0,4 en tercero. Estos datos muestran una preocupación ciudadana menor por la violencia de género que por otras cuestiones de la vida política y social de nuestro país. También los datos sugieren una normalización de la violencia alarmante.
Cuando se produce un número consecutivo de asesinatos de mujeres en un breve espacio de tiempo los medios de comunicación hablan de semana negra. Saltan todas las alarmas. Se convocan gabinetes de crisis con urgencia. Y sí, claro que todo ese despliegue es necesario. Pero ¿en qué momento empieza la urgencia? ¿No es urgente la educación en igualdad en las escuelas para prevenir la violencia de género? ¿No es urgente proteger a los menores de una industria que promociona relaciones sexuales violentas contra las mujeres como es la pornografía? ¿No es urgente financiar con dinero público proyectos audiovisuales que cambien las reglas del juego, que dibujen en el imaginario colectivo la igualdad entre mujeres y hombres, también en las relaciones afectivas y sexuales? ¿No es urgente que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y los operadores jurídicos que intervienen con las víctimas tengan la formación y los recursos necesarios para protegerlas?.
Dice Miguel Lorente que necesitamos un pacto de estado contra el machismo y no le falta razón. La urgencia pasa por remover los obstáculos que impiden la plena igualdad de los individuos, cosa que curiosamente nos dictamina nuestra Constitución Española de 1978. Remover los obstáculos pasa por combatir el machismo como cultura violenta contra las mujeres y organizarnos socialmente, y muy especialmente en nuestras relaciones personales, de una forma igualitaria.
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