Las palabras del actor Telmo Irureta, ganador a Mejor actor revelación en los Goya, dejaron en evidencia un tema que siempre se lleva aplausos pero que siempre deja al margen la realidad. Reivindicar derechos está muy bien, salvo cuando no existen y cuando lo que tú quieres afecta a otras personas. Sus palabras, cuando recogió el premio, fueron: "Gracias a mi personaje de David porque es un guiño al derecho a la sexualidad de las personas con discapacidad. Porque nosotros también existimos y nosotros también follamos". Pronto este discurso se viralizó en redes, entre el aplauso fácil y, por otro lado, entre la realidad de este tipo de reivindicaciones públicas. Posteriormente, en otras entrevistas, el actor ha reconocido acceder a la prostitución para ello.
No existe el derecho a tener sexo. Por más vueltas que se les dé, no existe ese derecho a tener sexo con otra persona (lo que cada uno haga con uno mismo, no interfiere con nadie). El problema es cuando es un asunto de dos y ahí sí que hay un choque entre el deseo de uno y el derecho de otro. Se conocen como derechos cuestiones fundamentales para la existencia: sanidad, educación, vivienda, trabajo... pero ni hay un derecho a tener pareja, ni a tener sexo ni a enamorarse. No es una cuestión que un Estado deba garantizar para el desarrollo del individuo. Estamos defendiendo una ley de libertad sexual que destaca el tema del "consentimiento" mientras convivimos con una prostitución que representa todo lo contrario, la explotación sexual. Porque, ojo, el consentimiento viciado no es consentimiento.
En lo que sí tenemos un premio y encabezamos todos los ranking es en ser el primer país de Europa en consumo de prostitución y el tercero de todo el mundo. Por eso es aquí donde las redes criminales de este negocio han desarrollado estructuras muy solventes y cómplices con la violencia sexual. Hay que recordar que los puteros, cuando acceden a una mujer, ni les preocupa si procede de redes de trata, de donde son el 90% de esas mujeres. Todo eso les de igual. Y hay que recordar, que si aplaudimos el discurso de cuerpos "no normativos", la prostitución tiene, y mucho, de cuerpos normativos. Al menos eso valoran proxenetas que compran "carne" y puteros que se dedican a valorarlas en foros.
La discapacidad no es sólo asunto de hombres, también de mujeres que no hacen estas demandas porque saben que los deseos no están por encima de los derechos. Solo hay que escuchar a la feminista Ana Pollán para entenderlo. Estamos en el país donde se reivindica un supuesto derecho al sexo sin ni siquiera conocer nuestros derechos a la salud sexual. Y cuando estos no se conocen se caen, con facilidad, como reconoce la propia Organización Mundial de la Salud, en consecuencias nefastas como la violencia sexual .
La discapacidad o un discurso de "vulnerabilidad" o de "necesidad" no puede usarse cuando entra en conflicto con los derechos del resto y las consecuencias que pueden producir. Porque esto no es cuestión moral. El debate de fondo sí es una cuestión de derechos y para eso hay que escuchar la situación en la que viven muchas mujeres prostituidas para saber qué sistema, qué negocio y qué redes respaldan esta capitalización de los cuerpos. Quitemos los mitos de la libre elección de la cabeza. "Es que también cedo mi cuerpo cuando trabajo en el McDonald 's", dicen. Pues Evelina Giobbe, superviviente de la prostitución, siempre respondía: "bueno, al menos, cuando trabajas en McDonald's no eres la carne'".
Lo que ya cansa es que las mujeres sean siempre la solución para todo. ¿Quieren sexo? Mujeres prostitutas. ¿Se necesitan cuidados? Mujeres cuidadoras. ¿Un hijo? Mujeres como vientres de alquiler. Y si dices no, ya está el sistema para hacerte sentir culpable porque no eres lo suficiente comprensiva con alguien que "lo necesita". Y así llevamos siglos, con discursos que van de modernos pero que solo venden la misma sumisión y explotación de siempre. Eso sí, con aplausos.
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