Otras miradas

M.B.R tenía un plan

Andrea Momoitio

Me encanta encontrar historias de resistencia. Quizá, por eso, disfruté tanto de la historia de Elisa y Marcela, dos mujeres gallegas que se casaron por la Iglesia en ¡1901! La historia tuvo un gran eco cuando se publicó Elisa y Marcela. Más allá de los hombres, un libro maravilloso de Narciso de Gabriel, la obra de teatro de A Panadaría es una maravilla y forma parte del imaginario popular tras el estreno de la película de Isabel Coixet. Las críticas a la película merecen una mención aparte, pero, bueno, a las lesbianas nos ha costado tanto poder contar nuestras historias –y que las cuenten, claro–, que no puedo dejar de celebrarlo aunque me horroricen algunas escenas. La del pulpo, por ejemplo, tiene tela.

 Elisa Sánchez Loriga y Marcela Gracia Ibeas eran profesoras y estaban enamoradas. En 1901, Elisa adoptó un aspecto masculino, inventó para sí misma un pasado y se hizo pasar por Marío. La verdad es que las pillaron, pero esa es otra historia y, al menos yo, no he sabido nunca del todo si fue una estrategia para poder vivir juntas o si Elisa, efectivamente, se sentía más cómoda llamándose Mario.

Ando investigando la vida de una mujer trans canaria que me tiene conquistada. Su descaro es irresistible y su historia, apasionante. En la búsqueda, aún incipiente, me he encontrado con un un libro maravilloso que narra las aventuras y desventuras de las personas LGTBQI+ en Canarias. Peligrosas y revolucionarias. Las disidencias sexuales en Canarias durante el franquismo y la transición, de Víctor M. Ramírez Pérez es una maravilla repleta de historias fascinantes.

A mí, sobre todo, me ha dejado obnubilada una de ellas. Concretamente, la de M.B.R.. La historia ha sido documentada por la investigadora Yanira Hermida Martín, que presentó en 2012 una ponencia en la que recogía este episodio fascinante: Un hombre transgénero en la cárcel de mujeres de Santa Cruz de Tenerife. Era auxiliar de Correos y fue detenido, ¡en 1939!, por falsedad documental.


M.B.R tenía un plan. Inscribiría en el registro civil a un hermano suyo, al que habían olvidado registrar al nacer, y utilizaría su identidad para vivir en libertad su expresión de género. Falsificó la firma de su padre y llevó a dos testigos que declararon, durante el juicio, que no sabían nada del engaño. No parece descabellado pensar que quisieron apoyar su plan. Le detuvieron en Madrid, la ciudad a la que huyó y, quizá lo más sorprendente, fue su defensa. Tal y como recoge Hermida, no trataron de ocultar la estrategia. El abogado aludió que pretendía encubrir su aspecto masculino porque, decían, según un "dictamen facultativo", podían demostrar que se trataba de un "pseudo homosexual con características temperamentales tan masculinas que parece un hombre, hasta tal punto que cuando viste de mujer sufre la mofa y vejaciones de los transeúntes que la ven". Esto, fíjate por dónde, no me ha extrañado nada.

Explican que la situación le producía "un estado de ánimo que unido a su propio temperamento, anula por completo la libertad de voluntad". La verdad es que le condenaron a un par de años de cárcel y cumplió prácticamente íntegra la pena. No se sabe mucho más de él, pero a mí me parece suficiente. Sabemos no solo que trató de vivir en libertad sino que tuvo quien le apoyaría, de una manera o de otra. La experiencia en la prisión seguro que fue una mierda. Perdonad la expresión, pero no se me ocurre otra manera de explicar qué significa la cárcel y la cárcel ha sido un lugar de encierro y castigo para muchas personas LGTBQI+.

En el libro de  Víctor M. Ramírez Pérez encontramos mucha libertad, mucha transgresión, pero también un dolor terrible, muchos golpes, abusos de poder y arbitrariedad. Octavio García, por ejemplo, estuvo preso en la prisión de Tefía. Era una colonia agrícola que se ha catalogado como un auténtico campo de contracción. Si bien es cierto que no solo ingresaron en Tefía a homosexuales, la ley de Vagos y Maleantes –la norma que sustituyó después la ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social– recogía que era espacio de rehabilitación. El testimonio de García, uno de los pocos a los que he podido acceder, sirve para entender hasta qué punto el franquismo fue un régimen violento con las disidencias.

No es fácil encontrar historias así y mucho menos, conocer los detalles. El colectivo LGTBQI+ es un colectivo históricamente reprimido, que ha podido alzar la voz y generar un discurso propio desde hace relativamente poco. Empiezan a aflorar algunas historias, cada vez tenemos acceso a más investigaciones y documentación, pero es evidente que todavía queda mucho por descubrir. Lo que sí que podemos afirmar ya es que hemos sobrevivido, que se han tenido que establecer estrategias de resistencia para nuestra protección y disfrute. La gran evidencia es que seguimos aquí.

Entre tanto relato de horror, sin embargo, florecen a veces bonitas historias aunque cuesta mucho, mucho, mucho. Son esas, esas precisamente, las que no vamos a parar de buscar nunca. Piro Subrat, autor de Invertidos y rompepatrias. Marxismo, anarquismo y desobediencia sexual y de género en el Estado español (1868-1982), contaba en una entrevista para Pikara Magazine, que la historiografía LGTB, que "empieza a originarse a finales de los 90, en un momento triunfalista del movimiento", "está escrita por peña de las altas esferas del movimiento LGTB, muy vinculadas al PSOE, y han obviado tendencias políticas radicales, el papel de las lesbianas y, de manera extrema, el papel de las travestis poniéndolas, como mucho, como un adorno decorativo de las manifestaciones de la transición".

Seguimos buscando.

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